Escribe: El Peregrino Impertinente
Cada lugar provoca sensaciones diferentes en cada persona. Un niño que visita el zoológico, delira. Un adulto, se indigna. Un musulmán que visita la meca, se realiza. Un gringo de la zona rural, se queja: “Tanto me hablaron de la MecaERICCA esta, y al final no pude ver ni una vaca”. Un cuarentón que visita el Muro de Berlín, se emociona. Un adolescente, se aburre: mucho más divertido el muro de Marley. Los ejemplos proliferan, podríamos citar decenas, cientos, miles. Pero hay que ver lo que me costó encontrar estos tres como para dar por tierra con cualquier intento.
Lo importante es dejar en claro la idea: durante los viajes, las reacciones que podamos tener ante determinado sitio, variarán según el ser humano. Influyen en ese resultado un sinfín de factores: edad, condición social, nacionalidad, número de CUIT, etcétera. Inclusive con los espacios naturales ocurre. De frente a una gran montaña, no va a sentir lo mismo un tipo que jamás había salido de los llanos, que otro que en su vida anterior fue águila. “Este lugar lo tengo de algún lado”, dice el segundo, mientras se rasca la axila con la cara. La mujer, al lado, piensa en el divorcio.
Hace algunos días anduve por La Falda, en el Valle de Punilla. En eso pasa un porteño hablando por celular: “Mi amor, nos sabés lo que es esto, una maravilla. Vieras lo que son las colinas, te morís, una cosa de locos. Ya vas a ver las fotos que saqué. Inmensas las montañas estas, un paraíso”, le cuenta a la esposa. De frente, un changuito de la zona, de esos que atraviesan el Uritorco y el Pan de Azúcar todos los días para ir a comprar bizcochos, lo mira sorprendido. Sin entender sigue su camino, preguntándose cómo serán los cerros en el pueblo de aquel hombre.
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