El conflicto entre la comunidad qom y distintos sectores del Gobierno nacional no puede ser olvidado, tiene que servirnos para reflexionar sobre nuestros modelos de pensamiento y nuestras prácticas cotidianas. Actualmente existen muchas miradas sobre los pueblos indígenas de Argentina, sin embargo, entre la clase media conviven dos miradas preponderantes que fueron expuestas por Leopoldo Marechal en su bella novela Adan Buenosayres: una de índole mágica o poética, donde se los vincula con asombrosas civilizaciones míticas; otra de índole materialista, donde se los identifica como los dueños primitivos de la pampa, arrasados y desaparecidos como bestias por los invasores blancos. También Ernesto Sabato, en El escritor y sus fantasmas, sucumbe frente a estas falacias del sentido común, falacias que niegan los variados orígenes de estos pueblos, que niegan la notable influencia que sus culturas mantienen, que niegan las potencias revolucionarias de sus idearios, que impiden nuestro arribo como sociedad a esas fuentes. Siempre, en estos esquemas de razonamiento, vive la siguiente sentencia: los aborígenes fueron exterminados, ahora tenemos otra realidad, los pocos que quedan están aislados en el monte, sin nada contribuyente a la sociedad. No obstante, frente a las antinómicas matrices del pensamiento argentino: la liberal y la popular, el antropólogo Rodolfo Kusch observa que el pensamiento popular es un pensamiento indígena, renacido en nuestro país como resultado de una migración poblacional interna que, incorporada a la ciudad, se aglutina en el primer peronismo y demuestra una importante cohesión, combatiendo las matrices de pensamiento hegemónicos. Ahora, sufriendo estas décadas terribles, en las cuales los sectores liberales avanzaron en la batalla discursiva, es trascendental regresar a los imaginarios populares como hicieron los países hermanos de Bolivia y Venezuela, ese cambio cultural es el único sendero para crear un marco de integración continental autónoma.
Haciendo un análisis interpretativo de la realidad nacional, veríamos que muchas de nuestras problemáticas se vinculan a esa colonización ideológica que padecemos, concluyendo en que sólo los modelos seminales del pensamiento popular, manifestados por los compañeros de la comunidad qom durante las recientes jornadas de lucha, basados en encontrar una superación a una oposición irremediable, pueden sacarnos como sociedad de la paupérrima situación contemporánea. De esta forma, para insistir en una simetría literaria de las historias, podemos asociar el periplo de los pueblos tobas al de los argentinos en su totalidad: según los estudios de Ibarra Grasso, los tobas, pertenecientes al conjunto lingüístico y cultural de los guaycurúes, vivían antiguamente en bosques semisecos, donde los productos naturales recolectables eran abundantes, comenzando por los frutos del chañar, del mistol, de la tusca y del molle, todos a mano, como la miel silvestre, los venados, los ñandúes y los peces, es decir, un ambiente donde las culturas podían expresarse libremente, hasta que llegó la conquista, hasta que llegó la opresión, hasta que los otros se apropiaron de la tierra. Algo parecido nos ocurrió como argentinos, ahora que todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo está nuevamente sometido a la hegemonía financiera extranjera, como denunciaba Raúl Scalabrini Ortiz hace setenta y cinco años, en Política británica en el Río de la Plata. Pero, como dijimos antes, retomando las potencialidades del pensamiento indígena-popular vamos a estar en condiciones de recuperarnos, con las miras puestas hacia un modelo de estado libre, justo, soberano, democrático e intercultural. El problema del indio en Argentina, entonces, es un problema multidimensional, con raíces en la tierra, con raíces en el pueblo.
Santiago Oliva
Proyecto Sur Córdoba
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