Esa frase del tango “La última”, de Blanco y Camilioni, sirve hoy a mi propósito de entender y apoyar la postulación de Eduardo Duhalde para la presidencia argentina, hecha pública la semana pasada, en el predio de Costa Salguero.
Su original propuesta de pacificar al país es por demás seductora. Basta con recordar las muertes de Kosteki y Santillán que en un santiamén terminaron con los piquetes tan molestos y produjeron sensación de paz. Realmente hacen falta consultores de esa talla y experiencia para que el Gobierno acuda a ellos cuando se encuentre ante problemas insolubles, como él mismo afirma que ha sucedido tantas veces.
Sus antecedentes pueden no ser tan brillantes pero ¿qué importan si va a devolvernos la ternura de vivir olvidando los crímenes de la dictadura y va a detener definitivamente los procesos judiciales a los genocidas? Lo manifestó hace tiempo, como parte de su propuesta pacificadora y pareció un poco extraño pero resulta muy apto para expandirse como clarinada en un determinado sector de la población votante.
Es cierto que hubo a su alrededor muchas sospechas de vinculaciones con el narcotráfico y que en un almuerzo de Mirtha la religiosa Pelloni, generalmente bien informada, afirmó que “fue cómplice con Menem de la proliferación del tráfico de drogas en el país”, ante el horror manifiesto de la anfitriona. Pero eso no reviste importancia porque, si los cárteles de droga logran su victoria en las elecciones presidenciales, vamos a vivir sin problemas económicos y sin necesidad de tantas discusiones con la utilización de reservas para pagar la deuda externa. Así parece garantizarlo el señor Redrado aplaudiendo su discurso de Costa Salguero junto a Chiche y el rabino Bergman.
Tampoco hay que atender demasiado a lo que muchos todavía recuerdan de su responsabilidad de gobernante apoyando la mafia de la bonaerense que culminó con el asesinato salvaje de José Luis Cabezas, con la orden del jefe Ríos y la ejecución del mandato por el policía Prellezo. Pero ¿quién puede dudar de su pericia política para superar esa contingencia? Lo mismo que cuando, según se dice, incitando ocultamente los saqueos de supermercados logró la renuncia anticipada del presidente Alfonsín y con la misma táctica, aunque contando con la alianza de Ruckauf, pudo darse el lujo de hacer huir a de la Rúa y, al mismo tiempo, salvarse a sí mismo del que “se vayan todos” ya que logró ser consagrado presidente interino desde el 2002 al 2004? ¡Eso sí que es astucia política!
Además, suponiendo que él (que afirmó que los gobiernos deben estar alertas cuando llega fin de año porque es época propicia para movilizaciones destituyentes) no haya “apadrinado” las tomas multitudinarias de predios públicos en los últimos días para probar su teoría de que la Argentina está en situación preanárquica, ¿no es alentador que, distinguiendo entre represión y muerte, se proclame claramente represor para restablecer el orden? Los vecinos de las tierras ocupadas están con este reclamo, favoreciendo las medidas represivas y oponiéndose a la actuación de la policía desarmada. Su ofrecimiento de restablecer el orden, con cierto tufillo a consigna militar, cautiva a muchos personajes importantes como al señor cardenal. Y, a propósito, también habla en su favor la excelente relación con la curia eclesiástica en coincidencia con criterios sostenidos aguerridamente por la misma.
Uno, después de tantas experiencias de intranquilidad, de crispación social o de inseguridad en aumento, como gusta calificarla el rabino Bergman siguiendo al ingenioso Blumberg, ¿no desea, al fin, que esto termine, que se corte la inmigración, que el temor y la muerte paralicen a los que justamente piden el reconocimiento de las igualdades democráticas basadas en los derechos fundamentales y la dignidad, que se anule la imputabilidad de menores? El sabe cómo responder a estos patrióticos anhelos.
Sí, señor senador, su candidatura abre con -y a pesar de todo lo enunciado- una esperanza salvadora.
¡Qué sabia resulta entonces la vieja afirmación tanguera "no me importa tu pasado", que lleva a ignorar todo lo turbio que fue para abandonarse a la ternura de lo que se promete. Cuente entonces con mi voto y con los de muchos que piensan como yo ¡Adelante!

Presbítero Guillermo Mariani