Escribe: Carlota Molina de Moreno

Creo que en eso, y en otras sanas costumbres, la sociedad actual tendría que aggiornarse (y valga la contradictoria expresión).
No siempre lo que fue, es malo o retrógrado.
Yo viví en la casa de mis abuelos paternos, enfrente de la plaza Centenario, en la década del ‘40.
¡Sííí….!, del cuarenta, aunque os asombre. Lo mismo que los hermanos Juan José y Carlos Cravarezza (que son menores que yo) y los Forestello (con Ada, nos seguimos viendo por haber sido compañeras del secundario) y la pequeña Raquel Rosetti en la tintorería García (con ella compartimos ahora el taller de teatro del PEUAM) y el doctor Negro, cuyo hijo sigue ahí, y los Repossi con sus helados y la Francis Pipino (que luego se casó con Zurro) y los Mirotti (el Cholo y el Coco (con este último aún departimos en los encuentros de compañeros del secundario). Y la familia Folguera, una de cuyas bellas mujeres noviaba con un buen mozo de apellido Cordero (los espiábamos cuando tenían un furtivo arrumaco).
Pero el personaje que llenaba nuestros días de niños traviesos, era el PLACERO.
Cierro los ojos ¡y lo veo patente! Eso demuestra lo fuerte que son los recuerdos de la infancia feliz.
El placero, un hombrecillo de escasa estatura. Sobre su cabeza, siempre un sombrero de alitas cortas dadas vuelta, debajo del cual asomaban sus cabellos desprolijos; rostro de ojos pequeños detrás de unos anteojos redondos, que apenas enmarcaban su mirada… (perdón) irascible. ¡También, con lo que lo hacíamos renegar!
Un día, no hace mucho, le pregunté a Juan (el Pirulo Cravarezza) “¿Te acordás cómo se llamaba el placero?”
-Sí… -un sí laaa…rgo, emocionado y sonoro.
¡Que alegría encontrar ese nombre entre nuestras cosas recordadas!… Aunque se nos grabó mejor su sobrenombre… el que lo enfurecía cuando, escondidos en los laberintos de la plaza, todos a coro le gritábamos:
- ¡Eh!, ¡“Pelito de oro”!
O cuando le encendíamos de día o le apagábamos de noche alguna de las luces y corriendo le volvíamos a llamar… ¡“Pelito de oro”!
Por eso, al leer en EL DIARIO las reflexiones de un ciudadano, referidas a “la vuelta del placero”, sentí una felicidad sólo comparada con el dulce de leche.
Fue como haber atrapado a una mariposa entre aquellas flores de nuestra plaza, porque los chicos le decíamos “nuestra plaza”
¿Me permitirán, villamarienses de hoy, adueñarme de esa plaza y de aquel placero? Aunque sea, hasta que concluya este texto, que por todo lo que me significa, vale la pena que se las pida prestada. Pero esa plaza es también un poco mía, porque antes de sus fuentes, de sus arcos de verdes pinos o cipreses, fue el mercado donde mi abuelo Enrique Molina (nombre que llevó después mi padre, y luego mi hermano, y el hijo y el nieto de mi hermano) tenía un puesto de carnes.
Y han de saber que ya no son mis años, aquellos instantes gloriosos… y la memoria me juega algunas malas pasadas. ¿Será por eso que esta tarde tuve que llamar a Cravarezza y decirle:
-A ver Pirulo…¿podés tirarme de nuevo ese nombre?
Ah, cierto... Bueno, “Pelito de oro”, hoy el Pirulo y yo te trajimos de nuevo a platicar con nosotros enfrente de la Biblioteca Mariano Moreno que se nos vistió de lujo en la medioteca.