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1- Bergman, Richard, Cravarezza y Norman, en 1956. 2- Norman, Cravarezza, Richard y Bergman versión 2011 |
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Mi hermano Norman me llamó por teléfono y me dijo: “Nos vamos a encontrar con Carlos Cravarezza y Carlitos Bergman esta tarde a las cinco en la plaza para sacarnos una foto igual a la que nos tomamos en 1956 ¿Te acordás?”
“Buenísimo, claro que me acuerdo” le contesté, y luego le pregunté “¿dónde nos encontramos?”
Norman me respondió sorprendido “¿cómo dónde? En la esquina de Forestello” (Forestello era una juguetería y regalería que dejó de existir hace muchos años y que estaba ubicada en la esquina de Santa Fe y José Ingenieros, y era el punto de encuentro a partir del cual iniciábamos nuestras aventuras).
Aquella vieja foto fue tomada en la plaza Centenario el 29 de julio de 1956. Ese día el Pirulo Cravarezza, el hermano mayor de Carlos, cumplía 18 años y todos los pibes del barrio habíamos sido invitados al cumpleaños. Claro, pero ¿qué hacía yo con 6 años (o Norman con 9 años, o Miguel, nuestro hermano mayor que no está en la foto, con 11 años) en el cumpleaños de un muchacho de 18 años? Lo que sucede es que en el barrio, además de miembros de la barra, éramos amigos y hermanos, como si fuéramos parte de una gran familia.
Sobre la foto de 1956
La instantánea fue tomada por el fotógrafo de la plaza. Nosotros siempre lo veíamos mientras jugábamos, sacándoles fotos a un par de novios que estaban de paseo por Villa María, a un marinero que venía a visitar a su familia o a una familia con sus hijos. Varias de las fotos estaban en exposición en la misma máquina de fotos detrás de un vidrio.
Pero ese día nos tocaba a nosotros sacarnos la foto. Era todo un lujo que nos podíamos dar porque era el día del cumpleaños de Pirulo y los Cravarezza pagaban la foto.
El fotógrafo ubicó estratégicamente el alto trípode en cuya parte superior estaba la enorme cámara de fotos. Nos dio las indicaciones sobre cómo ubicarnos, se inclinó sobre la máquina, nos enmarcó con el visor, luego se cubrió la cabeza y parte del cuerpo con una extraña manga gigante que salía de la cámara y que lo cubría hasta la cintura, de modo que sólo se veían sus piernas y parte del trípode. En ese momento escuchamos la voz del fotógrafo distorsionada y apenas audible que provenía de lo profundo de la misteriosa manga que lo cubría , y que nos decía: “Quédense quietos, no se muevan, miren que ya saco la foto”. Después oímos unos ruidos mecánicos que provenían de la cámara y vimos que el obturador de la lente se abría como el inmenso ojo de un dinosaurio, nos observó un instante y luego se cerró perezosamente.
Finalmente apareció debajo de la manga el fotógrafo transpirado y despeinado, a pesar de la abundante gomina que se ponía cada día, pero sonriente porque había tomado una buena foto en la que nadie había salido “movido” gracias a sus oportunas indicaciones.
Villa María, una ciudad especial
Pasaron los años y cada cual en el barrio fue tomando su camino, sin embargo seguimos perteneciendo a esa familia. Son esas cosas extrañas y misteriosas que ocurren en los pueblos. Claro que alguien me podrá decir que Villa María ya no es un pueblo sino una gran ciudad. Yo le respondo que sí, es cierto; es la mejor y además la más linda. Sin embargo en su nombre hay una clave que no debemos perder de vista y que determina un aspecto de su identidad. Se llama “villa” y entonces, no importa cuán grande sea ahora, o llegue a ser en el futuro; en su alma Villa María seguirá siendo un pueblo, una villa, en la que los pibes del barrio seguirán siendo amigos y hermanos por el resto de sus vidas.
Si no dan crédito a mis palabras, aquí está la prueba que confirma mi planteo: estas dos fotos separadas en el tiempo por 55 años, demuestra que seguimos siendo de la barra de la plaza y que el tiempo no pudo vencer nuestra amistad.
Richard Zandrino
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