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Jorge Giudici (izquierda) junto al autor de esta nota, en el prestigioso restaurante de calle Lisandro de la Torre. El conocido empresario gastronómico villamariense murió ayer a los 51 años y sus restos son velados en Cochería Itatí |
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Sinceramente... qué difícil se hace escribir la semblanza de una persona que ha fallecido cuando se trata de un entrañable amigo.
En principio, la fría letra de la noticia necrológica dirá que a los 51 años dejó de existir Jorge Oscar Giudici, que sus restos son velados en la sala "C" de la Cochería Itatí y que recibirán sepultura hoy a las 10.30 en el cementerio parque La Naturaleza.
Sin embargo, detrás de cada aviso fúnebre siempre hay una historia de vida que merece ser contada, y sobre todo cuando el ser querido que nos deja hizo de la amistad un culto y del trabajo un sacerdocio.
Pues bien, a ese Jorge me voy a referir. Al amigo de tantos años, de cientos de anécdotas, de innumerables confidencias, de alegrías y tristezas compartidas, de cargadas futboleras y apasionadas charlas políticas.
Ese Jorge es el mismo Jorge que se levantó con admirable fortaleza cada vez que la vida le dio un sopapo, y se hizo gigante ante la adversidad. Es el mismo Jorge que supo abrazar el éxito de la gastronomía empresarial en esta Villa María de caretas y simuladores, pero siempre en silencio y con un bajísimo perfil. Es el mismo Jorge que la peleó prácticamente solo en las malas y, aún así, estrechó su mano desinteresada y franca al amigo caído en desgracia. Es el mismo Jorge que les entregó su corazón a la familia y los amigos sin pedirles absolutamente nada a cambio.
Y un día -ayer por desgracia- ese corazón lleno de amor y afecto sucumbió al daño causado por el maldito cigarrillo.
Un hacedor nato
El Jorge del que les hablo hizo la primaria en el Rivadavia y terminó el secundario en "la nocturna" (Comercial), laburando.
Empezó en el mundo gastronómico a mediados de los ‘70, desde muy joven, lavando copas en la desaparecida Chopería Palevich, donde luego se ganó la vida y el mango como mozo de mil batallas. Y así se compró su primer autito, un Fiat 128 del que siempre hablaba con una rara mezcla de alegría y de nostalgia.
Pero como era un tipo emprendedor y arriesgado, lo que se dice un "hacedor nato", con el devenir del tiempo logró resonantes éxitos comerciales con confiterías como Killén, luego rebautizada Kimao, en el mismo local donde funcionó Palevich... y poco después la inolvidable Clapton Club frente a la plaza Centenario, en el edificio de la histórica farmacia Pinardi... y Glass en la galería Internacional, donde antiguamente funcionó Cristal... y hasta un boliche de fin de semana en la costanera, frente a las compuertas.
Desde hace ya varios años, su último puesto de batalla y gran creación gastronómica fue Txoko Restaurant (en la sede del Centro Vasco), quizás el comedor más elegante, fino y prestigioso que haya tenido la ciudad en mucho tiempo.
Allí, con él a la cabeza, su familia en pleno construyó un oasis de calidad y buen gusto que cautivó a los villamarienses con una cocina internacional de lujo.
En rigor de verdad, Jorge siempre fue un amante del exquisito gourmet y se esmeró por atender a sus clientes con encomiable dedicación. ¿Quién no recuerda las copitas de champagne con cereza que invitaba a los habitué de Clapton?
Ese Jorge empresario del que les hablo es el mismo Jorge que hacía de la amistad un santuario indestructible. Y en ese mágico mundo del afecto sincero construía castillos de acero imposibles de voltear.
Aquí quedamos
Hoy nos deja su legado. Una familia maravillosa, con Vilma como abanderada del amor de toda una vida, y con Lucas y Valeria siguiendo sus pasos. Y junto a ellos, Laura y Gustavo. Y más al principio que al final, la pequeña Guada, que sin lugar a dudas fue "la luz de sus ojos".
Después llegamos nosotros, sus amigos... Rubén, el Gallego, Wally, el Nano... su pequeño entorno de charlas y vivencias compartidas, café de por medio, para hablar de fútbol, de los proyectos, de las nuevas ideas, de los éxitos, de los fracasos... de la vida misma.
Sinceramente, qué difícil se hace escribir sobre un tipo tan buena gente, sencillo y querible como Jorge, sabiendo que ya no está con uno. Pero tenía que hacerlo, debía hacerlo (aún con lágrimas en los ojos), en homenaje a la entrañable amistad que supimos compartir.
Parece increíble, pero hace apenas un rato que te fuiste y ya te estoy extrañando.
Dany Rocha
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