Muchas cosas fueron develadas durante la primera luna techada del Anfiteatro, en esta 44º edición del Festival de Festivales. La primera es que el techo todavía no está terminado y esa no es la única parte de la obra a la que le hubiese venido bien unas semanitas más de laburo. La segunda es que la ingeniería genética obra milagros, realmente y así pudimos ver el show del hijo no declarado del furtivo matrimonio Calamaro-Sabina, Coti Sorokin, quien evidentemente fue bautizado bajo los efectos de algún alucinógeno. La tercera es que intentar disfrutar de los fuegos artificiales bajo techo provoca tortícolis, porque las cúpulas y la pirotecnia son como una pareja en crisis, y en el medio estamos nosotros, los hijos, el público, cogoteando como pollitos adentro de un tarro para tratar de ver, no ya cómo estallan los colores en el firmamento, sino, aunque más no sea, una estrellita fugaz de pólvora o el humito de una estela. La cuarta es que el Festival quedó huérfano de luna con esa cúpula ahí arriba, excepto, claro, si tenemos en cuenta al Negro Luna. Y ya que hablamos del conocido comunicador, descubrimos que se llevó Geografía a marzo y presentó a la Reina de la Frutilla, que de paso sea dicho llegó tarde y a cococho, como si fuera la frutilla de la torta, disculpándola porque venía de lejos, del sur del país. La señorita, dulce como una frutilla, le pidió el micrófono para decir que venía de Coronda, provincia de Santa Fe. ¡Chan! La quinta cosa que descubrimos, y ya que hablamos de comunicadores y animadores, es que estos nuevos empresarios que vienen de lejos a vender espejitos de colores lo ningunearon al Gringo Borsatto, reduciéndolo a la mínima expresión del grito inaugural. Y después, mutis por el foro el pobre Miguel, que ya era maestro de ceremonia cuando Zuliani estaba aprendiendo la tabla del dos y Geo Monteagudo recién decía ajó. Pero claro, aunque la locutorita no haya progresado mucho más desde entonces en la incorporación de verbos, sustantivos, adjetivos y otros fonemas, tropos y metáforas, Zuliani se ve que aprendió muy bien las tablas y logra que los números le cierren a él, aunque no le lustre los timbos al Gringo ni a otros animadores que hayan pisado el Hernán Figueroa Reyes. Y encima viene a vender humo, como si los del interior del interior fuéramos tarados. En un momento de paroxismo y anunciando con bombos y platillos toda la obra de la gestión Accastello que le viniera a la mente, batió que Marco Antonio Solís, quien llegará a Villa María el próximo fin de semana, lo hará en un vuelo directo desde los Estados Unidos al Aeropuerto local. ¡Zuliani! ¡Dejate de joder! Cualquiera que leyó la revista Lupín sabe que eso no es posible. Me parece que a la parejita le quedó grande el Anfi y el Festival. Y como una cosa lleva a la otra y recién hablamos de Accastello, la sexta cosa que descubrimos es que, efectivamente, la política es el arte de lo posible. Y así fue como nos encontramos a la familia real local paseando por el Anfi junto con su séquito, el rey del imperio del sur, Juan Jure y el conde retirado, Bachicha Sánchez. Pero pasemos a otro tema, porque desde hoy queda abierto el libro de quejas para los lectores, que ya son bastantes las cartas y papelitos que la gente arrima a la Redacción. Y nosotros nos debemos a nuestro público. Atenti: aceptamos ya que nos impidan con el techo ver la luna, las Tres Marías y la Cruz del Sur, pero es demasiado que ni siquiera se pueda ver el escenario cuando el Gordo Rasso se para de perfil delante de la gente. Hermosos los baños que están bajo las tribunas, con todos los chiches. En cambio, los sanitarios que están al lado de la carpa de prensa son propios de los campos de trabajo esclavo de Nidera. El techo, se comprobó, no parará mucho el frío. Y los escasos cafeteros que andan ofreciendo tienen los Lumilagro fallados. ¡Sáquenle los cubitos al feca! Suele ser costumbre que las damas animadoras se cambien de atuendo a mitad de la velada. La Geo se bancó toda la noche con el mismo modelito. ¿El canje no dio para tanto? Cumplimos con la gente y vamos llegando al final, para decir que lo único que valió la pena en la jornada de anoche (porque los números que había hace rato que no salen ni a los 20), fue la señora Gata, Adriana Varela. Me declaro en estado permanente de amor por la dama del dos por cuatro. Un lujo. Lo demás, puro perro. Por eso, como decía mi abuelo, no hay más perro que La Gata. ¡Ah! Y un anticipo, para que no digan que no quiero colaborar con la organización. Cuando Amor Salvaje cantó en Jesús María, llovió a cántaros; cuando el señor del sombrero aludo se presentó en Cosquín, cayó agua a baldes; cuando el Charqueño actuó en La Chaya de La Rioja, Noé preparó su Arca y cuando estuvo en La Tonada, en Mendoza, el cielo fue un río. El tipo canta esta noche y creo que va por el quinto al hilo. No hay que ser Eschoyez ¿no? No digan que no les avisé.
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