Desde la platea, una asistente hablaba -con respeto, pero entusiastamente- con el artista hasta que la conversación derivó en el siguiente diálogo sugerente: "¿Querés ser mi dueño?", le interrogó ella, con un moño de regalo imaginario en la cabeza. El, sin inmutarse, le respondió: "Ninguna mujer tiene dueño".
Si usted estaba allí, tal vez haya sido rozado por el aliento de cientos de jóvenes, esposas, amantes, amas de casa, profesionales, con años de menos, con arrugas de más -perdón por la licencia "machista" del comentario, sólo es en sorna- que, a poco de empezar, ya habían recuperado con creces el alto precio de las entradas (hasta $220).
Si no asistió, se perdió uno de los recitales más completos y de largo aliento que se hayan brindado en la sala mayor de nuestra ciudad en los últimos años. Tres horas de show, con casi media hora de retraso y dos bises se registraron cuando el reloj marcaba la una de la madrugada, teniendo a todo el público de pie. Vale decir, en su mayoría lanzado hacia el filo del escenario, tratando de capturar su figura, mediante celulares y camaritas de vídeo.
Ismael Serrano, así como lo ve, un tanto timorato, con aire de poeta bohemio e introspectivo y un tono en su forma de hablar y de cantar que no conduce a bruscos cambios y cuyas letras pareciera que descansaran en un mismo colchón melódico (casi hasta el agobio), provoca todo ese magnetismo encantador y envolvente, ante un auditorio repleto. Sus artilugios, en buena ley por cierto, responden a la utilización de la vasta paleta simbólica que provee el castellano para florear sus versos largos y su don de narrador. La presentación de su última producción, "Acuérdate de vivir", contó sólo con su presencia, el acompañamiento de su guitarrista Fredi Marugán y una ambientación -con una tela gigante de fondo- del living de su "humilde morada".

Historia coral

Todo el show giró en torno a la consecución de relatos, esgrimidos con una descripción y un uso del pulso narrativo notables, que servían de hilvanes introductorios para cada canción. Como una suerte de historia coral, el autor vallecano narró los perfiles de distintos personajes de una pintoresca vecindad en un edificio. Con precisión de cirujano, Serrano lograba hundir esos detalles ficticios de vida entre la melancolía y la tristeza, hasta estallar en impensados raptos cómicos de humor negro (como cuando se burlaba de los que se mueren "sin ganas").
Bajo este armazón lúdico, que al final terminaría por enlazar todas las historias en comunión solidaria, el trovador interpretó: "Vuelvo", "El espejismo" , "Te vas" y "Podría ser" de su último disco; "Amores imposibles" de "Sueños de un hombre despierto" (2007), con su frase dilecta "la excusa más cobarde es culpar al destino"; "Qué andarás haciendo" y "Ahora" (esa gran añoranza de la juventud, que reza "cumplimos más años que promesas") de "La traición de Wendy" (2001), "El hombre extraño" de Silvio Rodríguez (a pedido del público), "Sucede que a veces" de "Naves ardiendo más allá de Orión" (2005) y para el último tramo "La extraña pareja" de "Atrapados en azul" (1995), escrita por su padre Rodolfo.
No faltó oportunidad para recordar a las Madres de Plaza de Mayo con su tema alegórico y su consigna "la única lucha que se pierde es la que se abandona", de recordar los históricos -ya en los bises- "Amo tanto la vida" y "Ana", de adelantar un tema inédito "Por fin te encontré" y de redefinir aquella "bronca generacional" llamada "Papá cuéntame otra vez".
En tal instancia sentenció: "Esta canción sigue estando dedicada a los que muriendo luchando, a los que les debemos tanto. Sigo militando en la memoria porque creo que es una herramienta de futuro para construir una identidad propia. Sé que algún día asumiremos el protagonismo que nos toca y tal vez podamos contarle de veras algo a nuestros hijos y el final será otro, no tan triste".
A pesar de que antes se había embrollado en tratar de explicar la crisis española (de paso, la explicó como si nosotros no la hubiésemos padecido en carne propia), ésta se erigió como su prédica más política, al trocar el último verso del tema por: "...ahora mueren en Libia los que antes morían en Vietnam".
Así, con repertorio revisado y una verborragia ya disminuida, se despidió el trovador -con una bandera "whipala" de regalo que le había alcanzado una espectadora- a descansar hasta hoy, en el hotel Howard Johnson con su mujer y su equipo. En plena actuación, había señalado con ironía que sus conciertos eran tan largos y que era el último en irse para que nadie hablara mal de su persona. Las jóvenes y las señoras se ocuparon de cambiar ese veredicto.

Juan Ramón Seia