Escribe: Jesús Chirino
El 28 de este mes de junio se cumplirán 45 años del infame acto de despojo que significó la usurpación del poder por parte de los militares golpistas de 1966 que derrocaron al gobierno nacional encabezado por Arturo Umberto Illia. Quizás el fragor de la cotidianeidad política haga que la fecha pase sin mucho ruido, pero bien vale recordar cómo fue aquel triste día para el país.
Villamariense con Illia
Hacía veinte minutos que las agujas del reloj habían superado las cinco horas de aquella madrugada. El presidente de la Nación estaba en su despacho, acompañado por autoridades, amigos y familiares. Entre los presente se contaba su hermano Ricardo que, en el libro “Arturo Illia. Su vida, principios y doctrina”, narra con detalles esas aciagas horas. Entre otros muchos, compartieron aquellos momentos Santiago Caporale, Hipólito Solari Irigoyen, Miguel Angel López, Raúl Borrás, Juan Carlos Pugliese, Miguel Zabala Ortiz y el belvillense Luis Vesco. En su libro, Ricardo Illia señala entre los que acompañaban al presidente, al villamariense y diputado nacional Isidro Fernández Núñez. Otro convecino de la ciudad que estaba en Buenos Aires era el también diputado Antonio Aníbal Fiol, destacadísima figura del radicalismo villamariense. Acerca de la presencia de Fiol en Buenos Aires cuando se produjo el golpe, contamos con el recuerdo de uno de sus hijos y del profesor Daniel Baysre.
Illia, el 18 de marzo de 1962, había sido elegido gobernador de Córdoba pero nunca pudo asumir pues aquellas elecciones que en gran parte del país ganó el peronismo, fueron anuladas por los golpistas que pocos días luego de conocerse los resultados derrocaron al presidente Arturo Frondizi. Este había llegado a la Presidencia de la Nación por la parcialidad radical que se oponía a la prohibición del peronismo que regía desde los hechos de 1955. El presidente de facto José María Guido volvió a imponer la proscripción que había sido levantada por Frondizi y convocó a un nuevo acto electoral para el 7 de julio de 1963, sin la participación abierta del peronismo. En esa oportunidad triunfó la candidatura de Arturo Illia, candidato de la Unión Cívica del Pueblo con el 25,14% de los votos. El segundo puesto correspondió a los votos en blanco, 18,82%, manera que el peronismo utilizó para manifestar su desacuerdo con la proscripción. Por su parte la Unión Cívica Radial Intransigente, con la candidatura de Oscar Alende, llegó al 16,41 % de los sufragios. En tanto que Pedro Eugenio Aramburu, candidato por Unión del Pueblo Argentino (Udelpa), sólo alcanzó el 7,50%.
Algunos logros
El Gobierno de Illia se caracterizó por un alto respeto a la legalidad republicana. Supo imprimirle a su administración un estilo moderado y tolerante. Con aciertos y errores la marcha de la economía fue destacada y se lograron índices interesantes. En Buenos Aires la desocupación bajó al 5,7%. Luego de varios años pudo lograrse un saldo positivo en la balanza comercial del país. Es claro que entre los claros y oscuros de esta administración no debe dejarse de recordar que el 15 de junio de 1964 se publicó la Ley 16.459 que creaba el “Consejo Nacional del Salario Vital, Mínimo y Móvil con la función esencial de determinar periódicamente el Salario Vital Mínimo”, que sería conformado por cuatro integrantes del Gobierno, cuatro representantes de los trabajadores e igual número por los empleadores. Entre sus funciones estaría la de fijar el Salario Mínimo Vital y Móvil. Esto contribuyó de manera decidida a la mejora de los ingresos reales tanto de los trabajadores en actividad como de los jubilados. Es así que en 1966 el salario mensual del presidente de la Nación, remuneración máxima pagada por el Estado, no superaba el monto de seis sueldos mínimos.
Oposiciones
Aquella madrugada el presidente se encontraba firmando documentos en su despacho cuando los militares insurrecto ingresaron al lugar. En enérgica actitud, el primer mandatario les desconoció autoridad alguna a quienes querían destituirlo. Illia se negó a dejar su despacho y recién pasadas las ocho de la mañana, luego de forcejeos entre hombres armados y quienes acompañaban al presidente, en un automóvil se retiró de la Casa de Gobierno. Allí se concretaba el derrocamiento de un gobierno que debió sufrir duros embates de los sectores opositores, entre los que se destacaría el liderado por el sindicalista Augusto Vandor que quiso desarrollar un peronismo sin Perón. Illia había llegado al poder con pocos votos, lo que era una debilidad ante diferentes grupos de poder entre los que se contaban los militares. Situación que tuvo peso a la hora de ver qué se hacía con el peronismo proscripto y el regreso del líder exiliado. Vandor aprovechó eso y realizó grandes demostraciones de fuerza para abonar su propio proyecto de poder. Todo confluyó en el golpe que terminaría llevando al poder a Juan Carlos Onganía.
En la ciudad
En Villa María ejercía la Intendencia Porfirio Seppey, quien también fue derrocado y así se inició un período de inestabilidad durante el cual cinco comisionados remplazarían la figura del intendente. Ellos fueron Salvador Asencio, Luis E. Martínez Golletti, Julio Nóbrega Lascano, Florencio Asencio y Alfredo Vijande que concluyó su mandato en 1973. Situación similar se dio en la provincia donde durante el mismo período se sucedieron nueve interventores. Por otra parte recordemos que en la Nación luego de Onganía, que cae en 1970, fueron presidentes de facto Roberto Levingston -hasta 1971- y Alejandro Agustín Lanusse -hasta 1973 -.
Volviendo a la realidad de nuestra ciudad, nos encontramos conque el periódico local “Opinión” en su edición del primer día de julio de 1966 publicó, como noticia de “último momento” que “en la Municipalidad el mayor (R) Salvador M. Asencio remplaza a Seppey”. Debajo de ese anuncio puede verse una importante foto de quien ya ejercía, de facto, la titularidad del Poder Ejecutivo Nacional. Al pie de la imagen se lee “El teniente general Juan Carlos Onganía ya ocupa el Sillón de Uriburu”, en clara alusión al dictador que ejerciera el mismo cargo a partir del golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930.
En aquella tapa de Opinión, los dos artículos más importantes ofrecidos a sus lectores fueron voces castrenses. Uno recogía las palabras de un militar bajo el título “Debemos defender las islas Malvinas porque son argentinas”, en tanto que el otro se tituló “El mensaje revolucionario” con una síntesis del que leyera el ayudante del comandante en jefe del Ejército, mayor Camps. Se trataba de la posición de los golpistas, que insistían en autotitularse revolucionarios. Como suelen sostener estos movimientos se decía que el país estaba al “borde de su desintegración”. Señalaban “la división de los argentinos y la existencia de rígidas estructuras políticas y económicas anacrónicas, que aniquilan y destruyen el esfuerzo de la comunidad”. Repitiendo otro latiguillo de los golpistas argentinos, manifestaban que “las fuerzas armadas interpretando el más alto interés común asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión nacional y posibilitar el bienestar general incorporando al país los elementos modernos de la cultura, la ciencia y la técnica que han de operar una transformación sustancial
La modernización del país es impostergable y constituye un desafío a la imaginación, la energía y el orgullo de los argentinos”.
Para ello era indispensable eliminar la falacia de una legalidad formal y estéril bajo cuyo amparo se ejecutó una política de división y enfrentamiento que hizo ilusoria la posibilidad del esfuerzo conjunto y renunció a la autoridad de tal suerte que las fuerzas armadas vienen a ocupar un vacío de tal autoridad y conducción antes que decaiga para siempre la dignidad argentina.
En realidad la dictadura militar sólo trajo violencia y desgracia en general para el pueblo y algo de eso puede leerse en un artículo publicado en Opinión el último día de 1967, titulado: “Un año de la Revolución Argentina”. Allí claramente se dice “todo ha subido. Nada ha mejorado en calidad. El fisco se ha lanzado a una verdadera carrera alcista. Precios e impuestos persiguen a la gente como una pesadilla”. Si bien el diario local se limitó a reproducir un editorial del diario cordobés Los Principios, de orientación católica, era claro que muchos comenzaban a entender que el golpe no había sido la solución de nada y sí la desgracia para el país.
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