¡Qué difícil es hablar de la gente valiosa a la hora de la inexorable sentencia de la vida! Al contrario de tantas veces que las descollantes historias deportivas escritas a lo largo de su dilatada campaña en las canchas de golf y de la ejemplar personalidad que motivaron el respeto, el aprecio y la admiración unánimes, cuando resaltar sus triunfos y su calidad de jugador y caballero cabal facilitaban la redacción de las notas periodísticas, este es un momento en el que las palabras no fluyen con la misma facilidad. Se hace muy duro.
Es que cuesta absorber el terrible golpe que significa la inesperada pérdida de un grande del deporte y de la vida, como lo fue Enzo Debiaggi.
Su exquisita prestancia, su swing estilizado, su estampa de atleta que armonizaba movimientos cual mimbre doblaba el viento, su temple aguerrido que contrastaba con la serenidad que transmitía su semblante y cada actitud, lograban que fuera admirado por todos y tantas veces tomado como espejo para imitarlo, aunque fuera inimitable.
Más allá de los torneos que ganó a raudales, de los títulos que logró individualmente y en pareja con su igualmente ejemplar hermano Arnoldo Alberto, "el Beto" para todos, "el Enzo" dejó su marca de auténtico cultor de la bondad y del comportamiento ejemplar.
Se fue uno de los más brillantes jugadores de todos los tiempos del golf local.
Había nacido prácticamente con un palo en sus manos, porque junto al Beto y el resto de su familia vivieron en la casa de la cancha del Villa María Golf Club muchos años. Desde pequeño transitó sus fairfways como pocos.
Tenía 72 años; la vida le dio hijos, nietos, amigos y, por sobre todo un nombre digno de recordar con las mejores honras. Muchos otros se fueron antes. Lo estaban esperando. En la cancha celestial seguirá descollando como siempre. Hoy a las 16 hará una etapa en el Cementerio Parque de “su” Villa Nueva.

Héctor Cavagliato