Escribe:
Rubén Rüedi
Un día, del tren bajó aquel muchacho de particular fisonomía. Por unos minutos quedó inmóvil observando los detalles de la estación. Luego, miró hacia todos los horizontes de la Villa y al fin se dispuso a emprender la marcha rumbo al hotel de los Lombardo, ubicado calle de por medio a tan sólo metros de la estación. Bajo un brazo llevaba un raído lío de ropas y bajo el otro una desvencijada cámara fotográfica, con la que crearía su propia imagen durante algún tiempo.
Caminó la poca distancia y, sin saberlo, dio los primeros pasos para entrar en la historia de la ciudad a la que distinguiría con su impronta. Salomón Deiver llegaba a Villa María como quien llega al umbral de los sueños.
Promediaba la segunda década del Siglo XX; Villa María contaba con algo más de diez mil habitantes. Por las polvorientas calles de la Villa sólo circulaban unos veinte automóviles y a una velocidad que no podía superar, por disposición municipal, los catorce kilómetros por hora. Con esta comarca en plena evolución hacia los designios del progreso se encontró aquel hijo de árabes, nacido en la provincia de Buenos Aires, cuando llegó a Villa María. Nada lo sorprendía; pese a su juventud, venía de fatigar caminos por dispares rumbos en busca de un sendero definitivo. Y aquí se convertiría en un extraño fenómeno de la construcción personal; cuestionado por la paquetería social y vencedor, al fin, de su propio estigma.
Deiver le lustró los zapatos a los que luego gobernó. Fue fotógrafo ambulante y canillita; vendió los diarios que después lo resaltarían en sus portadas. Luchó con denuedo para ser alguien en una comunidad difícil y exigente, desde aquellos tiempos. Y vaya si lo fue; superó todas las adversidades que la vida y los hombres le antepusieron en el camino hacia sus realizaciones individuales y colectivas. Llegó a ser dos veces intendente elegido por el pueblo y, en esta ciudad, uno de los caudillos políticos emblemáticos del Siglo XX.
Salomón Deiver dejó un rastro indeleble en la historia villamariense y en ese rastro quedó para siempre en la memoria ciudadana el inolvidable zoológico, una de sus obras distintivas y con marcada connotación social.
Deiver triunfó por primera vez en elecciones municipales el 10 de marzo de 1940. Su propuesta electoral se basaba, entre otros compromisos, en la reconstrucción del puente Vélez Sarsfield. Pero antes, tuvo que en enfrentar a su propio jefe político, Amadeo Sabattini, quien tenía preferencias por otro candidato.
El nuevo y singular intendente sorprendería a quienes dudaban de sus intenciones y cumpliría en tiempo y forma sus promesas electorales. El 29 de abril de 1941 el viejo puente estaba nuevamente en pie. Para ello, contó con la suma de voluntades vecinales, a las que supo aglutinar en torno al esfuerzo común que haría posible la reconstrucción del fracturado brazo de hierro y madera que se extendía sobre el río como símbolo fraternal entre las dos Villas ribereñas.
Deiver miró siempre hacia el río; el serpenteante cauce fluvial fue, desde tiempos pretéritos, surtidor de vida y generador de confluencias humanas. Abandonadas sus riberas a los designios de natura, la costa era casi inaccesible para los vecinos. Salomón, con sentido social y urbanístico, proyectó acciones tendientes a recuperar para la gente las orillas del río.
Al cumplir un año de su primera gestión, el intendente del pueblo mostraba algunos de sus anhelos, tan ambiciosos como cuestionados: la creación del Parque Infantil, el Jardín Zoológico, El Rosedal y la Gruta de la Virgen de Pompeya; lo que luego se vería coronado con la erección del Cristo Redentor, inaugurado el 27 de setiembre de 1942.
Desde el puente Alberdi hasta el bulevar Sarmiento se extendía el sorprendente espacio, con el Parque Infantil y el Zoológico, que harían las delicias de los villamarienses de todas las edades. Para ello hubo que erradicar el basural allí existente, desmalezar el sector e instalar todo tipo de juegos infantiles. También la construcción de jaulas y la infraestructura necesaria para albergar a los animales del Zoológico; inédito en una ciudad del interior provincial.
s El Parque Infantil
Deiver fue sobreviviente de un destino personal que pudo llevarlo por erráticos caminos. Y como todo sobreviviente, supo agudizar el ingenio para salir airoso de las dificultades que le presentó la vida; ingenio que aplicó también en su obra de Gobierno. Así fue que para nutrir de animales al Zoológico, gestionó donaciones en circos, empresas y otros municipios.
En lo que respecta al Parque Infantil, inaugurado en el festivo sábado 26 de abril de 1941, utilizó hierros en desuso del corralón y materiales sobrantes de la presa del balneario que, con algunos infortunios, también construyó. Con esos elementos levantó un arco que hacía las veces de pórtico en la entrada del Parque y puentes que unían al espacio con dos islas principales existentes en el río, extendiendo de esta manera el mágico recreo. Una de las islas fue dotada de iluminación y la otra quedó sin luces, lo que ocasionó ácidas críticas por parte de sus detractores. Pero Salomón, siempre repentino, contestó que esa oscuridad tenía un motivo y dijo más o menos lo siguiente: “Es para que mis negros tengan un lugar de intimidad”.
El Parque Infantil contaba con columpios, hamacas, calesitas y aeroplanos. En la obra también se había proyectado una pista de patinaje. En el sector del Parque existían otras pequeñas islas sobre el río, que el ingenio del popular intendente supo aprovechar como espacios de recreación. Para tal fin, hizo construir los famosos y simpáticos “puentes criollos”, como él gustaba llamarlos, que no eran otra cosa que improvisadas pasarelas armadas con maderas sobrantes y tablas de cajones de embalaje que donaba el comercio de la ciudad para tal fin.
Vale la pena reproducir fragmentos del Boletín Oficial editado por la Municipalidad de Villa María, en este caso el número correspondiente al 31 de mayo de 1942, donde se trata de explicar la importancia de estos precarios puentes y el propósito de los mismos, con comparaciones que resaltan la particular visión de Deiver sobre su propia obra y su ingenio para arreglárselas con los recursos que tuviera a su alcance.
En el corazón del río Tercero, en uno de los parajes más hermosos de su recorrido, frente al Parque Infantil, donde la mano del hombre a creado con riqueza de ingenio paseos maravillosos y donde la naturaleza cuyo prestigio es debido a la grandiosidad del presente, han hecho que se ganaran al río las islas que son hoy el lugar predilecto de la población, al convertirse en el refugio reparador, dulcificado con la sana naturaleza. (…) Ligadas con la tierra firme por medio de los puentes criollos, que se comunican con todas las islas, diseminados en estratégicos lugares para facilitar así el rápido descongestionamiento armonizando de esta manera su típico y natural encanto de ser uno de los parques más hermosos de la provincia.
La publicación continúa destacando las virtudes de los puentecitos y de su inspirador, el propio intendente, para terminar con una exaltada valorización de las originales pasarelas:
Los puentes criollos, fruto de la concepción del materializador virtual de este Parque, el intendente don Salomón Deiver que ha transportado de esta manera el progreso en una forma práctica y que no resulta onerosa para el pueblo, ya que su construcción fue hecha por el personal estable del Parque utilizándose material desusado, hechos enteramente de madera, con fuertes tablones sujetados con gruesas cuerdas de alambre que les aseguran una estabilidad perfecta, asemejándose muchos de ellos a los célebres puentes colgantes que se han hecho famosos en todo el mundo.
En otra parte de ese Boletín municipal y como una manera de reconocer la precariedad de esas construcciones y justificarlas ante las críticas que llegaron cuando pasó la primera creciente, la publicación agrega:
De más está decir que la misma creciente barre despiadadamente estos puentecitos, pero como su costo es simplemente lo que cuesta la mano de obra, o sea $30 m/n, no significa ningún gasto fuerte para el erario comunal, por lo que de inmediato son repuestos cuando la creciente termina con ellos.
s Un hombre
con ingenio
Pero no sólo puentecitos criollos había en el Parque Infantil, pues también la inventiva del intendente hizo posible que en un brazo del río los villamarienses gozaran de las mansas aguas en días de verano y refrescaran sus humanidades en la “pileta criolla”, que así fue reconocida. La nueva y creativa obra deiveriana era explicada por la falta de una pileta de natación en la ciudad y la carencia de recursos para construirla. Entonces, Salomón agudizó otra vez su creatividad y en un sector del río, a la altura del Parque Infantil, encontró el sitio adecuado “por las características que presenta allí la naturaleza”, según dice el Boletín municipal del 31 de octubre de 1941, que luego agrega:
Concentraba aquel lugar todas las condiciones que esta clase de obras requiere, un canal formado por uno de los brazos del río ofrecía esas perspectivas, y a la vez que se podía hacer con una enorme economía de material, los estudios realizados por los técnicos del Departamento de Obras Públicas, dieron razón de tan magnífica idea, su construcción total costaba solamente noventa y seis pesos, o sea el valor de las tablas, hierros, etcétera, que es necesario para retener el agua, y dar así, la profundidad deseada.
La pileta criolla, que según la publicidad oficial era para “ricos y pobres”, tenía una profundidad que variaba de los ochenta centímetros a los dos metros y medio. La profundidad era “regulable por un sistema especial” y el agua “renovada mediante la corriente continua natural, que es producida por la correntada del agua que proviene del dique de Río Tercero, precioso líquido dulce de una limpidez digna”.
De esta manera, cerrando con maderas y chapas un brazo del río, Villa María tuvo su primera pileta de natación que, además, tenía “un trampolín de bonito diseño”, según lo manifiesta la difusión municipal. Salomón Deiver venía de la calle, ésta le dio la capacidad necesaria para agudizar el ingenio ante los imponderables de la vida. Por eso, Deiver era capaz de convertir el barro en oro.
s Erase una vez un zoológico
La obra de Deiver en el sector aludido revalorizó no sólo la costanera, donde concretó un ambicioso proyecto de forestación, sino, principalmente, el sector urbano aledaño a esas realizaciones.
Donde actualmente se encuentra el monumento ecuestre al General José de San Martín, hizo El Rosedal con sus glorietas; un espacio tan candoroso como original, donde los domingos se realizaban bailes y todo tipo de manifestaciones populares. Para recuperar ese espacio erradicó la caballeriza y el corralón municipal, que se encontraban entre las calles Mariano Moreno, Santiago del Estero, Rivadavia y bulevar Sarmiento.
Frente al Rosedal se erigió la Gruta de la Virgen de Pompeya y enfrente, sobre la costa del río y junto al Parque Infantil, el legendario Zoológico.
El Zoo villamariense llegó a tener casi ciento cincuenta animales; entre llamas, avestruces, faisanes, simios, una víbora lampalagua, un tigre, gacelas y guacamayos. No faltaron extraños ejemplares producto de deformidades congénitas; como la gallina de tres patas, el pato de igual cantidad de extremidades y otro con patas de gallina. También los burritos, entre los que se destacaba un ejemplar enano originario de China, fueron todo un emblema del singular proyecto deiveriano. Pero las máximas atracciones del cautiverio eran la osa Cándida y el león Carlón. Este último quedó grabado en la memoria ciudadana como el símbolo del Zoológico. El rey de la selva había sido donado en 1942 por el Zoológico de La Plata; hasta donde acudió el propio intendente en una camioneta para traer al animal a la que sería su morada final.
El león Carlón llegó a Villa María arrastrando un trágico pasado. El felino había sido desechado por un circo ambulante luego de tomarse revancha, harto de soportar latigazos, con dos de sus domadores, los que diluyeron sus vidas entre las mandíbulas de la bestia. A los doce años de permanecer en el Zoológico local, en la primavera de 1954 Carlón murió en su jaula, lejos de su selva natal y junto al río que con sus rumores lo arrulló al expirar.
Pero Deiver no se daba por vencido. En su segunda Intendencia, a la que llegó en las elecciones del 23 de febrero de 1958, acudió en busca de otro león y así llegó un nuevo rey al Zoológico, esta vez donado por el de la ciudad de Córdoba.
La obra municipal que inició decididamente la recuperación de la costanera se completaba con la plantación de cuarenta mil árboles, durante los tres años iniciales de la primera Intendencia de Deiver, en un trayecto de mil doscientos metros.
En las tardes de domingo, el sector comprendido por el Parque Infantil y el Jardín Zoológico, la Gruta de la Virgen de Pompeya y El Rosedal, era el epicentro de la vida familiar villamariense. Miles de vecinos acudían a los espacios de recreación que la sensibilidad social del histórico intendente había pergeñado en beneficio de la calidad de vida de la población.
El Zoológico se desvaneció en el tiempo como se desvanecen las cosas bellas de la vida. Los frecuentes desbordes del río fueron deteriorando la infraestructura y diezmando la población animal. Pero en esto también ayudó la desidia de los gobiernos de turno posteriores a Deiver que, seguramente, renegaban de la magna obra de Salomón. En 1967, cuando la ciudad se aprestaba a celebrar el Centenario de su existencia, los últimos vestigios del Zoológico se fueron hundiendo en los recuerdos; pero nunca en el olvido.
Salomón Deiver fue un antecesor de la justicia social, que irrumpió en el país como política de Estado a mediados de la década de 1940 y, más allá de sus obras candorosas, la impronta de sus gobiernos municipales quedó plasmada en las emociones villamarienses por la sensibilidad popular que, como un signo distintivo, le imprimió a sus acciones; tanto en la gestión pública como en su propia vida.
Aún en los oídos del tiempo se escuchan los rugidos leoninos que en las apacibles siestas de estío llegaban hasta el centro. Se oyen las risas de los niños que se columpian en las hamacas del Parque. Aún suena la música popular de los bailes domingueros, cuando El Rosedal adquiría dimensiones edénicas con los besos enamorados y los encuentros furtivos. Nada de aquello ha muerto, todo permanece en el arcón del pasado esperando la redención de los años. Los años, que nunca podrán borrar los momentos felices de la ciudad.
s La justicia social
Además de su obra más famosa a orillas del río, Salomón Deiver concretó otras que lo definen como un precursor de la justicia y la sensibilidad social en la gestión pública. Dio respuestas a demandas que siempre habían encontrado la incomprensión en los gobiernos de turno. Determinaciones postergadas en pos de las grandes obras públicas y, a veces, alejadas de los dolores humanos.
Cuando Salomón llegó al Gobierno comunal, las familias de condición humilde no contaban con medios para trasladar a sus seres queridos difuntos hasta el cementerio en coche fúnebre, después del velorio que se realizaba en domicilio particular. Entonces, el municipio se hacía cargo del traslado, de la manera más práctica e indolente imaginable: cargaban el cajón en un camión municipal, por lo general el mismo que se usaba para la recolección de residuos, y así llevaban al extinto hasta su morada final.
Deiver entendió que había que dignificar también a la muerte, porque es parte de la vida, y dispuso un servicio municipal de coche fúnebre, público y gratuito, para lo que adquirió un vehículo.
Por otra parte, en la Asistencia Pública, inaugurada el 16 de julio de 1939, Deiver creó la sala de cirugía para intervenciones menores y especial atención le dio a la farmacia municipal, donde se entregaban medicamentos gratuitamente; mientras el Hogar Municipal de Ancianos, creado por ordenanza municipal el 16 de junio de 1934 y que funcionaba en bulevar Italia y Santa Fe, triplicó la cantidad de alojados en el primer año de su gestión. Pero también, para que la igualdad fuera posible al menos en el silencio del cementerio, se construyeron ciento cuatro nichos en la necrópolis local con materiales de calidad y puestos a la venta a precios populares. En el cementerio, también, erigiría la capilla.
Otra de las realizaciones de Deiver en función de la sensibilidad humana fue la construcción de las viviendas para obreros o “casas baratas”, tal como figuraba en la plataforma de sus promesas electorales. Tenía proyectada la construcción de cincuenta unidades habitacionales de este tipo, pero sólo alcanzó a terminar cuatro, ubicadas en calle San Luis al 400.
Las “casitas de Deiver” fueron levantadas en terrenos de once por veintidós metros, contaban con dos habitaciones, un zaguán, cocina, baño, hall y venían equipadas con la bomba de elevación para extraer agua. Eran adjudicadas por sorteo entre quienes reunieran la única condición necesaria, ser obreros, y asumieran el compromiso de abonar tan sólo cinco pesos mensuales, a un plazo de treinta años y sin intereses.
Legendaria fue la banda infantil creada por Salomón Deiver; pero también hizo escuelas en barrios humildes de la ciudad y las asistió con ayuda para la alimentación de los niños. Los alumnos que asistían a las tres escuelas municipales recibían todas las tardes mazamorra, leche y galletas.
Las obras públicas emprendidas por su administración, todas destinadas a mejorar la calidad de vida de los sectores populares, tenían como propósito, además, palear la gran desocupación existente por esos días. En Villa María, el Estado municipal reconocía la existencia de tres mil desocupados y generó demanda laboral a través de obras como la ya citadas, a las que debemos agregar la apertura de calles, alcantarillas y desagües. El municipio abrió un registro por especialidad para desocupados, los que luego eran convocados por riguroso turno, ya sea para tareas temporales como permanentes.
(Continuará en nuestra edición de mañana)
Epígrafes: 1) Salomón Deiver, dejó un rastro indeleble en la historia villamariense
2) El Jardín Zoológico tal como podía observarse desde el río Ctalamochita
3) Una postal del Parque Infantil que se ubicaba en la costanera
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