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Un momento de la actuación de Liliana Felipe en La Perla el pasado domingo (Gentileza La Voz) |
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Entrar en el centro clandestino de detención La Perla, usado por la última dictadura militar para torturar y matar personas, representa de por sí una experiencia intensa.
Entrar en el centro clandestino de detención La Perla, usado por la última dictadura militar para torturar y matar personas, para asistir a un evento en el que se confirma la vida, la juventud, la militancia, el compromiso, las ganas de cambiar el mundo y el trabajo necesario y cotidiano para lograrlo, agrega una importante dosis de intensidad a la ya intensa experiencia.
Entrar en el centro clandestino de detención La Perla, usado por la última dictadura militar para torturar y matar personas, para asistir a un evento en el que se confirma la vida y la militancia y las ganas, y además, para escuchar música, hecha e interpretada por una artista de la talla de Liliana Felipe, hermana además, de una militante desaparecida, cuñada de un militante desaparecido en ese mismo centro clandestino de detención y horror durante la última dictadura, es estremecedor.
Después, el show en sí mismo, claro. Pero antes, muy antes en la memoria y en las tripas que no olvidan y reclaman justicia por siempre, la ceremonia, el encuentro, el mensaje colectivo. El humo del copal sobre el escenario, para purificar el ambiente, para hacer una “limpia” (tan mexicano) y para convocar a Quetzacoatl y a Tlaloc y a los dioses todos de la música.
“Todo esto es nuestro. Las cotorritas, los árboles, el aire, la tierra del Tercer Cuerpo... hay que recuperarlos, porque son nuestros. Y las personas que están aquí, también son nuestras. Somos sobrevivientes”, dijo la Felipe y las alrededor de 2 mil personas que se dieron cita en ese centro, hoy ya no de muerte sino de memoria, estallaron en aplausos.
Un piano y un amor. Una orquesta loca de marfiles blancos y negros y una voz de los mil demonios para volver a matar a la muerte; para exorcizar los fantasmas del horror, para llevar el mensaje de los vivos y los muertos a oídos de los asesinos que están siendo juzgados a poquitos kilómetros de ese mismo lugar. Y como siempre que canta la Felipe, no se salvó nadie.
Y hubo emoción y lágrimas y recuerdos y críticas agudas, graves, esdrújulas y ternura y humor e ironía. Y muy, muy buena música, pero eso no es una novedad, por lo tanto, no es noticia.
Y no se salvó nadie.
“No existe en ninguna parte del mundo una ley de medios como la que hay en la Argentina”, celebró la artista villamariense radicada en México y ahí nomás, antes de que terminara la ovasión del público, dejó caer del piano y de su garganta la canción dedicada a “Ernestina” (Noble).
Y saludó y abrazó a los Hijos: “Soy tía de todos”, dijo y abrazó y besó a Emilia D’ambra, presidenta de Familiares de Desaparecidos de Córdoba y evocó a “a mi hermano el Fatiga, a mi hermano el Oreja, a mi viejo a mi vieja, a mi tío a mi tía, a mi hermana Estercita, a mis 12 sobrinos” y los vagos del Mercado de Abasto: “El Puchero, Perico, Cachete y el Peine, Cucha e’Perro, el Galgo, la Vaca y Ñancul, Juan sin Ropa, el Doré, Pata de Oso y Baroja, Cachicoi, Despeinado, el Urraca y el Fino, Cuchuflito, la Víbora, el Zorro y Jesús. Y el Hueso e’Goma, el Budín, la Pupera, el Lampa, Sopa e’Yuyo, Piñero, el Campeón y Falasca, Cotolengo, el Vizcacha, la Luna y el Suaje, Cara e’Culo, el Tordo, el Cabeza y el Gali, el Costilla, el Rata, el Morsa, el Peludo, Percherón, el Mentira,el Loche y la Sosa”.
Todo lo dicho hasta aquí, para un villamariense, tiene un plus, si usted quiere, difícil de explicar. Porque las cosas que nombra la Felipe y ella misma, son tan reales y tan parte de uno, aunque no nos demos cuenta, auque más no sea por interpósita persona. Por eso, volviendo a La Perla, el domingo por la tarde noche, con esa luna Taxqueña como pegada allá en lo alto del escenario y la Felipe, ahí, sencillita y de alpargatas, aporreando el piano y raspando sus cuerdas vocales para conjurar y celebrar la vida en ese lugar que fue emblemático dominio de la muerte, fue realmente intenso. Como si los muertos en ese lugar volvieran a ponerse de pie, en otros pies, en nuevos jóvenes pies.
Permítaseme entonces parafrasear a César Vallejo para tratar de redondear esto que no es una crónica ni mucho menos, de lo que pasó el domingo pasado en La Perla. Siento que los versos del peruano sintetizan con lírica certeza los momentos vividos allí.
“(...) así, después de muerto, se levantó, besó su catafalco ensangrentado (...) y volvió a escribir con el dedo en el aire: ‘¡Viban los compañeros!’ Su cadáver estaba lleno de mundo”.
Sergio Stocchero
(Enviado especial)
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