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10 de Julio de 2011
Transitando los caminos de la historia - Nota Nº 258
Conflictiva elección municipal en 1895
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Ilustración: Luis Yong

Escribe: Jesús Chirino

A las ocho de la mañana del día inaugural del mes de diciembre de 1895 se inició el acto electoral organizado para elegir el sucesor de Florencio Arines, intendente municipal de Villa María. La campaña proselitista no había sido escasa en tensiones, por el contrario la rivalidad entre los sectores políticos en pugna no dio tregua. Esa misma mañana, frente a la mesa electoral, tendría lugar un lamentable hecho que llevó a la suspensión de las elecciones.

Votar como antes

Hacía apenas doce años que Villa María había logrado tener su propia intendencia. En 1883 el primer intendente fue elegido por el voto de 63 hombres. En 1887 asumió el segundo intendente y en 1891 el tercer jefe comunal cuyo mandato terminó aquel diciembre en el cual sucedieron los hechos que aquí comentamos.
Debemos recordar que por entonces no todos los vecinos mayores eran habilitados para votar, sólo podían sufragar los varones que contribuían al erario público y figuraban en el registro de electores. Así tenemos que en octubre de 1894 se confeccionó el registro de hombres que podían ser electores en Villa María, el total de vecinos habilitados para tal fin eran 217. En esa cifra estaban incluidos tanto los extranjeros como los argentinos habilitados para votar en las elecciones de diciembre de 1895. Un dato a tener en cuenta que para entonces Villa María contaba con un poco más de dos mil habitantes.
Los postulantes para suceder a Florencio Arines fueron, el farmacéutico Jacobo Repetto, apoyado por el sector más liberal, y el comerciante Martín Urquijo que respondía a una parcialidad más conservadora y católica. Los dos candidatos eran amigos del jefe político José María Altamira, según sostuviera Juan Manuel Pereyra cuando en 1946 publicó las circunstancias de aquella elección.
La única urna dispuesta para el acto comicial fue ubicada en el atrio del edificio de la Iglesia Catedral, por entonces aún en construcción. El acto comenzó sin mayores novedades, se armó la mesa con las autoridades de rigor, presidió Alejandro Voglino secundado por José Furió y José Estévez Prieto. Estos hombres junto a la guardia policial cuidarían que la jornada se desarrollara dentro de lo habitual. No olvidemos que en aquel tiempo no regía el voto secreto y las manifestaciones partidarias se hacían a viva voz. Tampoco se estilaba cerrar los negocios el día del acto electoral.

Urna al monte

Una buena cantidad de vecinos ya habían votado, todos los cálculos favorecían al candidato Urquijo, fue entonces que se armó el alboroto. Un hombre se abalanzó sobre la mesa, tomó la urna, se la dio a otro que montado en su caballo partió rápidamente para perderse entre el monte cercano. José Pedernera escribió: “los secuestradores de la urna desaparecen en contadísimos instantes, ganando los bosques inmediatos, cabalgando veloces corceles”.
Juan Pereyra, que entonces trabajaba en la casa de ramos generales y despacho de bebidas La Abundancia, en su escrito anteriormente referido cuenta que estaba el jefe político tomando un trago en ese local cuando “llegó don Bernardo Fernández, todo sofocado, gritando: ¡Altamira, en la iglesia se están matando a los tiros!”. En el relato Pereyra continúa diciendo que “Altamira, sin dar aparentemente gravedad a la denuncia, salió al galope de su alazán hacia el templo, en donde, afortunadamente, no había ni siquiera un herido, pero eso sí, había terminado la elección”.
La mayoría de los presentes había sido dispersada por los disparos. Luego de que los jinetes que llevaban la urna, entre ellos el joven, de 18 años de edad, Joaquín Pereira Cárdama que no era capataz de Moyano como se dijo y que según el mencionado Pereyra no fue nombrado en el acta escrita en la ocasión “en homenaje a la madre”.

La protesta en acta

Robada la urna, la sorpresa, el temor y la bronca se mezclaron originando una tensa calma que ganó el escenario frente a la que hoy es conocida como Plaza San Martín. El presidente y demás autoridades de la mesa electoral reaccionaron decidiendo que se terminaba la elección pues ya no había urna y no se podrían contar los casi dos centenares de sufragios emitidos. De inmediato se labró un acta para dejar constancia de lo sucedido y protestar por el atropello, la misma dice: “En Villa María, Departamento Tercero Abajo, provincia de Córdoba, a un día del mes de diciembre de mil ochocientos noventa y cinco, y siendo las diez y treinta de la mañana, se dio por suspendida la elección de Intendente Municipal convocada por Decreto del Intendente Municipal de fecha quince de noviembre próximo pasado, por resolución de los conjueces que suscriben la presente protesta, a causa de que un señor Belsor Moyano, que no es vecino de este municipio, que atropelló la mesa arrebatando la urna donde se depositaban los votos y al parecer de conformidad con el comisario de Policía don Sabas Vázquez y dos soldados de la misma a quienes él mandó apuntar con los remingtons según se puede comprobar con los testigos que suscriben la presente y habiéndose producido un tiroteo en el atrio que hizo despejar a los sufragantes. Siendo imposible continuar la elección por el carácter de lucha que se nota en los Partidos Sufragantes y en el ningún apoyo que la autoridad presta a la mesa. Consideramos de nuestro deber, hacer constar que a la llegada del señor Jefe Político con su escolta, fue restablecido el orden, dispersados los grupos y garantida la vida de los Conjueces, pero haciéndose imposible continuar la elección por no aparecer la urna que después de arrebatada por Moyano, fue entregada a un capataz suyo quien a caballo internóse en el monte y como ésta lleva cerca de doscientos votos, no podrá verificarse el escrutinio con arreglo a la ley. En tal virtud, los Conjueces de la mesa y los testigos presenciales de los hechos protestamos del abuso y falta de garantías que han impedido el libre ejercicio del sufragio público a la mayoría de los vecinos pacíficos de este Municipio, nacionales y extranjeros y firmamos dos actas de un tenor de la cuales se archivará una en la Corporación Municipal para constancia de este hecho y otra para elevarla al Poder Ejecutivo de la Provincia a los fines de garantías que se solicitarán oportunamente para la nueva elección y conocimiento de estos hechos, debiendo publicarse también, esta protesta”.
Firmada por: A. Voglino, Presidente; José Estévez Prieto, Conjuez; José Furió, Conjuez; Nabor A. Pedraza; J. B. Margueirat; J. Waldino Ceballos; H. Maciel; B. Fernández; M. Urquijo; Virgilio Fernández; Federico Baraldo; C. Vidal; Ignacio Urquijo; V. Irazábal; Silverio Bermúdez; Ángel B. Ceballos; R. Tejeiro; F. Maciel; E. Giavelli; E. Carreras; A. Giráldez; P. Figueroa; C. Bermúdez; Constante Sobral; Juan Sobral; Francisco Pérez; Gerónimo Urquijo; Miguel Mantecosta; Raymundo Loveyra; Perfecto Rodríguez; Rafael Bonoris; Enrico Bonoris; Bernardino Maciel, cura Párroco; Nicolás Camperchiolis; Pastor Maciel; Manuel Rodríguez Cías; Servando Vázquez; Heraclio V. Pena; Luis Rilo; Juan M. Pereira; Quintín Velazco; Luciano Pazos; Manuel Incia y siguen las firmas pero son ilegibles.

Voto o sorteo de intendente

Aparentemente el nuevo acto electoral, según lo escrito en el segundo tomo del Plan de desarrollo de la Ciudad, se desarrolló el 22 de diciembre del mismo año y resultó elegido, por una gran mayoría, Fermín Maciel. Al día siguiente, en una sesión especial, el Concejo Deliberante aprobó el resultado de la elección. Pero parece ser que esto no es todo lo que pasó en aquellos días, o por lo menos no sucedió tal cual está contado en algunos libros, pues en la década del noventa del siglo pasado Bernardino Calvo reprodujo, dándole crédito, lo que Pereyra publicó en 1946 diciendo que poco tiempo después del robo de la urna “…Altamira y su amigo Margueirat, maniobraron con mucha habilidad para que fuera electo intendente un criollo del grupo católico, pero sin que se enojasen los liberales. ¿Cómo? Muy sencillamente. Cada grupo proclamaría un candidato y se echaría a suerte, siendo electo el que primero saliera de dos cédulas puestas en un sombrero”. El grupo de los católicos conservadores “urquijistas” propuso a Fermín Maciel, en tanto que los liberales proclamaron a Felipe Poretti. El nombrado Margueirat fue el encargado de escribir las cédulas y ponerlas en un sombrero, Altamira sacó una con el nombre de Maciel quien asumió el 26 del mismo mes siendo el cuarto intendente de la ciudad, gobernando hasta julio 1898. Con los años Margueirat confesaría que las dos cédulas tenían el nombre de Maciel.

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