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1- Cobran lo que ganan en la semana y en un futuro se prevé que armen una cooperativa. La gente está apostando a ellos porque tienen muchos clientes. “Queremos trabajar”, dijeron. 2- Durante la noche, él también ayuda a su madre en un quiosco. |
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“Después queremos hablar con vos”. Eso expresó uno de los chicos que trabajan en este lavadero ecológico de bulevar Vélez Sarsfield y Alem a este cronista, cuando nos encontrábamos dialogando con una de las operadoras de calle que tiene el municipio. Obviamente, la visita a este local tenía como principal objetivo conocer la realidad de estos jóvenes. ¿Pero, de qué querían hablar los chicos? Esencialmente, de la Policía: porque a pesar de que están trabajando, de que buscan ser hombres decentes del mañana y luchan por salir de la calle, esa calle que los ponía a merced de la droga y la delincuencia, la fuerza policial los estigmatiza, los persigue y los invade, según los comentarios que recogió este matutino, tanto de los pibes como de los operadores.
La charla se extendió una hora, en la que revelaron, entre otros, los siguientes episodios: dos de los tres adolescentes que trabajan en el horario de la tarde se cruzan al quiosco ubicado enfrente del lavadero. Los paran unos efectivos, delante de ocasionales transeúntes (“imaginate qué puede pensar la gente de que nos paren así”, refleja con desazón uno de los jóvenes). ¿Por qué? “Por nada. Es más, yo le contesté: no ve que tengo esta remera (con el logo del municipio y del lavadero Nuevo sol). Me respondió: Sí, por eso te paro”.
Otro episodio, contando por otro de los entrevistados: “Hace pocos días me frenaron. Tienen una actitud provocadora, uno me pegó en la cabeza con una pulsiana”.
La charla con una de las tres operadoras de calle de la comuna había revelado, minutos antes, que “no todos, pero varios de los chicos viven en conflicto con la Policía”. “La verdad es que algunos han tenido antecedentes e incluso de carácter grave, pero ahora están trabajando, luchando por salir de la calle, ganándose la moneda de manera honesta, peleando por ser buenas personas y sin embargo continúan bajo la mirada policial, estigmatizados”.
“El otro día pasaron en un móvil (dijo un pibe a este medio) y uno nos hizo una seña con la mano” que reflejaba que “nos iban a hacer cagar”.
De los semáforos a un trabajo estable
“Nuevo sol” fue fundado por el Gobierno de Eduardo Accastello el año pasado, con apoyo de la administración kirchnerista. Buscó sacar a los chicos que limpiaban vidrios de los automóviles en esquinas tradicionales de la ciudad, en semáforos. Hoy, son seis quienes trabajan aquí: tres lo hacen de 8 a 13, y otros tres de 15 a 20. “Viene mucha gente, está creciendo”, cuentan entusiasmados. De un vehículo se baja “el Gringo”, un joven rubio que tiene muy buena onda con los pibes, quienes lo reciben con alegría. “Fue uno de nuestros primeros clientes. La mayoría viene y después se convierte en cliente nuestro”, resalta uno, evidenciando que la gente queda muy conforme con la tarea. “A las 19 vengo a retirarlo, fachitas”, les dice el rubio y los trabajadores se ponen contentos.
Treinta pesos cuesta lavar un auto, 35 una camioneta y 15 una moto. Se dan turnos, aunque no necesariamente hay que sacarlo para utilizar este servicio.
“Todo el tiempo estamos asegurándonos de que los jóvenes se encuentren bajo techo, que tengan la contención necesaria. El lavadero se enfrenta a diversas situaciones que buscan alejarlos de este lugar, porque la calle es tentadora”, resalta Victoria, una de las operadoras.
“La idea es que en un futuro esto sea una cooperativa y que ya no dependan del municipio”, indica. Dante, Matías y Andrés parecen tener un gran cariño por ella: la abrazan, la respetan. Y ella (licenciada en Psicología) también por ellos: cuando habla y los mira se enorgullece. Y advierte: “Habría que ver si cualquier adolescente de 15 acepta salir a trabajar. En el caso de ellos, tuvieron que hacerlo. Tienen las mismas necesidades y deseos que cualquiera de su edad: una Coca Cola, viajar, una pelota”.
El municipio, a través de diversos programas implementados por la Secretaría de Desarrollo Humano, tiene tres opciones laborales para alejar de la calle a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad social. Una, encomendándoles la tarea de distribución de volantes. Son siete quienes lo hacen. Otra, es el mantenimiento de la plaza Centenario y el Rosedal. Abarca a cuatro chicos. Y, por último, está el lavadero. Amén de los talleres que buscan contenerlos desde la creatividad y el deporte.
¿Desertan? Una de las consultadas dijo que ocurrió el abandono en lo que a volantes se refiere, pero que hay permanencia en los otros dos casos.
La calle es la principal enemiga de este “trabajo de hormiga” de contención (como lo definen los profesionales que les brindan apoyo), porque hay días en que conseguían 200 pesos limpiando vidrios, contra los 200 que, intentan, ganen por semana en el lavadero.
Por lo general, pertenecen a familias que suelen estar ausentes, no estudian y “no terminan de entender, del todo, que trabajar en esto es una experiencia que les puede servir para mañana, cuando busquen empleo”.
“Saben que de la calle nadie los saca: así como es insegura y los expone a flagelos, sienten que ahí son libres, que es de ellos. Tienen todo muy en claro: lo que sucede a su alrededor, el lugar que ocupan en esta sociedad. Muchos se boicotean por ser quienes son”, expone una asistente social que dialogó con este matutino y prefirió no aparecer públicamente.
¿Cuál es el principal peligro al que se exponen limpiando vidrios en las esquinas? La droga. Nadie dudó en decirlo.
“Es el flagelo principal. Atenta contra la salud física, mental, contra la integridad”, subrayó Victoria.
Uno de los pibes que charló con nosotros confesó que está en tratamiento para vencer las adicciones. “Fumaba marihuana, tomaba pastillas, merca. Me hizo mucho mal y me llevaba a robar. Hoy quiero ser una persona diferente, salir de todo eso. Por eso estoy en tratamiento”, confió.
En ellos se instaló hace años la cultura de la moneda diaria. Así, dejaron la escuela y hoy no estudian.
“Me gustaría ser electricista, plomero o gasista. Yo estoy acá y de noche trabajo en un maxiquiosco de mi mamá”, cuenta Andrés, del barrio Nicolás Avellaneda. Le gusta jugar al fútbol y salir a bailar y detesta el colegio.
“No me gusta estudiar. Me sentía encerrado en la escuela”, expresó.
Dante, de 17, y residente en barrio Las Acacias con su familia, se pronuncia de manera similar.
“Dejé de estudiar hace dos años”, contó.
“Me gustaría aprender otro oficio. Quisiera ser pintor... o electricista. El lavadero nos está sacando adelante, pero de grande, cuando tengamos familia, no nos va a alcanzar”, consideró.
Los dos aseguran que, así como la Policía los estigmatiza y no los deja crecer, la sociedad los apoya: “Siempre me sentí apoyado por la gente. Me acompañaban para que salga de eso. Tengo mucha gente que me ayudó y estoy saliendo adelante”, indicó Dante.
Las operadoras prevén salir a las empresas de la ciudad para reforzar la conciencia social, buscando que analicen a estos jóvenes que se están haciendo su lugar en el mundo lejos de la delincuencia que alguna vez los absorbió.
“Tienen experiencias laborales muy buenas. Hay quienes ya dejaron el lavadero y están trabajando muy bien en otro lugar. De toda la sociedad depende el futuro de ellos, quienes ya están, desde hace rato, haciendo todo para ser hombres decentes”, dijo una asistente social.
Se terminan las entrevistas y los pibes vuelven a su labor diaria, expectantes porque hoy se iban a Villa Carlos Paz a disfrutar del fin de semana.
Diego Bengoa
Fotos: Luciano Menardo
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