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El artista actuó por primera vez en la ciudad |
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Asistir a un recital de Kevin Johansen es como observar de qué manera se ponen en movimiento y en sustancia sonora, una serie de postulados posmodernos donde se encuadran conceptos en boga como multiculturalismo o el fin de la división de géneros.
El artista, nacido en Alaska, es uno de los que mejor interpela a la sociedad contemporánea y su prédica "desencialista". A nadie se le reclama que desempeñe tal o cual estilo, sino que se apropie de toda la cromática musical para su propio cóctel compositivo.
De igual modo, decodifica los diferentes aspectos de la vida cotidiana desde una sensibilidad propia de un cantautor ilustrado, que ha vivido diez años en la cosmopolita Nueva York y cuya mirada distanciada se ha reacomodado en pleno proceso de recomposición de una Argentina devastada, luego de 2001 (escúchese la duda shakespereana en "sur o no sur").
El intenso y variado show que brindara el viernes pasado en el Teatro Verdi, ante unas 300 personas, es prueba de dichas características, poco habituales en la escena "mainstream" (para todo público). Con el acompañamiento visual de los dibujos de Liniers en proyecciones, Johansen desarrolló una auténtica "Road movie" -nombre del primer tema de la velada- por la cual recorrió diversos climas (de melodías suaves hasta texturas bailables) y diferentes geografías sonoras (de la cumbia en "En mi cabeza", al tango en "Buenos Aires Anti Social Club", del son cubano en "No me abandones" al tecno en "Sos tan fashion", del ska de "El palomo" a la melodía griega en "El incomprendido" o el hit cachondo “Down by my baby).
Gracias al virtuosismo de una orquesta multinstrumental (The Nada), Johansen se dio también el lujo de resignificar dos baladas anglosajonas ("Hotel California", de Eagles, subvertido en "Hotel Patagonia" y "Take on me" de A-ha en perfecto inglés), en dúo de charangos. Sus operaciones simbólicas también hablan de su visión de época: utiliza gestos paródicos para hablar del amor ("No voy a ser yo", con letra de Drexler) o sobre una supuesta canción de protesta (con una guitarra rosa de Kitty) y exalta una llamada de atención ante el ícono mayor del contra-sistema travestido en un objeto más de consumo (“Mc Guevara’s o Che Donald’s”). Más allá de sus segundas lecturas, Johansen apela a una estadía jubilosa y esperanzadora. El recital finalizó a puro baile, en los pasillos y hasta arriba del escenario, incitado por el cantante.
No por nada el tema de cierre, en el bis e interpretado en partes por todos los integrantes, "Final de fiesta", anuncia: "Si la vida es una orgía lenta, lo mejor debe estar por llegar."
Juan Ramón Seia
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