Escribe: El peregrino impertinente
Así como el frío es una constante en el pecho de Nalbandian, el calor lo es en el verano. Y es lógico que sea algo propio de esta temporada. La palabra te lo dice: verano. “Vera” de “Al costado, al lado” y “No” de “No te puedo creer el calorononón que está haciendo”.
Nosotros nos quejamos, pero hay que ver lo que es la temperatura en otras latitudes. Vaya al norte argentino, por ejemplo. ¡Papito querido, lo fuerte que está el sol allá! Cómo pega el astro, a la gente no la sacás de la sombra ni con Güemes y sus infernales. Ya los diaguitas se habían avivado de los efectos que producía el calor, y lo utilizaban contra sus enemigos. Caían los españoles todos enlatados en los pertrechos de guerra y los indios se hacían los giles. Se escondían en los ríos, fresquitos, dejando a los súbditos de la reina y el rey a la intemperie. Se asaban solos los guasos. Así fue durante años. Hasta que un día descubrieron a los diaguitas jugando Marco Polo en el agua, y ahí se dio vuelta la tortilla.
Acá, en cambio, lo que mata es la humedad. Una característica intrínseca de la zona pampeana, que incomoda abundantemente. “¿Qué dice m‘hijo? Por suerte está la humedad, que permite que la tierra sea fértil, apta para el cultivo y los John Deere”, me dirá más de uno. Y también tienen razón. Hay que agradecer este suelo rico, que nos da la soja y muchísimos otros alimentos, como la harina de soja, el aceite de soja, la manteca de soja y las milanesas de soja. Lindo muy lindo. Pero si me dan a elegir, capaz que me quedo con el Caribe.
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