Escribe: El peregrino impertinente
“Estoy crujiente de seco”, me dijo una vez un amigo y yo, naturalmente, me eché a reír. Y mirá que tenés que estar muy seco para crujir, ¿eh? Pero eso, en todo caso, no es culpa de él, sino de este sistema perverso, que nos tiene contra las cuerdas los doce rounds, gancho va, uppercup viene. No da ni para tirar la toalla.
¡Qué desgracia la economía! Se caen los bancos, se desploman las bolsas, tiemblan los mercados, salen tiranosaurios rex... Es terrible. ¿Cómo quieren que uno se vaya de vacaciones en la actual coyuntura? Debería darles vergüenza a aquellos que salen de viaje durante estos días tormentosos.
Al diablo la generosidad para con el prójimo. Al diablo todo. Andar despilfarrando dólares por ahí, desvergonzadamente. ¡En estas condiciones, señores! Es que estamos en el umbral del Apocalipsis ¿O es que no vieron la CNN?
Cara la vida, ¿no?
Crujiente de seco estaba mi amigo. Y, a decir verdad, yo también. Lástima dábamos sentados en el sillón frente a la tele. Los tipos del Discovery Channel viajando por todos lados, cazando cocodrilos, trepando montañas, comiendo jabalíes vivos con los indios de la tribu Heatclif y Rif Raf de Mongolesia. Y nosotros como higos en almíbar, sin más esperanza de viaje que una escapada a La Palestina, para ver una de esas carreras de motos que hacen por allá.
Lo que pasa es que está todo muy caro, che. El clásico sanguchito, por ejemplo, hoy es un lujo. Yo, hasta el de mortadela, llego. Eventualmente, algún salchichón primavera o una paleta medio pálida. Pero ya desde milán para arriba, estamos hablando de exclusividades para bolsillos abultados. Teniendo en cuenta el parentesco innegable entre sanguchito y viaje, esta realidad tiene tintes dramáticos.
El que quiera mirar para otro lado, que mire. Pero a no engañarse. No vaya a ser que después alguna certeza frontal les rompa la cabeza.
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