A pesar de saberla implacable no nos acostumbramos a la muerte. Será por eso que me sorprende el llamado de un colega, aunque no tanto como su voz que dice “murió el Lulo”. El estallido desparrama los recuerdos salpicando toda la siesta. Se paraliza la imaginación. ¿Quién podrá pensar la calle Entre Ríos sin el “Lulo” Tais andando con su bicicleta? ¿Acaso alguien podrá borrar de la postal de la San Martín esos paseos con el caniche blanco? ¿Quién dará esas clases magistrales de estadística en el Inescer?
Si bien el gremio municipal ya no hace asambleas en el frente de la sede de la intendencia, no somos pocos los municipales que le recordaremos asistiendo a esos democráticos encuentros en los que discutíamos cómo hacer para que se entendiera que la violación de derechos a los trabajadores no engrandece ninguna sociedad.
El “Lulo”, colaborador municipal, se acercaba y nos daba ánimo. Dado su bajo perfil nunca faltaba quien preguntara quién era ese hombre y, entonces, se disparaban anécdotas. Todas desparramadas como ahora están los recuerdos: las veces que sufrió la prisión, lo flaquito que estaba cuando volvió a dar clases en el Rivadavia luego de ser nuevamente llevado a la cárcel, pero esa vez a la de la última dictadura. Su militancia en la izquierda, su viaje a Cuba en el ´61 y el encuentro con el Che. La preocupación por las estadísticas de la ciudad y su obra en el Centro Estadístico Regional y tantas cosas más que hizo por esta comunidad.
Me dicen que ha muerto, que se ha detenido su bicicleta, que la correa del perrito está colgada en algún perchero. Me siento en la cama y trato de ordenar los recuerdos que tengo de Roberto José “Lulo” Tais, pero hay muertes que impactan mucho y turban. Sólo me alcanza para decirle adiós.
Jesús Chirino
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