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28 de Marzo de 2011
Editorial
Para tener memoria
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Villa María, como tantas otras ciudades argentinas, recordó el jueves pasado aquel fatídico golpe militar del 24 de marzo de 1976 que tuvo, con el tiempo, terribles consecuencias y heridas que no pueden cerrar. Hace 35 años.
Es que aquí también hubo perseguidos y desaparecidos. Mujeres y hombres que por tener ideas distintas a las de los que hicieron el golpe militar, debieron emigrar, esconderse o, lo que es peor, morir a manos del terrorismo de Estado.
Gustavo Cirelli, periodista y vicedirector de Tiempo Argentino, nos motivó con su escrito del viernes último y vale la pena reproducirlo. Esto es lo que dice:
“Anclar la historia en un día no es mera imposición del calendario; es, si se quiere, un mojón obligado en la memoria. Permite, entonces, aferrarse a un punto para desandar pasado y presente; y convoca a analizar e interpelar a esa historia como una constante que, 35 años después, continúa en tensión entre los mismos actores e intereses que entonces disputaban –y aún disputan–, qué modelo político, social, económico y cultural se debe desarrollar en el país.
Mucho se ha escrito ya, y se seguirá escribiendo, bienvenido sea, sobre los estragos que el terrorismo de Estado provocó en la Argentina. Y es fundamental, necesario, que así se haga, porque las consecuencias de aquello, en los términos más oprobiosos, continúan latiendo en 30 mil ausencias, y la única –o quizá la única- manera de exorcizar como sociedad esos años de muerte es contarlo, decirlo a las nuevas generaciones.
Es la memoria escrita, el testimonio de las víctimas, la impresión documental y, por sobre todo, la actuación de la Justicia, porque la reparación –si es que se puede pensar en esos términos– necesita que los responsables materiales del horror sean condenados para volver a instituir en el inconsciente social el valor reparador de la igualdad ante la ley. Difícilmente una sociedad pueda proyectarse libremente en un futuro más justo cuando los depredadores –materiales, reitero– de una generación anden por ahí, a la par de uno, como lobos al acecho, dispuestos a dar el ataque que nos lleve nuevamente a las catacumbas. La vigencia de tal discusión, que seguiremos dando, resulta imprescindible. Basta sólo echar un vistazo a la edición de ayer (por el jueves) de Clarín, que desapareció de su tapa el aniversario del golpe cívico-militar más sanguinario de la historia nacional, para entender aun más por qué existe, y es necesario Tiempo Argentino. Una ausencia, la de Clarín, expresa y previsible. Los dueños de ese diario, Ernestina Herrera de Noble y Héctor Magnetto, hoy son investigados por la Justicia de la democracia por delitos imprescriptibles cometidos durante la dictadura. Noble, por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, que no es otra cosa que el secuestro (permanente) de las identidades de dos jóvenes, a los que bautizó Felipe y Marcela, y a los que toda la infantería de abogados del multimedio les bloquea –hasta ahora– su derecho a la verdad. Magnetto, en tanto, deberá dar cuenta ante la Justicia, cuando una Fiscalía platense que lo investiga se despabile y lo indague sobre cuál fue su rol en la apropiación de la empresa Papel Prensa que, todo indica, le fue arrebatada a la familia Graiver bajo tormentos.
Un cambio de época que hay que analizar a partir del proceso político que irrumpió en escena en la crisis, casi terminal, de 2001, punto de ruptura social que permitió recuperar valores esenciales de militancia, de resistencia, de compromiso. Valores, muchos de ellos, que supo interpretar el kirchnerismo desde el inicio de su gestión. Algunos, incluso, los potenció. Pero ese proceso no tiene dueño específico, sino una multiplicidad de protagonistas, una multitud de actores, que supieron recuperar la calle para expresarse. Y es la consolidación de ese proceso militante, de pulseada y confrontación –porque lo que se está discutiendo son espacios de poder, y eso es la política–, que muchos voceritos del poder real se ponen nerviosos hasta el dislate. ¿Se puede ser tan infame al creer o decir –que no es lo mismo– que Hebe, Estela y el resto de esas viejas indomables fueron cooptadas por un partido que hoy administra el Estado? ¿En qué cambiaron ellas? Muchachos, no sean pavotes. Nadie es dueño del pasado ni portador de la verdad absoluta, pero Madres y Abuelas tienen un par de acciones bien ganadas como para merecer, al menos, respeto.
Un principio básico de toda pesquisa criminal; de manual, si se quiere, para cualquier cronista de policiales, es preguntarse quién o quiénes se beneficiaron ante un crimen, como primer indicio para determinar el responsable mediato o intelectual del hecho. Y la evidencia histórica, en este caso, está a la vista, y no se acota a la carroña de los Videla, Menéndez, Etchecolatz y demás verdugos. Hace 34 años, la respuesta la dio Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar, texto obligado al que hay que volver una y otra vez, para zamarrear la conciencia de los distraídos. Escribió Walsh: “En la política de ese Gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.” Otro párrafo: “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y a un grupo selecto de monopolios internacionales”.
El desafío, entonces, es y será ocupar los espacios (¿qué fue si no la multitudinaria marcha ayer (por el jueves) a plaza de Mayo?); no dejar resquicio alguno para que avance la restauración conservadora (una definición inmejorable de los intelectuales de Carta Abierta) agazapada detrás de algunos empleados, con careta de políticos, de aquellos beneficiados de ayer, impunes de hoy. El desafío pasa, también, por despejar la maleza de falsos debates. ¿No es increíble que aún se siga repitiendo, no sin cinismo, la justificación del exterminio en la “Teoría de los dos demonios”, revitalizada por estos días? Sólo un maniqueo puede sostener hoy que el militarismo obnubilado de las cúpulas guerrilleras en los años previos al golpe fue lo que precipitó la caída de Isabel Perón y la constitución de un Estado terrorista en la Argentina, algo así como un ramalazo de ira de un demonio sobre otro, lo que borra del análisis el componente clave de lo que significó la dictadura en términos estructurales.
Se acaban de cumplir 35 años del golpe cívico-militar.
Sin justicia, siempre será presente.

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