Escribe: Juan Manuel Gorno
(De nuestra Redacción)

La falta de coherencia para trabajar en el fútbol es una característica pesada que llevan desde hace años muchos clubes cordobeses. Por ello, aunque su historia y popularidad contradigan la situación en la que se encuentra, Talleres padece algo lógico.
Paradójicamente, esa chapa de grande parece jugarle en contra a la “T” dentro del Argentino A.
En épocas donde el campeón de la tercera categoría es Brown de Madryn -que nunca había logrado tal premio- y el ganador de la B Nacional es Atlético Rafaela -de una ciudad más chica que Villa María-, y mientras River camina en promoción y Boca no puede entrar a las copas, todavía hay hinchas, dirigentes y periodistas empeñados en presionar sobre Talleres para que mate a goles a sus rivales, cual si fuera el Barcelona de Guardiola y Claudio Riaño sea Messi.
Está visto que Talleres es un equipo más del Argentino A, con mayor presupuesto, convocatoria y recambio en el plantel, es cierto, pero sin la distancia considerable en la cancha que sólo Barcelona puede marcar hoy en todo el mundo.
Sin embargo, los directivos no lo entendieron así. Con el equipo puntero y vestido de candidato, “admitían” -como aportaban algunos “analistas”- que el equipo “jugaba mal”.
Con ese panorama “dramático para un grande”, bastó que Talleres perdiera un par de partidos para eyectar de su cargo al entrenador Héctor Arzubialde.
“Y sí... el equipo jugaba mal”, esbozaban los directivos, tras echar tímidamente al técnico que lo había llevado a lo más alto de la tabla, algo que nunca más pudo repetir el club.
En las prácticas, Arzubialde -con su hermano Alberto- había trabajado con su línea de siempre, priorizando el buen trato de pelota, las pequeñas sociedades y la motivación para salir a ganar en cualquier cancha.
Quizás esto no alcanzó para los exitistas capos de la entidad, que buscaban algo más que un liderazgo en la zona.
En búsqueda de “jugar bien”, al final fueron a buscar a un técnico que, apenas asumió, tiró un mensaje contradictorio: “Conmigo, el que no corre, no juega”.
Así, Cristian Zárate, el enganche estrella que llegó como refuerzo en 2011, debió limitarse a correr por los carriles más de lo que se movió en su verdadera posición. Fue uno de los que entró y salió del equipo titular, como casi la mayoría de los jugadores movidos por las dudas del “Sapito” Coleoni.
Hasta el año que viene, Talleres deberá abocarse al duelo y a todas las reflexiones pertinentes, sin hacer demasiado alarde de lo que tiene, sino apelando un poco más a lo que le falta. Y para eso, no deberá soslayar lo que sucedió ayer, en Sunchales, donde el más “encumbrado” de la categoría quedó eliminado por el equipo menos popular de los clasificados.