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El Peregrino Impertinente
Si de tropicalismos se trataba, podrían haberle puesto “Los Plátanos”, “Los Melocotones” o “Los Peteretes”. Pero no, se decidieron por “Los Cocos”, vaya uno a saber por qué. Y así le quedó a esta preciosa localidad enclavada en el Valle de Punilla. Una comarca apacible, de escaso movimiento y cuyos atractivos más celebres son los cerros circundantes, el complejo de la aerosilla y, al parecer, las monjas.
¿Cómo dijo? ¿Las monjas, atractivo turístico del pueblo? Sí, sin ninguna duda. Bueno, eso creo. Bah, qué sé yo. Algo escuché antes de visitar Los Cocos: que había unas monjas viviendo en un monasterio, que era algo medio curioso y cosas por el estilo. Igual no le di mucha importancia.
Mayor fue mi sorpresa cuando, caminando por la avenida principal (con formato de ruta) reparé en un cartel hecho en madera, con letras grandes, que rezaba “Monjas” y una flecha que indicaba, supuse, la ubicación de las mismas. Igualito a esos que hacen en las sierras de “Cabaña”, “Restaurante” o “Museo”. Jamás había visto que se remarcara de esa forma la presencia de hermanas religiosas en un sitio turístico.
Luego, analizando el particular más profundamente, me di cuenta que quizás el cartel no buscaba atraer turistas, si no comunicar otra cosa. Por ejemplo, podía ser un mensaje exclusivamente dirigido a las monjas, con el objeto de indicarles que camino deben seguir para llegar al monasterio (como “Si sos monja, vení por acá” o el más informal “Hey vos, monja, por acá”). O bien una advertencia para los visitantes (“Si va por este camino, guarda con las monjas”). Lo pensé y lo pensé. Le busqué la vuelta. Lo debatí con mi Platón interior. Y la verdad es que quedé tan pasmado como al principio.
Cosa de mandinga. O mejor dicho, de monjas.
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