Señor director:
Cada año, la cristiandad celebra la Semana Santa desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección.
El Domingo de Ramos, Jesús de Nazareth entró en Jerusalén montado en un asno, siendo aclamado por una multitud llena de júbilo, poco después tuvo lugar un cruel y terrible juicio ante la muchedumbre.
Cientos de personas habían conocido y escuchado a Jesús, habían oído su voz. Muchísimas personas del pueblo vivieron en aquella época cómo Jesús les enseñó, pues él les trajo el gran amor del Padre y les enseñó que el Reino de Dios estaba en el interior de cada uno de ellos.
Sin embargo, cuando los esbirros del gobernador romano le aprisionaron, los que pertenecían al pueblo lo abandonaron, negaron la relación que tenían con él para salvaguardar su propia seguridad.
De una forma simbólica, Jesús vuelve a ser crucificado a cada momento. Algunos dirán, “pero yo quiero ser un buen cristiano y nunca le he crucificado”.
Sin embargo, el darle la espalda y mirar para otro lado anteponiendo ritos, dogmas y cultos, ¿no es crucificarle?
Obviar su Sermón de la Montaña, considerándolo como utópico, ¿no es crucificarle?
Estar enemistado con el vecino, con familiares, odiar a compañeros de trabajo y desearle el mal a todos los que no piensan como yo, ¿no es crucificarle?
Acumular riquezas mientras otros mueren de hambre, ¿no es crucificarle?
Bendecir tanques y enviar soldados a la guerra, ¿no es crucificarle?
Lo verdaderamente cristiano es el perdón, es la reconciliación, es la comprensión y el respeto, es la ayuda desinteresada. El no hacer distinciones ni ponerse por encima del prójimo, es estar los unos por los otros y también poner la otra mejilla.
Quien tenga oídos que oiga. Quien lo pueda captar, que lo capte.
Maximiliano Corradi
DNI 27090991
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