Pone las piernas largas sobre la mesa y pregunta, entre condescendiente y curios: "¿De qué vamos a hablar?"
- De sus treinta años en la Argentina.
Los treinta años de Víctor Hugo en la Argentina, por la riqueza y la intensidad de su experiencia, tal vez merezcan un relato de otros treinta años. Acaso en esa idea se detiene Víctor Hugo cuando piensa en la propuesta y pone otra vez cara de curioso y asustado, hasta que responde:
- Mirá que la cinta original tiene muchas grabaciones unas sobre otras. Eso es la vida, en definitiva. Así que ahí vamos...
- ¿Es verdad que estaba preso cuando decidió venirse a la Argentina?
- Sí. Por una pelea en un partido de fútbol, me dieron casi un mes. Fueron a visitarme a la cárcel Paenza y Niembro, con quienes tenía amistad de los encuentros por el mundo y cada vez que venía a Buenos Aires por la Libertadores o con la selección. Ahí ellos me vieron bastante angustiado, creo que en ese entonces yo me sentía perseguido y con mucha bronca, y ellos me preguntaron si estaba dispuesto a dejar todo y venirme a relatar acá. Dije que sí y luego, cuando convencieron al productor Julio Moyano, ya no pude echarme atrás. Estaba muy arrepentido, asustado.
- ¿Por qué?
- Porque salir del Uruguay, donde tenía un lugar extraordinario, para venir acá con un contrato de tan sólo un año, me pareció y me parece aún una locura. Salió bien de pura casualidad, pero no hay día que no agradezca a Dios y a la Argentina lo que hicieron por mí.
- -Habría buenos motivos, de todos modos, para decidirse a venir.
- Sí, claro. Me había entrado la "persecuta". Cuando fui preso no tenía ni siquiera a quién pedirle que me dejaran en la Cárcel Central, un lugar que al menos como cárcel no me asustaba tanto. El régimen ya me había retado más de una vez. En una ocasión me tuvieron horas sentado en un banco porque cuando Uruguay quedó afuera del Mundial de la Argentina, despedí la transmisión desde Caracas diciendo: Buenas noches, país del dolor. Me fueron a buscar al aeropuerto para pedirme explicaciones.
-Se asustó.
-Sí. No era la primera vez pero el susto fue grande. Me llevaron a un lugar en el que nadie me decía una palabra, hasta que me hicieron pasar y me preguntaron qué había querido decir. Y además estaban molestos porque algunos uruguayos exiliados en Caracas cantaron consignas muy cerca del puesto de transmisión y me parece que desconfiaban de alguna complicidad mía. Y hubo otra situación parecida cuando le hice un reportaje a un jugador de Defensor que le dedicó los goles a su hermano y los compañeros presos en el penal de Libertad, que era la cárcel de los presos políticos, y que después de eso no jugó nunca más. Hace poco le hice un vídeo familiar para un cumpleaños. Tarjeta amarilla, usted me entiende, me dijo esa vez un teniente o algo por el estilo.
- ¿Sentía que lo tenían apuntado?
- Vaya a saber. Quizás eran cosas mías, cola de paja. Nunca en estos regímenes hay unanimidad, salvo para un enemigo comprobado.
Posiblemente no había relación entre un caso y otro. A alguien no le gustaba algo y se sentía con la obligación de ponerte en vereda.
Pero bueno, en nuestro equipo nos dábamos el gusto de decir alguna travesura, como tocar timbre y salir corriendo, cosas de poca monta. Modestísimas demostraciones de disidencia con el Gobierno.
- ¿Recuerda algunas?
- Cuando llegó el Mundialito del ‘81, por ejemplo, aprovechando la audiencia importante que teníamos, impusimos una música nuestra que, no quisiera exagerar, pero creo que desplazó la canción oficial del certamen. Aunque quizás lo más importante era no recibir nada del Gobierno, en publicidad, en invitaciones a viajes, etcétera. No podría negar que siempre les tuve miedo o precaución. Había trabajado hasta el golpe en un diario de la izquierda, Ultima Hora; era frentista y votante de Erro, un hombre muy en el extremo de las pretensiones del régimen.
- Ellos sabrían estos datos suyos...
- Suponía que sí. Quizás pensé que yéndome podía empezar de cero. Borrón y cuenta nueva.
- ¿Fue el Gobierno el que le impuso aquella famosa prohibición?
- No fueron ellos, no directamente al menos, aunque una medida tan grave no se podía tomar sin consultarlos. Pero fueron los dirigentes de fútbol. Yo los había criticado por el egoísmo de los clubes uruguayos con la selección. Eran para mí los responsables de no estar en el Mundial ‘78, el único Mundial al que Uruguay no podía faltar. Se enojaron tanto que decretaron una prohibición para que yo entrara a cualquier estadio donde se jugara un partido que ellos, la AUF, organizaran.
- Nunca se llevó bien con los dirigentes, ni allá, ni aquí...
- Lo del ‘78 fue muy triste para el Uruguay. Es posible también que me haya zarpado en las críticas. Yo no soy lector de nada mío y menos del pasado, le temo a lo injusto y mediocre que pude haber sido. Siempre me parece que ahora estoy un poco mejor. Pero recuerdo con dolor que una vez un hombre de la selección muy importante me retiró la mano cuando lo saludé en una reunión en la que coincidimos. Sé que era un hombre digno y es evidente que lo habían ofendido mis comentarios.
- ¿Sobre el Mundial ‘78?
- Sí, y les escribí con desconsuelo que en aquellos días, visto desde el Uruguay, todo me había parecido muy bueno. La preparación del equipo, la ceremonia inaugural, la victoria argentina, la fiesta del pueblo que acompañé a pie desde River hasta el centro cantando con la gente. Hoy lo veo de otra manera, claro. Es el eterno aprendizaje. Cuando después de que Passarella levantara la Copa en Núñez volví a Montevideo, mis críticas se hicieron más duras, tomando el ejemplo argentino, mirá qué sabio era entonces, hasta que se pudrieron y entonces me prohibieron.
- Volviendo a la pelea que lo llevó preso, ¿había sido tan grave?
- Había sido una pelea de las que en el fútbol hay decenas por días. No había ni una nariz fracturada. Yo me iba al otro día a Europa para adelantarme a una gira de la selección uruguaya. Y me fui. Pero a partir del segundo día de estar yo allá iniciaron una especie de obsesiva persecución. Con el tiempo se consideró que todo había sido armado y cuando revisaba los hechos se me hacía creíble esa posibilidad. Que era una factura pendiente. Hasta la forma en que me buscaron fue absurda. Parecía que a alguien le iba la vida en que yo estuviese preso. Y tenía que ser de inmediato. De nada valía el pretexto que daban en la radio sobre la gira que tenía que transmitir (y que al final vi por TV en la cárcel). Cuando volví a Uruguay me esperaban en un auto en la pista, me sacaron del avión y me llevaron a la Jefatura de Policía.
- ¿Cómo lo localizaron en Europa?
- Estaba en la casa de un amigo tupamaro en Zoetermeer, Holanda. Antonio Pérez Uria se llamaba este amigo del alma que conocía de Colonia, con el que habíamos jugado al básquet y quien me había hecho escribir por primera vez en un diario que dirigía. Era relator deportivo como yo, hasta que cayó preso y luego se escapó a Buenos Aires. Se salvó raspando en la Argentina y finalmente se fue a Holanda.
- ¿Y fueron directamente los militares a la casa de su amigo?
- No. Estábamos con él y sus compañeros, una reunión numerosa de exiliados, chicos nacidos fuera del país y mucha cerveza. Esa alegría que se produce en medio de la tristeza infinita de estar lejos de lo que se ama... Y en el transcurso de la cena me localizó el abogado de la radio de Uruguay para convencerme de que volviera. Mi familia sabía dónde estaba y se asustó con la presión que había. "En los diarios dicen que lo van a mandar a buscar por Interpol", me dijo el abogado de la radio. "Véngase, esta gente está empecinada." Me llevaron en auto a París y me tomé el primer avión a Montevideo. Era tan gris la ciudad aquella mañana holandesa, tan triste la madrugada y la partida, que me quedó la imagen para siempre. Andando el tiempo, en su retorno, Antonio llegó a trabajar en mi equipo en Buenos Aires unos cuantos años, hasta que murió.
- ¿La gente cómo veía entonces a los tupamaros?
- Había simpatía en general y la misma declinó cuando ocurrieron las primeras muertes. Con eso es muy difícil transigir. Pero al principio hicieron cosas geniales. Las denuncias, las fugas, el romanticismo latente. Pero fue breve. Con enorme rapidez los militares controlaron la situación porque la estrechez geográfica del país era una contra muy grande para el movimiento. Después que apresaron a los líderes, todo se les hizo más fácil; decayó la mística y ya no hubo forma de seguir adelante.
- Hasta que un día llegaron al Gobierno.
- Sí, eso ha sido extraordinario. Y pienso que sin ellos la izquierda uruguaya hubiese sido siempre fuerte, pero no habría llegado a ser más de la mitad de la población. La revolución fue una locura, pero no tanto. El tiempo le dio una gran utilidad porque sobre la utopía aquella se pudo construir una realidad superadora para el país.
- Entonces, Víctor Hugo: febrero del ‘81, ya está en Buenos Aires. ¿Qué quedaba atrás?
- Gratitud, miedo, errores, un aprendizaje incompleto y apurado al trascender más de lo que había soñado. Me ayudó, me convenció, un detalle final muy extraño. En los últimos meses llamaron al dueño de Radio Oriental para recriminarle a él, ya no a mí, que yo había tenido una expresión grosera al decir "esto no tiene gollete" en una transmisión o en una audición, no recuerdo bien. Romay, que así se llamaba el dueño, poco antes me había aconsejado paternalmente que no me fuera. Yo le pregunté si se bancaba el simple llamado de un cabo diciéndole que vería con buenos ojos que prescindiera de mí y él había respondido que eso no iba a suceder, que no embromara. Pero luego, cuando me contó lo del gollete, me pareció que me daba la razón, que él también se daba cuenta de que era mejor romper con el medio. A veces se llega a eso en la vida. Ya no sabés por qué, pero tenés que mudarte, cambiar los muebles, darte un aire nuevo. Y unos meses después estaba en un avión, sin entender nada de mi propia vida, achicadísimo, rumbo a esta ciudad con la que, como dije cuando me hicieron ciudadano ilustre, me terminé casando.
(Agencia Télam)
Otras notas de la seccion Deportes
El peor Agosto de su vida
Argentino, campeón
Jockey no pudo con Athletic
Otra victoria del "Sanmar"
Villa María, subcampeón
|