Alberto Peralta tiene 59 años y desde hace 41 que es mozo. Recuerda sus comienzos, en la ciudad de San Francisco. “Empecé como bachero y el dueño del negocio confió en mí. Yo me ponía rojo cuando hablaba con la gente porque era un gringuito que me había criado en el campo, como tambero hijo de empleados rurales”, dijo.
Pero igual, con la confianza que le tenía su empleador, empezó a animarse y descubrió que ésa era su vocación.
Cuando llegó a Villa María, empezó a ser uno de los gastronómicos de L’Spoir, hoy Bar Argentino.
“Me gusta mucho lo que hago y no me puedo quejar, porque tengo mi casa, mi auto, críe a mis hijos y todo lo hice con este trabajo”, señaló.
Admitió que también tuvo que resignar buenos momentos. “Yo no estoy nunca en los actos de los chicos. Por ejemplo, tengo una hija que fue por años a patín artístico y hasta tuvo un título sudamericano. Cuando fue una final en Punta del Este, el dueño del bar donde trabajaba en esa época (La Piazza) me dijo: ‘Tenés que ir’. Fue el único momento que pude acompañar en una instancia tan importante a los chicos y donde tomé conciencia de todo lo que me perdí”, recordó.
Ama tanto su trabajo que ya les dijo a sus hijos que cuando muera, quiere que lleven la bandeja del bar “y que la pongan en la casa, como símbolo del trabajo, que es lo único que les puedo dejar”.
A la hora de hablar de deseos, dice que le gustaría “que haya más trabajo, que mejore el país y la seguridad social, para que todos tengan obra social y jubilación”.