La adrenalina les corría por la sangre a kilómetros por hora. Percibían la sensación trashumante de superar fronteras, recorrer caminos inhóspitos, conocer lugares y personas que no se encontrarían si optaran por un paquete turístico. Las ansias de viajar por las rutas con el viento de nuevos horizontes soplándoles en la cara.
Y la libertad o esa sensación tan cercana a la sagrada entelequia que aspira todo ser humano. Esta nota habla de la hazaña, para la cofradía motoquera local, de la travesía desarrollada por cuatro “jinetes” motorizados villamarienses que recorrieron el norte argentino, parte de Paraguay, Brasil, Perú y Chile en 23 días y más de diez mil kilómetros. Ellos son: Horacio Marco (arquitecto, 41 años), Flavio Brea (farmacéutico, 41), Eduardo "Conejo" Bonzi (operario, 52) y Fabricio Dal Molín (ingeniero agrónomo y bombero, 38).
El largo periplo
El viaje, realizado en el mes de agosto, resultó una instancia superadora del recorrido emprendido por Marco y Brea en 2004 cuando alcanzaron los 8 mil kilómetros en 17 días, arribando hasta Cuzco, Perú, y regresaron por tierra transandina.
Desde que volvieron de aquella experiencia, comenzaron a idear la nueva travesía. En una nota publicada por este medio a fines de julio pasado, ambos aficionados a las dos ruedas recordaban que en principio tenían intención de sumar a sus esposas pero debido a las probabilidades de nuevos hijos y proyectos superpuestos, tuvieron que cambiar de planes.
Sumaron a dos “fierreros” de ley: Dal Molín había realizado un periplo similar pero de menos días junto a un grupo de amigos en julio de 2009, con el cual llegó hasta La Paz y Cuzco; y Bonzi acumulaba circuitos sobre motos enduro aunque en esta ocasión se embarcaba en su primer itinerario fronteras afuera.
Marco, definido por sus compañeros como el “organizador”, había enarbolado dos banderas que resultaron las fortalezas del equipo. Una fue la “planificación” hasta el más mínimo detalle y día por día. Desde mapas extraídos de Google Earth, contactos con las localidades donde iban a pasar, elementos tecnológicos de comunicación (llevaron interlocutores en cada casco), hasta las vacunas preventivas y todos los repuestos necesarios.
El otro lema era, en un parafraseo al estilo de Los Mosqueteros, era “le pasa algo a uno, es problema de todos”. “Por suerte no nos pasó nada. Ni siquiera nos llovió. Pero si hubiera sucedido algo, nos quedábamos hasta resolverlo. Lo único que llegamos a hacer era ayudar a levantar las motos y empujarlas cuando no arrancaban. Cada moto llevaba mucho peso encima”, recordó Marco. Vale recordar que Brea viajó en una KTM 990 de 2008, Bonzi en una BMW 1200 Adventure 2007, Marco en BMW GS 800 de 2009 y Dal Molín en BMW GS 1200 de 2007, todas preparadas para la ocasión.
Contacto con aborígenes
El recorrido, en rigor, comprendió experiencias sensoriales de las más exóticas. Desde conducir sigilosamente por caminos de tierra colorada todavía húmeda y solidarizarse con niños que bajaban de pequeñas chozas (en Bella Vista, Paraguay), hasta subir por puentes colgantes a un árbol de 42 metros de altura cerca de Puerto Maldonado. Desde traspasar una aduana sin que haya un funcionario cerca hasta ingresar a uno de los afluentes más caudalosos del Amazonas, el “Madre de Dios” y conocer a los “buscadores de pepitas de oro” o pernoctar una noche en plena selva.
Desde toparse con yacarés, cuevas de tarántulas y luego apreciar la expresión cromática de los animales autóctonos alojados en zoológicos como el leopardo y el pecarí, hasta conocer a un cacique indígena que fuera el primero de su comunidad en tener contacto con la civilización. “Eso era lo que buscábamos -señala Flavio- cosas que no fueran turísticas sino más bien genuinas. Pudimos, gracias a guías lugareños, dar con un indígena que nos ha dado una lección de vida que trato de transmitirle a mis hijos. El todavía vive en el estado natural del hombre. Todo lo que necesita lo tiene allí en su hábitat. Nosotros que venimos con toda la tecnología nos quedamos asombrados. El, al frente nuestro, hizo el fuego sólo con la frotación de dos palos. A nuestro guía, Saturnino (su hijo Cleison los acompañaría en Cuzco), le preguntamos cómo hacía si le pasaba algo, si se cortaba o tenía una infección. Nos respondía que hacía un brebaje con las plantas que tenía a su alrededor. Y si no, sabía que podía morir porque era parte de la vida. Ahí pensamos cuán equivocados que estamos y cuánta sabiduría que ellos acumulan.”
La bienvenida emotiva
La expedición contó además con el recorrido por la selva peruana (conocida como selva de transición o de altura, provista de rápidos), por la cual se traspasa de 180 km a 4 mil metros de altura. También visitaron las terrazas incaicas y salinas de Maras, Machu Picchu (realizado por auto), un día en Aguas Calientes y Ollaytantambo, Cuzco, las líneas de Nazca, Arequipa (y su histórica plaza), el Cañón de Colca (uno de los más grandes del mundo, con 1.250 metros de profundidad y 150 km de extensión, donde se observan bandadas de cóndores y tumbas colgantes), Tacna, la entrada a Chile, luego de un estricto registro en la aduana, pasando por los pueblos pesqueros y el desierto de Atacama con cuatro grados bajo cero hasta arribar al pintoresco pueblo de San Pedro. “Tiene casas de abobe y muy poca iluminación pero los restaurantes tienen platos en dólares”, comentó Flavio entre risas. La única parada que no realizaron fue la localidad brasileña de Bonito, conocida por sus socarrones de tierra y ríos transparentes. Sobre la marcha, evaluaron que el viaje se iba a prolongar demasiado por las complicaciones del terreno y acortaron camino.
El retorno incluyó Purmamarca, Jujuy, hasta Jesús María y el último tramo hasta nuestra ciudad donde fueron recibidos por una unidad de bomberos, con sirena de viento. Ya en la estación Guareschi (desde adonde habían partido), los familiares se adueñaron de la calle para dar la gran bienvenida. “Fue verdaderamente emocionante. Querés llegar y contar todo lo que viviste y te pasó ahí, en esos instantes, pero no podés más que llorar”, comentaron Flavio y Horacio, todavía con los ojos inyectados de recuerdos.
Juan Ramón Seia
Las fotografías
1) Fabricio Dal Molín, Flavio Brea, Eduardo Bonzi y Horacio Marco posando para el recuerdo
2) Un “buscador de oro” en el río “Madre de Dios”, Brasil
3) El cacique indígena que fue el primero de su comunidad en contactarse con la civilización
4) Los viajantes en las terrazas de Maras
5) Fabricio, Flavio, Eduardo y Horacio en el Machu Picchu
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