Escribe Silvina Scaglia, Lic. en Nutrición
Más allá de los duelos contra el espejo y la ropa ajustada, la obesidad se convirtió en una verdadera amenaza.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo advirtió hace más de un año: no se trata de un problema estético, sino de una epidemia que avanza a paso firme y supone serios riesgos de enfermedades cardiovasculares, diabetes y algunos tipos de cáncer como el de ovario y mama en la mujer y el de próstata en el hombre. Lavavajillas, lavarropas, multiprocesadoras, portones eléctricos. La fabulosa posibilidad de manejar todo tipo de artefactos con sólo apretar un botón, la comodidad de moverse en auto aunque sea por pocas cuadras, el placer de la TV y, sobre todo, del control remoto, transformaron radicalmente las reglas de la vida cotidiana. Los cambios aportados por las tecnologías relacionadas con el confort no siempre son positivos: la vida cada vez más sedentaria y los hábitos de alimentación (comida rápida, pesada, grasosa) se convierten en un atentado contra la salud.
El aumento de la obesidad está traduciéndose en un incremento de los índices de mortalidad. Por lo tanto el primer paso es reconocer que la obesidad es una enfermedad crónica y progresiva. Las terapias deben ser un esfuerzo conjunto de nutricionistas, médicos y pacientes, y deben centrarse de objetivos sostenidos de pérdida de peso y no en cambios rápidos.
Se debería reconocer la importancia de la educación a los pacientes, a los médicos y a todos los trabajadores de la salud para que la lucha contra la obesidad se encare como un plan constante.
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