Hubo un tiempo en el cual los vecinos de Villa María tenían un lugar a donde acudir, un único lugar a donde acudir para adquirir todo aquello que les hiciera falta, con la certeza de conseguirlo. Boyas, anzuelos, cañas, vino, block Canson, papel araña azul o rojo para forrar los cuadernos o los estantes del aparador, papel para barriletes cósmicos, papel para armar cigarrillos, cigarrillos armados, cerveza bien helada, leche, azúcar, dulce de batata de la lata de cinco kilos, goma pero cuadrada, para la gomera... todo, absolutamente todo, a cualquier hora y más tarde también. Don Parmenio Gallo sabía esperar sentado. Antes que los drugstores fueran drugstores, aquí se llamaban Kiosco “Gallo”.
Empezó en el mismo cantero central del bulevar España y allí estuvo, entre las palmeras, hasta que un vehículo se empotró en su mampostería. Enseguida sobrevino la disposición municipal que lo obligó a mudarse unos metros, al número 501 del mismo bulevar, en la esquina con la calle Salta, y su vereda sirvió para que el visionario comerciante instalara unas mesas y unas sillas que los parroquianos agradecieron.
Más que un negocio, más que el primer maxikiosco, lo que Don Gallo creó fue un mojón en la ciudad; para ir a cualquier parte, más allá de que el lugar fuera parada obligada de los remiseros: después del partido en la AFUCO, con los botines embarrados y las medias caídas, los jugadores se sientan sobre las baldosas y estiran las piernas para repasar las jugadas, Coca de por medio. Después del examen en los Trinitarios, los pibes se sientan a repasar las preguntas, Coca de por medio...
Hace unos años, el kiosco más tradicional de la ciudad cambió de manos, porque las del forjador ya merecían la jubilación. Ahora, esas manos angulosas se agitan mansas como cada mañana y como cada tarde, cuando acompañaban el saludo y "que le vaya bien". Gracias Don Gallo, y lo mismo para usted.