Lo llaman el Jardín de Punilla. Basta con echarle una ojeada para entender porqué. Ubicado en el epicentro del valle, Villa Giardino explota de naturaleza. Un verdadero edén que entre vegetación y montañas alberga habitantes dichosos de mirar lo que ven. Terreno bendecido de encantos y armonía, atrae las ansias foráneas. El arquetipo de pueblo serrano, llevado a su máxima expresión.
La localidad descansa 86 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba, rodeada de paisajes que el viajero no quiere dejar de conocer. Las laderas, pequeñas quebradas y delicias varias de los alrededores, configuran un anzuelo de gran poder persuasivo. Caminos de sorpresas llevan a recorrer los límites de la comarca. Arboles potentes, hojas secas que caen y crean la alfombra. Entorno ideal para el paseo.
@ Variedad de opciones
La primera parada será la Reserva Natural El Portecelo. Cercana al casco urbano, es hogar del Balneario Municipal. Vigilado por lo rayos de sol y la sombra del follaje, el río San Francisco discurre suave. Sobre la ribera, asadores y parcelas para acampar comulgan con la paz del lugar. Juncos, totoras y piedras son alicientes del escenario, que se complementa con el dique lindero.
Siguiendo el paso del agua rumbo al sur, aparece el célebre Molino de Thea. Se trata de un antiguo molino de piedra usado desde mediados del Siglo XIX y que hoy es el icono máximo del pueblo. La cúpula de madera superior hace las veces de mirador, desde el cual se pueden apreciar los alrededores. La pequeña cascada y la espesura que la rodea, rematan el embrujo de la obra.
Pero si de recorridos se trata, nada en Villa Giardino como el Camino de los Artesanos. Un atrapante circuito de ocho kilómetros que une al municipio con su vecino La Cumbre. El paseo fusiona lo mejor de los atributos locales: horizontes montañosos, verde circundante y el talento de los artesanos de la zona, verdaderos maestros en el trabajo con la piedra, la cerámica y la madera. También destacan los productos realizados en las granjas de los alrededores, como quesos, embutidos, dulces, conservas y hasta licores. Los puestos se van sucediendo al ritmo de la ondulante ruta, mechados por casas de té que ofrecen diversas exquisiteces, como tortas y sándwiches caseros.
El retorno al centro viene cargado de nuevos placeres. Por avenida San Martín, el caminar pausado de los parroquianos refleja el talante del poblado. Algo más de seis mil habitantes viven sin prisa ni estrés, como mimetizándose con la pintura. La amabilidad y el saludo son constantes que, como en todas las sierras, se valoran y agradecen. Algunos comercios de recuerdos, restaurantes y hosterías marcan el semblante turístico de estas latitudes. Carácter que sin embargo lejos está de entorpecer la autenticidad de la calle. Aquí, las vacaciones ajenas no interfieren en los usos y costumbres de la gente.
@ Idiosincracia serrana
Suenan las campanas y los fieles se dirigen raudos a la iglesia Nuestra Señora de Lourdes. Capilla de rasgos sencillos y apaciguados, tan propios de la idiosincrasia serrana, es punto de reunión de los hijos de Villa Giardino. La devoción religiosa del pueblo también puede apreciarse hacia las afueras, en el sector conocido como La Cañada. Sirvan de ejemplo la Capilla Nuestra Señora de la Merced, construida en el año 1770, y la Gruta de Lourdes.
Los rezos, promesas y agradecimientos revolotean en el aire de Punilla. Su jardín los junta y los devuelve al ambiente con más pureza para repartir.
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