Todos conocen a Gastón Stéfanis.
¿Todos conocen a Gastón Stéfanis?
Gastón, es el pibe villamariense cuyo caso fue ampliamente difundido por los medios de comunicación más importantes del país.
Gastón, es el pibe de 13 años que fue trasplantado en la fundación Favaloro.
Gastón Stéfanis, es un pibe villamariense que, más allá de ser para muchos, un caso clínico, un hecho médico de trascendencia, un ?milagro de la ciencia?, es siempre y antes que nada, un chico de barrio (de barrio Ameghino, más precisamente) que tiene sueños, inquietudes, pensamientos propios; propios de un chico.
Gastón maduró de golpe. Pero la infancia, afortunadamente, tiene el don y el poder de crear espacios interiores en los que, aun las experiencias límites de la vida parecen convertirse en algo que a los adultos nos cuesta comprender.
-Sí, -me dijo por teléfono cuando convenimos la cita para hacer la nota- vos querés que hablemos sobre la donación de órganos. No tengo problema. ¿Cuándo querés venir? Te doy con mi mamá para que arreglen el día y la hora. Te espero.
Percibí la madurez y la seriedad en ese breve diálogo. Y debo confesar que sentí cierta incomodidad al tener que entrevistar a un pibe, que, además, no es cualquier pibe. Pero pronto comprendí que todo estaba en orden.
-¿Cómo te gustaría que te presente? De todas las cosas que sos, a las que aspirás a ser ¿Cuál elegirías para presentarte en sociedad?
Gastón me mira y piensa durante unos segundos. Sonríe. Es una sonrisa inteligente, que presagia una broma, uno de esos chistes que propone una segunda lectura más profunda.
-Como un ?Hombre biónico?, dice.
Gastón tiene una mirada que lo deja a uno casi sin preguntas, casi sin respuestas.
Ahí está él, junto a un amigo y a su mamá, la tarde en que llegamos con el fotógrafo a su casa de la calle Jujuy esquina Favaloro.
Nos damos la mano. Lo miro a los ojos y me doy cuenta de que ésta será una nota distinta. El manejará los tiempos, los silencios, el diálogo.
Su mamá trae una bandeja con tarteletas dulces caseras. Me dicen que las manufacturó el propio Gastón...
-¿En serio que las hiciste vos?
-Sí, con una vecina nuestra, o mejor dicho, nosotros somos vecinos de ella porque llegamos después, y con quien nos queremos mucho. Yo le digo tía.
-¿Me vas a pasar la receta?
Se sonríe y me dice que sí, aunque no muy convencido.
-¿Te gusta la cocina?
Sí, me gusta mucho.
-¿Qué otras cosas te gustan?
Jugar al fútbol, ir a los vídeos...
-¿De qué cuadro sos?
- De Boca.
-¿Leer, te gusta?
-Me gusta leer sobre medicina. El doctor Pagliero me prestó libros y un diccionario médico y yo, a cada cosa que me decían, la iba a consultar.
-¿Y la escuela?
Gastón no finje. Es realmente sincero y no posa, no ha fabricado un personaje para la entrevista. Por eso responde, con una sonrisa y sin titubear:
-La escuela no; será porque es una obligación, pero la verdad es que no me gusta - y agrega volviendo sobre temas que sin dudas le interesan más que el cole - Ah, también leo sobre cocina. Lo que más me gusta son las actividades físicas, los deportes, sobre todo, el fútbol y el tenis.
-¿Sos bueno jugando a la pelota?
-Antes, cuando jugaba más seguido, era regular. pero ahora soy bastante pata dura.
Su amigo, que hasta este momento ha presenciado la entrevista, interviene tratando de justificar las condiciones futbolísticas de Gastón, pero él insiste en que es ?medio pata dura?
-Sos muy autocrítico...
-Sí.
-¿Cómo estás, cómo te sentís?
-Bien, me siento bárbaro, salvo algunos dolores de cabeza... pero me siento bien. Hace un tiempo, tenía que subir en ascensor los pisos del departamento que nos prestaron en Liniers, en Buenos Aires. La última vez que fuimos, subí caminando.
-¿Y espiritualmente, psicológicamente, cómo te sentís?
-También me siento muy bien. Tengo ganas de hacer cosas, cosas que no podía hacer antes. El otro día hablé con la mamá del chico de quien recibí la donación. Fue una experiencia importante. Sobre todo porque ella no sabía cómo iba a reaccionar yo. Pero a mí me encantó. Ya había hablado una vez, cuando ella me llamó, pero esta vez la llamé yo. Me dijo que quería tener una foto mía y de cada uno de los cinco chicos que recibieron los órganos de su hijo. Por supuesto que se la voy a enviar. Y más adelante, espero conocerla personalmente.
-¿Qué pensás de este proyecto del ministro de Salud de la Nación de que todos seamos donantes a menos que dejemos expresamente escrito que no deseamos serlo?
-Justo hace unos días hablamos de ese tema con mi papá, él me comentaba sobre eso. Me parece genial. Aunque en realidad, sería mucho mejor, sería ideal, que no fuese necesario que exista una ley, sino que la gente tuviese conciencia de lo importante que es donar un órgano, salvar una vida. Porque donar un órgano no tendría que ser una obligación sino que debería representar una felicidad para quien lo dona. Pienso en lo que me dijo la mamá del chico que me donó el corazón a mí, que si ella no lo hubiese donado, sentiría una gran culpa, porque me hubiese privado a mí de seguir viviendo y en ese caso, se hubiesen perdido dos vidas en lugar de una. Pero no podemos culpar a quienes no piensan eso. Cada cual tiene derecho a pensar como quiera. Yo no sé qué miedos pueden tener, y cada uno tiene su respuesta.
-Contame... los médicos siempre te tuvieron al tanto de todo, te informaban sobre tu caso... ¿cómo fue todo eso?
-Sí, claro, me iban informando de todo, inclusive en términos en que yo pudiera entenderlo claramente. Y tenían que hacerlo, además, porque yo no me les quitaba de encima, preguntando.
-¿Y ahora, qué tenés pensado hacer?
-Bueno, ahora quiero recuperar el tiempo perdido, porque en la escuela, por ejemplo, perdí un año...
-¿Perdiste un año o ganaste muchos otros?
Me mira y se sonríe. Entiende claramente a dónde apunta la pregunta,
-Sí, tenés razón, es tiempo ganado.
-¿Cómo te ves a vos mismo, después del trasplante?
Me veo como un chico de nueve años y quiero hacer las cosas que hace un chico, quiero jugar con mis amigos y no preocuparme por otra cosa. Tenemos una barra grande, de chicos y chicas, somos más de diez, y la pasamos bárbaro.
-¿Sentís que toda esta situación te ha hecho madurar mucho en algún sentido, tal vez demasiado pronto?
-Sí, pero prefiero no pensar. Que las cosas se vayan decantando solas. No quiero pensar porque si pienso me voy a volver loco. Ahora quiero jugar.
Este cafecito, estimado lector, ha sido atípico por donde quiera usted mirarlo. No sólo porque el entrevistado no tomó café, no sólo porque es apenas un chiquilín de 13 años. Más que una entrevista para leer, es una nota para mirar. Un reportaje fotográfico.
Los ojos de Gastón son los que hablan, son los que dicen, y dicen más que sus palabras, que por cierto, son profundas, inteligentes, maduras.
Pero la clave está en los ojos, en la sonrisa, en la expresión.
Aprendí algunas cosas, tomando una chocolatada con Gastón. Los chicos tienen esas cosas. Nos enseñan de una manera tan sencilla.
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