Escribe: El Peregrino Impertinente
No hay nada más difícil en este mundo que elegir adónde ir de viaje. Sabrán ignorar lo frívolo del comentario las millones de personas que todavía intentan hacer gárgaras con talco o aquellas acuciadas por otros traumas similares. Pero no me digan que no se les hace complicado decidir el lugar para vacacionar. Con la multiplicidad de opciones que hay para escoger. Solamente en Córdoba tenemos cinco o seis valles que a su vez cuentan con decenas de hermosos sitios. A eso hay que multiplicarlo por todas las provincias argentinas (que según los últimos estudios serían 23), para darnos cuenta de que sólo en el territorio nacional, la variedad roza el despropósito.
Entonces, ¿cómo no va a resultar una tarea compleja decidirse por el destino? El mapa es muy grande y las alternativas demasiado tentadoras. Es como ir a un diente libre, y justo antes de atiborrar el plato con 37 variedades de comidas diferentes, sale un chino de abajo del exhibidor y te dice: “No señol, sólo puede elegil una”.
¿Quién puede tener semejante capacidad de síntesis como para optar por un solo elemento de un menú que va del pollo con sabor a mandarina a empanadas de labrador? Imposible. Bueno, lo mismo pasa con el viaje. Te meten en un cuarto oscuro y te dan a elegir entre una foto de la quebrada de Humahuaca, otra del lago Nahuel Huapi y otra de las cataratas del Iguazú. Lo primero que uno va a decir es: “Préndanme la luz que no veo nada”. Y lo segundo, tras efectivamente ver las postales: “Qué jodido ¿y cuánto sale para ir a los tres?” Claro, demasiados estímulos juntos.
Supongo que lo mejor es escuchar al corazón y dejarse arrastrar por sus consejos. Lo complicado es cuando el órgano capitán, insaciable, te dice: “Llevame a algún lado que tenga lago, cascadas, desierto, selva, montaña, mar, sol y nieve”.
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