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Ilustración: Luis Yong |
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Escribe: Jesús Chirino
En esta oportunidad nos ocupamos de una fuga de presos que tuvo lugar a poco de inaugurarse el edificio que aún funciona como espacio carcelario en la ciudad.
Nueva cárcel
Cuando aún la cárcel no ocupaba el actual edificio ubicado en barrio Belgrano, antes conocido como Villa Avión por su cercanía con el campo donde los entusiastas del vuelo hacían de las suyas, los presos eran alojados en la sede de la Jefatura Política situada en la esquina formada por las calles General Paz y San Juan.
El jefe político era el delegado del gobernador, hombre de confianza del mandatario provincial, con autoridad sobre el cuerpo policial que, como se sabe, es un organismo dependiente del Poder Ejecutivo provincial.
En esta misma columna hemos descripto diferentes situaciones que supieron darse en la Jefatura Política, también sede de la Policía y lugar donde se ubicaban los calabozos que servían para alojar a los detenidos. Desde una de esas celdas, el 24 de junio de 1937, fue llevado Julio Pedernera, primer procesado alojado en el nuevo edificio de la cárcel de encausados.
En esa oportunidad el detenido fue transportado en el coche particular del director del nuevo establecimiento penitenciario, que si bien había sido inaugurado en un acto del 4 de junio recién fue habilitado veinte días después.
Limar una reja
En la misma fecha en que se cumplían tres meses del día en que el gobernador presidió la inauguración del nuevo edificio carcelario, los barrotes de la celda identificada con el número 33 fueron limados. Según reveló posteriormente la prensa aquel 4 de setiembre, cuando el trajinar diario desaceleraba su ritmo habitual por la llegada de las sombras de la noche algunos de los hombres alojados en la planta baja de la cárcel lograron limar la reja de la mencionada celda.
Según se calculó a posteriori los presos hicieron ese trabajo en un horario cercano a las ocho o las nueve de la noche.
Cuando el hierro de la reja cedió al vaivén del acero que lo gastaba los internos del flamante establecimiento pudieron trasponer el primer muro que los separaba de la libertad.
Uno a uno fue saliendo de la celda hasta completar un conjunto de once figuras de movimientos sigilosos que comenzaron a desplazarse por un patio interno del penal.
Algunos transportaban los elementos preparados para la ocasión.
Alguien puso todo su empeño para guiar la cuerda hasta lo más alto del muro. Tenían armada una horquilla con palos que habían sido cabos de escobas. Ese elemento les sirvió para elevar una punta de la soga hasta el borde del muro, quizás algún ronroneo del día que culminaba atenuó el sonido cuando el cemento fue golpeado por la manija de un balde que atado a la soga hacía de gancho.
Asegurada la cuerda comenzó el ascenso, cada hombre que subía lo hacía con más confianza pues iba quedando claro que la cuerda estaba asegurada y toleraba el peso de los escaladores. Si bien las cosas habían sido planificadas al detalle, puede pensarse que igual los invadía el nerviosismo propio de la actividad que realizaban.
Habían elegido el momento en que los hombres del servicio penitenciario se desplazaban de un pabellón a otro.
Los fugitivos trataban de ser lo más sigilosos posible, pero quién sabe por qué el silencio reinante en el penal llamó la atención a uno de los guardias que se dirigió al sector interno y con sorpresa descubrió que los once detenidos no se encontraban donde debían estar.
De inmediato todo el personal penitenciario se puso en alerta y se dio aviso a la Policía. Se habían fugado once hombres que desde las fuerzas del orden describían como “elementos de gran peligrosidad”.
No pasaron muchos minutos para que comenzaran los rastrillajes en los alrededores del edificio carcelario.
A nadie se encontró en las inmediaciones de la cárcel, sí en su patio interno habían quedado los cabos de escoba y la soga colgando del muro.
Dos exonerados
Como un relámpago la noticia recorrió los pasillos del poder, el Gobierno inició un sumario para determinar responsabilidades. La investigación a cargo del secretario de la Fiscalía de Gobierno, Marcelo Posse, estimó que habían existido “deficiencias de vigilancia” por las cuales se apercibió al director del establecimiento, Sanmartino, y se exoneró a los guardias López Videla y Neyra López.
En el norte de la provincia, el 7 de octubre, la Policía provincial logró detener a cuatro de los once que habían escalado el paredón de la cárcel local. Al día siguiente fueron regresados a Villa María, la prensa de la época se hizo eco, sin criticarlo, del “recibimiento” violento que habían tenido por parte de los guardias. Se repetía la triste escena en la cual algunos hombres piensan que, por alguna determinada circunstancia, otros hombres han perdido su condición y que los golpes y el miedo son aleccionadores.
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