Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Nono es un pueblito de esos que ya no existen. Tranquilazo, de montaña, de calles de tierra. Con atributos que lejos están de combinar con el siglo XXI, como el andar sin prisa, o los mates en la vereda, una tarde cualquiera. Eso, ya es mucho. Sin embargo, este pequeño municipio del Valle de Traslasierra, ofrece más aún. Rodeado de propuestas naturales y culturales, convoca a la visita permanente, no importa la época del año. Un enjambre de caminos deambula por doquier, indagando la silueta de cerros y mesetas, hasta dar con joyas escondidas. Lugares de penetrante atractivo, que se quedan con uno allende el aquí y ahora.
Antes de eso, viene lo elemental. “Primero es lo primero”, dice el viajero, y desciende en el centro. Deja atrás la exigencia, mimetiza el cuerpo con el ambiente. Nuevo paradigma: la simpleza pasa a ser lo primordial. Así, la plaza central se disfruta de veras, con los aditivos característicos que no por clásicos dejan de conquistar. Ya se hizo referencia a las callecitas de tierra, pero cómo no repetir la observación, cuando el detalle tiene tanto que ver con la esencia del pueblo. A tono con el cuadro, cafés, restaurantes con alma de pulpería, la iglesia y casonas de larga data (alguna que otra convertida en almacén) rodean la explanada y los puestos de artesanos. Los vecinos que pasan, saludando con leve inclinación de cuello. Paisanada heterogénea, que mezcla a los oriundos de la zona con los arribados de las grandes ciudades. Los mismos que encontraron en las sierras la tierra prometida, lejos del smog y el estrés. Turistas sonrientes completan el estado de las cosas.
Reunión
con los cerros
Después, llega el momento de recorrer las afueras, buscando el contacto con la naturaleza. Las montañas inmensas del horizonte empujan, caminos de subidas y bajadas surgen como cómplices. Hacia el este parte el Río Chico, seguido de cerca por la ruta panorámica (de tierra, obvio). Descubriendo el estilo de vida local y los fantásticos paisajes de Traslasierra, la excursión cautiva. Negocios de artesanías y productos típicos ayudan a crear clima.
Tras cruzar el Arroyo Los Sanjuaninos y el Balneario Los Remansos, seguimos. Ya a esta altura, las vistas crecen en desolación y espíritu, con tranqueras y aura baqueana. Pero sobre todo en belleza, al tomar las grandes cúspides de las Sierras de Achala, el protagonismo definitivo. El arribo al Balneario Paso de las Tropas convida con agua corriendo cristalina entre las piedras, sol fulgoroso y aquellos conocidos detalles serranos que convierten a Córdoba en favorita. La temperatura de otoño no acompaña al baño. No importa: observar la postal alcanza y sobra.
El Rocsen
Cerca de allí, en el paraje Los Algarrobos, está el célebre Museo Rocsen. Obligatoria la visita a este ícono de la cultura nacional. De gigantescas dimensiones, abarca un espectro muy amplio de temáticas. Desde la física y la química, hasta la historia del hombre a través del tiempo. Demanda varias horas de paseo.
Luego, regreso al centro, para tomar desde allí rumbo sur. La ruta atraviesa los arroyos Las Aguaditas, Consulta y El Perchel, antes de desviar hacia el Lago La Viña. Desde la comarca lindera de San Huberto, se aprecian con claridad dos proporcionados y delicados cerros. Originalmente, se los conoció como “Ñuñu”, voz quechua que quiere decir “Senos de Mujer”. Nono es una deformación del vocablo. Y a la vez, una bendición de las sierras.
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