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“Paco” ingresa a la casa de su familia en Covanera |
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En Covanera hay una casa semiderruida, desventrada, con el tejado vencido -apenas su fachada de piedra resiste al paso del tiempo- que está habitada. En ella viven los recuerdos de Paco. Retazos de vida y de memoria que apenas puede compartir por la emoción. Recuerdos hermosos y tristes, como los tangos. Cruza el umbral de la puerta y se adentra en su pasado. Tras observar el interior vacío, conquistado por la maleza, cierra los ojos y se ve de nuevo allí, en esa misma casa pero 54 años atrás en el tiempo, cuando era un niño de doce. Y, como si fuera etéreo, recorre sus estancias, los pasillos, las habitaciones. Entonces emerge ante sí, como del sueño, el rostro de su abuela, o cree sentir el tacto de la mano fuerte de su padre. Paco llora. Nunca fue fácil volver.
Es un soplo, la vida, piensa recorriendo las calles de Covanera del brazo de Marta, su mujer, a quien le va contando, interrumpido por los sollozos, el relato de sus recuerdos: aquella era, ese espacio vacío en el que la gente del pueblo se reunía para bailar en la fiesta, y donde, evoca con media sonrisa, escuchó con emoción cómo la orquesta invitada interpretaba “La Cumparsita” aunque le faltara el bandoneón. “Covanera para mi padre era algo especial, conocerlo en 1954 fue muy especial para mí. Y volver ahora, con 67 años, todavía más. No se puede explicar con palabras”, va diciendo mientras ambos pasean por el afilado camino de los recuerdos.
Paco ha viajado desde Villa María, Córdoba, en el corazón de la Argentina, persiguiendo la memoria de su familia, su memoria, que hunde sus raíces en Covanera. Su padre, Demetrio Rodríguez, natural de esta localidad burgalesa, emigró al país de la Plata con 18 años, siguiendo el ejemplo y los pasos de su hermano mayor. Aquí quedaron sus padres y Esperanza, la menor de los tres vástagos. Casado con una hija de españoles y ya con descendencia, Demetrio, que regentea un comercio en Villa María, decide regresar a Covanera en 1954 acompañado por su hijo Francisco. Por Paco, un mozalbete que grabará en su corazón cada detalle, cada instante de ese viaje, pues su padre no dejó jamás de recordarle su origen, de hablarle de su pueblo, de sus costumbres, de sus comidas, de sus gentes...
En Covanera sólo vive ya la madre de Demetrio y éste decide llevársela a Argentina, donde morirá seis años después. El padre había muerto antes, casi trastornado por la pérdida de sus hijos: dos emigrados en Argentina y la pequeña en algún lugar de Rusia. No en vano, como a la mayoría de los españoles, la Guerra Civil también dio su zarpazo a la familia Rodríguez, ya que Esperanza fue embarcada desde Bilbao con otros cientos de infantes para que se salvaran de las garras del fascismo y la violencia. Fue una “niña de la guerra”.
“Mi padre me enseñó a querer a la familia, aunque estuviera separada, lejos”, va contando Paco. El viaje del matrimonio ha sido estrictamente sentimental (y no por ello menos caro, juntaron “plata” suficiente “pero el euro está muy caro”: han visitado a familiares, han recorrido los lugares donde estuvo su familia, donde queda aunque sólo sea rastro de ella. Marta protege en todo momento a Paco del estremecimiento y del dolor del recuerdo: “Está emocionado porque, de alguna manera, también está de duelo. De aquel viaje que hizo en el ‘54 es el único miembro de la familia que queda vivo”, indica.
Antes de abandonar Covanera, entre los escombros de la casa de su familia, él encuentra restos de una vieja cortina, que no duda en tomar. Un recuerdo más. Paco, que lleva cuarenta años ejerciendo de médico en Argentina, ha transmitido a sus cuatro hijas el amor a la familia y a las raíces que a él mismo le inculcó su padre. A pesar del tiempo y de las vicisitudes padecidas, los hijos de los tres hermanos burgaleses que tuvieron que abandonar Covanera están en contacto. Es una herencia de amor. Un vínculo más allá de la sangre.
La memoria. Tras recorrer una vez más el pueblo y admirar la belleza otoñal del Pozo Azul, más dorado que nunca por el reflejo de las hojas de los árboles, emprenden el regreso a Burgos para, al día siguiente, continuar su viaje sentimental desplazándose desde Madrid a Estados Unidos, donde residen varios miembros de la familia. Paco y Marta se van después de volver. Sin el burlón brillar de las estrellas, se llevan la memoria más engrandecida. Más juntita y luminosa, más definitiva. Y se llevan también una cortina, que servirá para cerrarle el paso al olvido.
Alberto Rodrigo Pérez
Barredo- Burgos
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