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Pepo Garay (Especial para EL DIARIO)
Saujil no sale en ninguna guía turística. Nadie lo promociona, sólo algunos lo conocen. Raro, teniendo en cuenta las bellezas que lo habitan, las bondades que lo colman. El pueblo está ubicado sobre el oeste de la provincia de Catamarca, a 10 kilómetros de Fiambalá, la referencia obligada del Departamento Tinogasta. A menudo se lo confunde con el otro Saujil, cabecera del vecino distrito de Pomán. Sin embargo, se desmarca rápido de su tocayo. Poco tiene que ver con los paisajes salinos de aquel. Mucho con las visuales fantásticas del ambiente precordillerano.
Ni bien arriba, el viajero ya sabe qué hacer. Bien asesorado, se dirige campante hacia los bordes de la aldea. Allí descansa el mayor tesoro del lugar: las dunas. Fácil es contar lo lindo y fascinante del espectáculo que generan. Imposible describir de manera auténtica las emociones que produce. Son verdaderas montañas, inmensas moles de pura arena. Ni una piedra las contamina.
Así, escalarlo resulta una actividad sumamente placentera. Subir la cuesta es hundir piernas y manos en un gigantesco colchón natural. Con la seguridad que ello brinda, se puede llegar hasta la cima sin problemas y desde allí obtener impresionantes panorámicas del valle. La altura marea, pero el hecho de saberse protegido por el terreno, permite lanzarse sin temores hacia la base del gigante. Rodando como niños, los turistas realizan el periplo a las carcajadas. Los más intrépidos utilizan tablas de sandboard y como quien monta una patineta por pendientes bien inclinadas, llegan a destino a pura adrenalina. En los alrededores, los cerros brindan el decorado perfecto.
@ Bajar los decibeles
Después, lo ideal para bajar los decibles es instalarse en el balneario local, repleto de asadores y espíritu catamarqueño. La represa y la piscina brindan el antídoto contra el calor, que se sufre menos que en nuestro suelo pampeano, por lo seco del clima. Igual el sol pega, iluminando la zona y los múltiples colores de la serranía.
La estampa montañosa potencia la hermosura del entorno, caracterizado por la aridez y la profundidad de los horizontes. Sirve como contrapunto el verde que emana de los viñedos, distribuidos en toda la circunferencia del poblado. La pintura no sólo permite apreciar el contraste de tonalidades, sino también indagar sobre la principal actividad económica de estos rincones.
Los habitantes de Saujil encuentran en la vid un recurso indispensable para llevar comida a la mesa. La mayoría son de pasar humilde y de buena educación. Aunque introvertidos, actúan amables y serviciales con el visitante. Siempre y cuando la timidez no se los impida, gustan de charlar y contar cosas sobre esta tierra maravillosa. Sus movimientos son pausados y distendidos, en línea con los tiempos anchos de la vida rural.
Tras el relax, conviene darse una vuelta por las adyacencias y conocer de cerca los hechizos de la cordillera. En ese sentido, la excursión obligada es la que lleva al Paso de San Francisco, distante a unos 170 kilómetros. Frontera con Chile, el sitio es ideal para disfrutar las postales que regalan, principalmente, picos monumentales como el Incahuasi, El Fraile, San Francisco, el volcán Pissis o el Ojos del Salado, todos superiores a los 6.000 metros de altura.
Luego de la conmoción, la visita a Fiambalá resulta a su vez esencial. Termas, más dunas y más quebradas. Como para quedar decididamente satisfecho.
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