Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Un recuerdo imborrable: en bicicleta, por la ruta. Salir del pueblo y, siguiendo rumbo impreciso, encontrarse con los viñedos, enormes montañas de fondo y mucho cielo para ver. Pequeñas ondulaciones en el camino, belleza por doquier, sensación de libertad. Pasó en Cafayate, bien al sur de la provincia de Salta, en la plenitud de los Valles Calchaquíes. Es una imagen de las tantas que ofrece el lugar. Tantas. Tantísimas.
El municipio es dócil y tranquilo, pero con buen movimiento de visitantes a lo largo del año. Experiencia acogedora la de caminar por la plaza, ojear la catedral, husmear en los comedores y casonas típicas. Sus habitantes decoran todo a puro acento, con ganas de enseñar los atractivos circundantes al foráneo. Son gente sencilla y trabajadora, que encuentra en el turismo y la producción vitivinícola su medio de subsistencia.
Ahí, en la vid, está uno de los factores que hacen famosos al pueblo. Cafayate es largamente reconocida por su tradición en la producción del vino. Varios de los mejores ejemplares del país surgen de sus bodegas, empresas entre las que destacan Vasija Secreta, Etchart y Nanni. En todos los casos, la variedad torrontés es la más solicitada. Nada como visitar estos espacios y disfrutar de un excelente trago con vista a los cerros. Y de paso, conocer los secretos de la elaboración. La cita con los parrales y otras actividades relacionadas (como la visita al museo que ahondan en la temática) podría extenderse por días.
Sin embargo, la localidad convida con mucho más que eso. Una serie de espacios naturales, de notables atributos, revolotean por los alrededores, aguardando la presencia del viajero. Las cascadas Río Colorado son un buen ejemplo. Se trata de chorros y saltos que se entremezclan a unos 12 kilómetros del centro. El camino, brotado de verde, deslumbra a partir de la danza de las aguas y las panorámicas generales.
Antes de llegar, conviene dedicarle una parada a sitios como El Divisadero y la Cueva de Suri. El primero sobresale por ser un antiguo asentamiento de los diaguitas, pioneros en la región. El segundo, por conservar pinturas rupestres realizadas por esa misma civilización.
Si de caminatas se trata, vale la pena llegarse hasta la cima del Cerro Santa Teresita. A sólo dos kilómetros de la plaza, configura un excelente paseo al aire libre, con fantásticas vistas de los alrededores.

Quebrada de las Conchas

Alejándonos de la comarca, con rumbo a Salta capital, surge en el terreno uno de los espectáculos más impresionantes que tiene la provincia: la Quebrada de las Conchas. Un deslumbrante valle por donde discurre el Río de las conchas y deambulan postales de colección. Las formas y colores de las laderas suponen un desafío para los cuellos, que no paran de girar buscando la perspectiva perfecta. Soberbios naranjas y marrones explotan en colinas y paredones, formando geoformas como Los Castillos, El Monje, Las Ventanas o El Anfiteatro. En la plenitud de la ruta 68, lo bucólico es moneda corriente.
No hace mucho tiempo, un grupo de investigadores descubrió que cerca de allí pasaba un antiguo camino inca. La vía conectaba al valle con otros asentamientos, entre quebradas y peñascos. Idas y venidas se multiplicaban por miles. Había que buscar la comida, había que negociar, había que conquistar. Los hijos del imperio, en fin, habían encontrado la excusa perfecta para disfrutar de esos maravillosos paisajes.