Aún no puedo creer que Vilma ya no esté. Jamás me lo imaginé... La angustia creció a medida que pasaron las horas desde su fallecimiento.
Mi mamá, que tanto la quería, no sale de su asombro conmovida por lo ocurrido. Pero algo profundo nos dejó: su luz. Vilma era una mujer luminosa. No éramos amigos ni íntimos, pero nos queríamos mucho.
Ha ido a mis cumpleaños, siempre ha sido muy cariñosa conmigo. Desde que enfermó nos escribíamos mensajes de texto. Cuando pasaban varios días en que no le escribía, me lo reprochaba a su estilo: “Negro de mierda, me tenés olvidada”, me reclamaba con dulzura. Y yo le decía que no, que nunca sucedería eso y que siempre preguntaba por ella... Era tan humana, que aún en su enfermedad, cuando pasaba días sin escribirle, me preguntaba preocupada si me había ocurrido algo.
Estaba seguro que saldría, ya la veía venir nuevamente al diario con su dulzura. Siempre me decía: “¡Ay, cómo te quiero negrito!”. No se puede olvidar a esas mujeres...
Estos han sido días muy tristes, pero me reconforta saber que, creo, ha sabido cuánto la queríamos y la respetábamos. Estoy convencido que la muerte no nos roba a los seres queridos, sino que nos los deja en nuestro corazón para siempre. Y Vilmucha nos dejó su luz, intensa.
Diego Bengoa
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