Escribe: El Peregrino Impertinente
La tele, la radio, el cine, Internet, los diarios (ejem), la maquinaria mediática, en fin, nos miente. Muestran una cosa, y nos la comemos como si de un sanguche de anfetaminas se tratara. Nos dice que los árabes son malos, y le creemos. Nos dice que los serbios son sucios, y le creemos. Nos dice que los ingleses juegan bien al fútbol, y le creemos. Compramos las huevadas que nos chamuya y seguimos de largo sin pedir el vuelto, que para el kiosquero de la esquina son siempre dos caramelitos de goma, porque le faltan monedas. Hasta eso creemos.
También viene la maquinaria occidental, y nos dice que las naciones del primer mundo son re copadas. Cuando en realidad, algunas tienen menos onda que Randazzo. Mire el caso de Australia, si no. Fundada por Gran Bretaña en 1788, los medios nos cuentan que su cultura es muy “cool”, que su civilización es “great” y que la vida allí se pasa “guachi guau”. En el cartel ponen algunos íconos conocidos y construyen ideales: ciudades espectaculares, playas con surfistas muy buena onda, rubias infartantes y sol radiante todo el año. Después le agregan algunos canguros, koalas, una foto de cocodrilo dandy y listo el pollo. Un territorio rebosante de carácter. Una venta segura.
Claro que la realidad muestra otra cosa: el país casi no tiene identidad propia. Adolece de rasgos distintivos reales, cuesta encontrar tradiciones genuinas, y por lo general, su sistema de vida es una copia del “American way of life”, o modo de vida estadounidense. Hasta los programas más vistos en la tele son yanquis. No tiene comidas típicas, ni música autóctona, ni siquiera un jugador que la descosa en el Barcelona. Un chiste conocido por aquellas latitudes, deja el fraude al descubierto: “¿En que se diferencian un frasco de yogur y Australia? En que si dejás el frasco de yogur al sol durante 200 años, desarrolla su propia cultura”. Clarita la estafa.
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