Mi Bandera es mi Patria, que cubre mi sombra y mi persona.
A medida que el sol cae, me ilumina el sol que ella posee.
En las noches de luna sobre el bronce, se me escapan lágrimas.
Lágrimas de tristeza, porque me llegan los recuerdos leídos que consiguieron aquellos hombres de nuestra historia independiente, una libertad incondicional, y hoy veo que esa libertad ¡sí! está condicionada.
Los rebusques, excusas y fondos extraídos del dinero de mi pueblo, ellos dicen que lo necesitan para seguir un comercio exterior, otros dicen para el pueblo, pero matan la dignidad de los padres que viven de la mendicidad del Gobierno.
Y me pregunto, ¿el trabajo dónde quedó? ¿dónde se fueron los papás de las industrias?
¿Cuánto más necesitan para calmar la avaricia? El dolor se nota en los jirones de mi Bandera de aquellos pueblitos perdidos.
Se hace presente en los quejidos de las villas, que para apagar ese lamento cada tanto matan unos cuantos. Así es más fácil que darles una escuela decente, con un seguro de vida vitalicio y que no sea sólo una sensación.
Mi Bandera desde lo alto nos mira, y quizás en su ondular nos pregunte por qué el papá no trabaja, dónde se fue la mamá, por qué el niño está en la calle. Ah, claro.
Ella no puede responder.
Y mi Bandera nos mira y espera, como pueblo a su sombra. Espera, espera, espera...
Aída Gómez
Escritora
Otras notas de la seccion Opiniones
Escriben los lectores
Escriben los lectores
Una historia, entre tantas
Los lectores también escriben
Lamentable
|