Escribe: Rubén Rüedi

En una entrevista televisiva, hecha con el propósito de promocionar sus últimos libros, el escritor Marcos Aguinis, de reconocida filiación derechista e integrante del grupo de elite intelectual de América Latina conocido como “Aurora”, volvió a emitir juicios que no dejan de sorprender por su sinceridad ideológica y extemporánea ubicuidad, ya que decir que Ernesto “Che” Guevara se dedicaba a fusilar “gays” es una paparruchada propia del odio a esa figura emblemática de las luchas de liberación y de una repetición casi aniñada de los informes conque la CIA nutría de contenidos a las agencias de comunicación en tiempos en que a la mentira era cuestión de echarla a rodar y ésta sola pulía las aristas de la veracidad, hasta convertirse casi en un dogma; tiempos de la desinformación planetaria (antes de Internet) y de la voz autorizada, por prepotencia y terror, del imperio (antes de la invasión a Iraq).
La intención del pensante es ridiculizar la Ley de Matrimonio Igualitario y al Gobierno, además de exteriorizar homofobia.
Esto trae a rémora el estilo de un periodista casi estrella del principal diario cordobés, quien en sus análisis de la política internacional cuenta anécdotas, intimidades y hechos desconocidos de algunos protagonistas del mundo, como cuando hablaba de Sadam Husein llamándolo “sanguinario” y detallando hechos atroces que él no presenció ni puede constatar, a no ser repitiendo lo que dicen los cables; cables emanados, por cierto, desde la estrategia comunicacional del Imperio.
Es decir que todo es subjetivo o más bien totalmente “inconfiable”, viniendo de una nación que basó su política de rapiña internacional a fuerza de mentiras.
Pero volviendo a quien milita en contra de todos los movimientos populares de América Latina y sus dichos altisonantes expresados no casualmente cada vez que necesita promocionar sus libros, llama la atención que siendo parte de una comunidad que sufrió el holocausto y la xenofobia, tenga expresiones de fuerte tufillo racista, y hasta podríamos decir del que emanaba de las piras ardientes de la Inquisición.
El intelectual cordobés, además de reclamar pasmosamente la urgente represión a sangre y fuego -ateniéndose a las normativas constitucionales- de los ocupantes de tierras en Capital Federal, “señala” a la flamante ministra de Seguridad de la Nación como capaz de ejercer ese ministerio por su experiencia en el manejo de armas ya que, según el pensador de “Aurora” habría militado en Montoneros, y no por su capacidad de gestión y liderazgo en el Ministerio de Defensa, a cuyo frente se desempeñó con brillantez, siendo la primera mujer en ejercer ese cargo... lo que es todo un símbolo.
Paparruchada propia de un hombre nostálgico para quien la historia nada ha metabolizado; nostálgico, decimos, ya que Aguinis se refiere en el contexto de estas reflexiones a los militares argentinos como “castrados”, “impotentes”, “figuras decorativas”, etcétera.
Es decir que el hombre cuestiona directamente el apego a la Constitución y el respeto a la democracia que las Fuerzas Armadas de la Nación vienen demostrando de un tiempo a esta parte para orgullo de sus cuadros y del pueblo argentino. Eso es orden, no el de los tanques díscolos y las metrallas matando pobres que anhela Aguinis.
El escritor referente de la derecha liberal incurre, además, en un análisis histórico tan racista como despreciable: tiende un paralelo entre la inmigración europea de principios de Siglo XX y la que actualmente trae al país a ciudadanos de Bolivia, Perú o Paraguay, entre otros.
Para el amigo del rabino Bergman, aquellos “gringos” vivían hacinados en conventillos pero tenían dignidad, mientras que los actuales migrantes de países vecinos viven de manera miserable, son indeseables y constituyen una lacra, es decir que son “indignos”.
Indudablemente, Marcos Aguinis no analiza la historia desde el humanismo: tanto aquellos europeos hacinados en conventillos como estos latinoamericanos que habitan miserables villas de emergencia, son paradigmas del esfuerzo, la cultura del trabajo y la superación personal.
Seguro que el bien hablado está disociado de la tierra, el barro, los sudores y jamás visitó una quinta donde trabajadores bolivianos doblan el lomo de sol a sol por dignificar sus vidas, tal como lo hicieran aquellos gringos llegados de ultramar.