|
|
|
|
|
|
|
1- Panorama de la subasta en el campo. Los interesados rodean al rematador. 2- Luis camina entre la gente, en un día para superar |
|
|
|
|
|
El rematador se ve obligado a bajar el precio base para una herramienta. Un juego de lazos que se usaban para los chanchos que poblaban el lugar son comprados por unos pocos pesos. "Pocho", uno de los dueños del campo cruza a paso apresurado el patio, a pesar de la secuela de una lesión en la rodilla de su pierna derecha. Hace menos de una hora que comenzó la subasta y la queja porque las cosas que se regalan le hacen sufrir una impotencia comprensible. Una mujer lo avala desde la galería de la humilde casa: "Tiene razón, si los otros no ofrecen y él les baja el precio. Va a regalar todo así".
Minutos antes, escucho que dos hombres se lamentan por el capital que se esfuma. A otro grupo les lastima que "estos viejitos de toda la vida" lleguen a esta situación. Sin embargo, una persona aparentemente más cercana al núcleo propietario no duda en señalar que debieron hacer el remate tiempo atrás, años atrás.
En el mercado
El establecimiento El Carmen llegó a tener 1.200 cabezas de ganado porcino, pero hace un par de años que ya fue alquilado para siembra. Son 130 hectáreas. Nada queda de los cerdos que ocuparon el lugar, esos que en gran número se vendían a grandes frigoríficos. "Vendíamos a Liniers (el mercado concentrador de hacienda de Buenos Aires) y en la zona", me dijo "Pocho".
Unas 50 hembras y cuatro o cinco padrillos sostenían la producción. Ahora los corrales están vacíos. No existen ya los chiqueros. Las instalaciones despobladas dejan ver, a pesar de los cultivos que ahora ganan el lugar, el espacio que en su auge ocupaban los porcinos en la unidad productiva.
"Pocho" (75) se posa en la compuerta trasera de la vieja Ford Ranchera del rematador. Sigue de cerca el desguace del campo que junto a sus hermanos Luis (68) y Ramón (63) heredaron de sus padres, Domingo y Margarita.
Un hijo toma nota del detalle de las ventas. "Pocho" recuerda que llevan "toda la vida" en este lugar y que no siguen con la explotación "por no desahuciar al campo". "Ya no podemos trabajar más en el campo", agrega.
Luis me cuenta que ahora se mudan al pueblo y ya viven del alquiler. No pregunto cuánto por hectárea. Me interesa qué queda, el detrás del hecho, y Luis no tarda en darme esa respuesta, y más, cuando le consulto por su sensación: "Es dolor por el gran sacrificio", dice justo cuando los ojos se le llenan de lágrimas.
No será fácil seguir escuchando a un hombre que cuentan levantaba "a mano" los postes de quebracho para plantar alambrados de los corrales junto a sus hermanos. "Curtidos como pocos", sostiene un primo con un dejo de admiración ante la fortaleza que mantienen.
Oferentes
Como aves de rapiña, un puñado de productores se postulan como compradores. Llegaron de lugares diversos como Córdoba, Oncativo, Villa María, Dalmacio Vélez, Río Tercero, Pozo del Molle, Las Varillas, Alicia, Marcos Juárez, y los locales, entre los que aparece una mujer mayor que oferta por herramientas inutilizadas, pero que se transforman en elementos de arte decorativo cuando son restauradas.
Un hombre ofrece por un lote de tranqueras impecables, sin uso. Luis me explica que las recibieron como parte de pago de la Cooperativa Agrícola de Noetinger cuando ésta fundió y cerró sus puertas, hace 16 años.
En un tinglado la agrupación gaucha local sirvió el almuerzo: vaquillona deshuesada con ensalada y una naranja de postre. Los tradicionalistas recaudaron a partir de una tarjeta de 40 pesos por persona. También hay empanadas, vino y gaseosas. El día se hace largo y por la tarde ofrecieron tortas, wiskhy, fernet, café...
Distintos valores
Una vitrola espera. Es una Lord, de origen suizo que llegó en el barco que trajo a los inmigrantes padres de los tres hermanos. El mueble con el aparato puede seducir desde el patio a un anticuario o a un joven que hace la primera oferta. La púa, la manija y los estuches con repuestos velan a una docena de discos de pasta, italianos y criollos, según dice su rótulo.
Más allá, Luis sabe que la bagoneta que utilizaban como único medio de transporte para llegar hasta el pueblo allá por los años 1950 no se pagará lo que vale.
Cada objeto tiene un valor real, un valor de mercado y un valor simbólico. Este es inalcanzable, aún cuando todos ven que se encuentra en un estado de conservación impecable. Enseguida narran que estaba guardada debajo de un tinglado que fue desarmado en estos días para vender sus chapas y tirantes.
La bagoneta o mal llamada jardinera no está restaurada. No falta el que aprovechará el remate con estas intenciones. Es que, por ejemplo, en el barrio porteño de San Telmo cotizará en dólares o euros, pero eso a los Bosio no les interesa. La herida por el desprendimiento de lo que supieron adquirir con tanto esfuerzo, con el sudor de la frente, como marca el refrán popular, abre un dejo de nostalgia y dolor que costará superar.
Franco Gazzoli
Otras notas de la seccion Regionales
De muestra
Se viene otra gran jineteada
Los cargos que mañana votamos los cordobeses
Todos por Delfina
Festividad en honor a San Cayetano
|