Eso fue la del 24 en Córdoba. Cuando las calles convergentes en la Av. Colón se llenaron de bombos y tambores, de gente de todas las edades, pero especialmente de jóvenes, que avanzaban con letreros de identificación para buscar un lugar en la columna y el entusiasmo popular. Desde varias horas antes el espacio desde Cañada a Tucumán estaba ya ocupado por diversos grupos organizados. Detrás de la conmovedora presencia de las ancianas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, las que lograron convertir sus lágrimas en búsqueda y reclamos de justicia, con los pañuelos blancos añadidos al blanco de sus canas y sosteniendo con manos firmes, aunque fatigadas, el cartel con la foto de los seres robados, ese gran y conmovedor cartel de HIJOS, detrás del cual los rostros repetían en sus propias facciones los rasgos fotográficos de las pancartas que llevaban, la columna innumerable comenzó a moverse lentamente. Pareció entonces un gigantesco pájaro que intentaba levantar vuelo cuando, sobre la multitud de movedizas cabezas, las banderas de todos colores flameaban afiebradas añadiéndose a la variedad de los inmensos pasacalles y las pancartas identificatorias. Un pájaro volando, que atravesaba la historia de 35 años de dolor y defraudadas ansias de justicia, para posarse en esas calles por las que volaron los ideales y los sueños de toda una generación desaparecida. Asentándose en ellas para construir de nuevo los nidos de la justicia y la esperanza.
Cantos, estribillos, gritos, aplausos, encendidas proclamas y arengas desde los parlantes (superados por las voces entusiastas de los participantes), todo se unía para el reproche, la condena, el reclamo y la esperanza. Frente al primer edificio de la CGT (sede posterior del Arzobispado de Córdoba y luego de una Clínica) la conciencia de la fidelidad a los trabajadores de los grandes dirigentes, encabezados por Tosco, y la traición de la burocracia sindical, se alzó como un monumento a los primeros y una sentencia condenatoria para los otros. Y, a la vez, como advertencia del pasado para el presente.
Junto a la Iglesia de Santo Domingo, otra vez brotó la indignación masiva, ante el recuerdo de la innegable complicidad de la Iglesia oficial con la represión militar, manifestada en un apoyo alentador y hasta místico, de aquellas tareas calificadas como purificatorias de la sociedad nacional.
(Precisamente en estos días, la noticia de la identificación de los integrantes del “vuelo de la muerte” que terminó, entre otras, con la vida de las monjas francesas arrojadas al Río de la Plata, y los nombres de los capellanes que alentaban y bendecían ese proceder, avivó esa indignación general). Con esos escraches institucionales aparecieron también las acusaciones contra grupos y personas que, desde puestos oficiales, presentan hoy sus candidaturas como opositores a un plan de gobierno popular, suponiendo que la gente olvida sus ocultas complicidades con la represión o con los clasistas y corporativos enemigos del pueblo desde siempre.
Los comentarios de la jornada en la plaza de Mayo hablan de cientos de miles de participantes. En Córdoba, marginando los intereses informativos de la prensa, con un cálculo sencillo de lo que significan seis cuadras de General Paz y Vélez Sarsfield abigarradas de gente, y con veredas completas, más las dos cuadras de Colón, entre Sucre y General Paz, no se puede hablar de menos de 30 mil personas, con una mayoría juvenil notable y sorprendente.
Las pequeñeces partidistas que aparecieron en grupos determinados, pasaron inadvertidas. Fue una marcha de memoria dolorida, pero también de alegría esperanzada. Un testimonio irrefutable de que estamos marchando hacia delante, “sin un solo paso atrás”.
Guillermo
"Quito" Mariani,
presbítero de la
Iglesia Católica
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