Escribe: Pepo Garay

“Mi elección de viajar no tiene que ver con el trabajo o el dinero. Lo que me incentiva es conocer otros lugares, otras gentes, otras culturas, y así conocerme a mí mismo. Ahí es donde yo encuentro el gusto por la vida”. Con esa máxima como guía, Andrés Alfonso Caicedo, colombiano y viajero, fue recorriendo buena parte de Sudamérica. La aventura, caprichosa, lo depositó en Villa María, su hogar momentáneo hasta que la circunstancia le indique nuevos rumbos. Por ahora, saborea el paso del tiempo desde su puesto de bijouterie ubicado en calle Buenos Aires casi San Martín, en pleno centro de nuestra ciudad. Y entre venta y venta, cuenta.
Alto, morenazo, acento caribeño, Andrés nació 29 años atrás en la localidad de Buenaventura, sobre la costa oeste de su país. Tras una infancia con aroma a playa y mariscos, trabajó como orientador turístico en aquel municipio. Ahí se dio cuenta de que lo suyo estaba emparentado con los desplazamientos. Entonces, siendo aún un adolescente, comenzó a hacerle caso al instinto. Estuvo en Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. En el medio, regresó a Colombia varias veces. Finalmente, apareció en Argentina. Fue hace cuatro meses.
“Las primeras impresiones del país fueron muy buenas. Vi una mayor organización que en el resto de Sudamérica, y gente muy amable. A pesar de mi color de piel, nunca sentí racismo, todo lo contrario, me han tratado muy bien”, cuenta. La pregunta que surge versa sobre las diferencias con su tierra natal. “Yo lo que más veo de distinto es el tema de la violencia, que en Colombia es un problema y se ve bastante en la calle. Acá todo es mucho más tranquilo”, responde.
La charla se interrumpe una, dos, diez veces. Andrés no para de saludar y conversar con la gente. Esa que tan bien lo ha tratado desde que inauguró estancia en Villa María, allá por principios de octubre. Buena oportunidad para conocer sus impresiones sobre la ciudad y las personas que la habitan: “La ciudad me gusta mucho, es tranquila pero también muy bonita. Y la gente excelente, muy acogedora, con chicas preciosas. Todos se interesan mucho sobre Colombia, y yo les hablo de la vida de allá, de las playas…y bromeamos, me río con todos: clientes, remiseros, la gente que trabaja en los negocios de la zona. Por suerte hice muchos amigos acá”, revela. Dice que a los locales les llama la atención su presencia en estas latitudes. Y que no son pocos los que, incrédulos, le preguntan: “¿Qué haces acá?”.
A propósito ¿qué haces acá Andrés? “Bueno, es consecuencia de lo que decía antes: las ganas de descubrir sitios nuevos, de conocer. Estando en Buenos Aires me hablaron muy bien de Córdoba, y en Carlos Paz unos amigos me recomendaron que venga a Villa María, ya que es una región muy próspera y con buena gente. A mí me encanta”. Cuando no atiende el negocio, el hombre se pasa las horas en el río, donde a veces pesca. La práctica le sabe a Buenaventura, lugar al que planea retornar “por un tiempo” en 2012.
Otro cliente marca la pausa. Al lado, Billy y Gilli, dos senegaleses que acompañan a Andrés con sus propios puestos, miran sonrientes. Aclaran que, momentáneamente, no quieren notas. Mientras esperamos a que cambien de opinión, disfrutamos lo exótico de la escena. Los tres le aportan al centro un color que le faltaba.