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12 de Enero de 2011
Impresiones de un viaje a tierra azteca
A qué le tiras cuando sueñas
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En México, la presencia armada es permanente

La frase de la canción popular suena en la turbación del presente mexicano.
Con sartén grande y llama de garrafa, una mujer vende quesadillas de panela y chile habanero, a un costado de la Estación Hidalgo, pleno centro del DF. Cerca del puesto callejero, un hombre ofrece su saber de la manera más simple y sorprendente, por una propina. “Información turística” es lo que reza un cartel que cuelga de su cuello. Otro desocupado, armado de un bastón, controla la presión neumática de cada carro que se detiene sobre un “tope” (lomo de burro) de la ruta libre que une Minatitlán con Villahermosa, a cambio de “aguinaldo” (colaboración). Millones de vendedores informales se buscan cada día la vida como pueden en este país de 120 millones de inestables.
México. Sueños que se achican al compás de la libertad con que el capital va imponiendo sus reglas, resistidas en silencio por multitudes aparentemente mansas. Aquí siempre se ha repetido que el pueblo aguanta y aguanta, pero que un día explotará como hace cien años y allí comprobará el mundo las contundencias del ardor mexica.
Tal fiereza, de existir, no se vislumbra. Más parece girar en silenciosa resignación y en la búsqueda de una salida “por la libre”, a lo sálvese quien pueda, prescindiendo de respuestas comunitarias, que tanto beneficio reportaron en otras épocas al pueblo charro.
Algunas marcas del pasado resisten en medio del ALCA aplanador: los sindicatos de trabajadores registrados, sobrevivientes del estado de bienestar, luchan por conservar sus viejas conquistas, las cooperativas agrarias y urbanas se abroquelan, las pequeñas propiedades ejidales viven amenazadas por la autorización estatal de vender tierra, lo que equivale a progresiva concentración, pero aún pelean. La heredad de la revolución corre peligro. Sus hijos pueden perderla en manos de primos advenedizos y voraces, con complicidad de la propia familia.
A qué le tiras cuando sueñas, mexicano. Hoy, para simbolizar, muchos parecen tirarle más al consumo y menos a las banderas; más al momento, menos a la historia. Al día más que al futuro. Más a salvarse a como dé lugar que a juntar fuerza unidos. Después de todo, es el mundo que camina hacia esa meca, aunque duela a los que ponen al hombre y su memoria delante.
Lo mexica se refugia en sus fortalezas. La presencia del dueto cultural de lo colonial y lo prehispánico da todavía algo de tono cultural. Un nacionalismo de símbolo, con banderas tamaño cielo intentando tapar una penetración americana que se huele a cada paso, no alcanza para el disimulo. La estampa consistente de fe cristiana expresada en la adoración de la Virgen, representa una última esperanza para los pobres. El 12 de diciembre, ocho millones de fieles rodean la Basílica de la Guadalupe, certificándolo.
Cancún semeja una sucursal morena del sueño americano, una Miami con estatuas mayas y policías itzáes custodiando el Marriott y el Sheraton, donde derrochan los extranjeros, extienden su mano los camareros y cobra la bolsa neoyorquina.
En una tarde de café y tequila con sangrita, un mozo de bar nos cuenta que gana 1.800 pesos (es el salario mínimo,unos ciento cincuenta dólares) al mes, más propinas. “A veces no nos alcanza para tortillas”, apunta resignado. Pero tiene suerte. Como persona mayor, con algunos años de antigüedad, aún lo cubre un convenio laboral. Los mozos jóvenes sólo trabajan en general por la propina, que aquí es institución. Tampoco cobran sueldo los empleados recientes de las gasolineras. Viven de las monedas que deja el automovilista.
A qué le tiras cuando sueñas. A pesar de estas crueldades emergentes del ALCA y el liberalismo a ultranza, el mexicano se sostiene en su fe y en un optimismo que no aparece cercano a sus realidades. En la playa, un grupo de veracruzanos nos revelan una confianza hija de la carencia de remedio: trabajan de comerciantes en la calle, recorren las empresas y se ofrecen para vender los artículos más disímiles. Nos va bien, afirman. No hace falta que aclaren que la opción es el hambre crudo.
Este sistema parece despellejar el tejido social del país. Tal lógica se corresponde con un esquema represivo que casi no reconoce límites. Por las rutas y poblados puede verse la presencia atemorizante de cientos de soldados y policías con armas largas, carros de asalto y ametralladoras. Todo negocio de cierto tamaño tiene su guardia armada permanente y paga. A diario los noticieros reportan múltiples asesinatos perpetrados sobre todo por el narco y los grupos del crimen organizado. El más notorio es el de “Los Zetas”, un verdadero ejército delincuencial que incluso controla territorios y mantiene conflictos con países vecinos. En los días finales del año eliminaron a decenas de migrantes guatemaltecos, que se negaron a ser “empleados” como sicarios de la organización. En Guanajuato, nueve empresarios que viajaban en combi a cazar, fueron ultimados por la Policía, aparentemente confundidos con un grupo irregular. Los noticieros informan hechos de sangre como si enumeraran los ingredientes del mole.
Estas son sólo algunas marcas de una violencia incorporada como costumbre cotidiana en el país del sur del norte. Un país que come todo el día, desde la madrugada y en las calles, los más increíbles platillos. Tacos, enchiladas y chicharrón de cerdo a las siete de la mañana. Un país que baila con una botella que tiembla en su cabeza, porque la cabeza tiembla. Un país que traga, incorpora y recicla todo lo que vomita el norte. Un país que muere y nace todo el tiempo. Un México envanecido de color y selva, donde brotan quetzales peinados con gel y tracción a cuatro.
A qué le tiras cuando sueñas, mexicano.
A todo, a lo que se ponga delante, para resistir y entregarse, para vivir y sobrevivir. Para ser lo que se pueda, en medio de la sacudida.

David Metral

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