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24 de Julio de 2011
Destinos Neuquén capital
De la ciudad también se vive
Puerta de ingreso a la Patagonia, la mayor urbe de aquel inmenso territorio convida con propuestas de interés. Una probada del río Limay, civilización e idiosincrasia sureña, antes de continuar hacia la región andina
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Escribe:

Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

La gente le pasa por el lado. “Lo bueno está más al sur”, dicen y siguen. Así, se quedan sin Neuquén. Una ciudad que poco tiene que ver con los pueblos de la zona andina, de montañas y bosques infinitos. Pero que sin embargo, ofrece particularidades que el buen viajero sabrá apreciar. Capital provincial, es el umbral de la Patagonia, su puerta de entrada. También la metrópoli más grande de esa región inmensa y, por lo tanto, un referente de la misma. Tiene unos 300 mil habitantes. Y varias cositas para ver y disfrutar.

Un mapa muy simple
El esquema urbano es bien sencillo: el centro mismo consiste en una extensa y ancha avenida, la Argentina. Enérgica y de movimiento constante, tiene aires de vitalidad y ambiente agradable. A los costados las calles se pierden mezclando silencio y gusto a siesta, con algunas plazas dando idea de pueblo. Hacia el norte, la altitud sube apenas, pendientes que buscan la meseta. Hacia el sur, espera el río Limay, punto vital del valle.
En esta última dirección, la ruta nacional 22 cruza la principal arteria. Boulevard donde una interminable fila de autos, camiones y colectivos marcan el paisaje. Las empresas y fábricas se extienden hasta Plottier, al oeste, y hasta Cipolletti, al este. Todo junto conforma un polo industrial de gran importancia. La prosperidad se respira. Buen pasar que rebalsa y moja a la ciudadanía. No en vano la provincia tiene uno de los mejores índices de calidad de vida del país.
Aquello se vuelve evidente en el paseo por la avenida Argentina. Altos edificios, comercios, bares y restaurantes imprimen en el asfalto huellas de gran ciudad. La limpieza y lo ameno del entorno, convierten la caminata en un acto de placer. El Monumento a San Martín y la Catedral María Auxiliadora, de esbelta figura, decoran la experiencia.
Con rumbo sur, el visitante atraviesa el Parque Central, donde el verde se adueña del protagonismo. Buena oportunidad para descansar los pies, mientras los locales van, vienen y se quedan. En las voces se advierte un amalgama de acentos. La explicación surge instantánea: desde hace varios años, Neuquén es el hogar de miles de argentinos y bolivianos que encontraron, aquí, el bienestar negado en casa. Los originarios de la zona, entre susurros, los llaman “paracaidistas”. Sin datos oficiales al respecto, se estima que conforman la mitad de la población.

Hacia el Limay
Tras el parate y continuando por la avenida (que ya adquiere color residencial), aparece el Limay. Es un regalo precioso. Acaudalado río, de correntada furiosa y alrededores diáfanos, marca el límite con Río Negro. Durante 500 kilómetros sirve como motor de diferentes centrales hidroeléctricas, que aprovechan su enorme potencial. Tremenda vista obtiene uno desde los balnearios de la ciudad. Caudal lleno de vida, la postal se completa con los sauces circundantes y las tímidas serranías que asoman por el fondo.
Para incrementar el contacto con la naturaleza, hay que llegarse hasta los varios espejos de agua que pululan en los alrededores de la urbe. En ese sentido, destacan.
Los embalses Mari Menuco y Los Barreales, el lago Pellegrini y los diques Portezuelo Grande, Loma de la Lata y Ballester, entre otros. La pesca y varios deportes acuáticos se desarrollan a lo largo del año.
En el final, conviene volver sobre lo andado e instalarse en el Balcón del Valle, pocos pasos al norte del centro. Desde allí, la vista de la ciudad, del Río Neuquén y los alrededores, potencian el encanto local. Mientras, el sol se va yendo por occidente. Una despedida a la altura de las circunstancias.

Ruta alternativa: Ezeiza

Escribe:

El Peregrino Impertinente

Nunca faltan los pesimistas que vienen con aquello de “La única salida es Ezeiza”, haciendo referencia a que sólo escapando hacia otro país a través del principal aeropuerto nacional, los argentinos podemos acceder a una vida realmente digna. Se equivocan: desde hace bastantes años el Aeropuerto de Córdoba también sirve como terminal de vuelos internacionales. Es cuestión de agarrar las páginas amarillas y espabilarse un poco.
Aunque la frase hoy no tiene tanto protagonismo como a principios del Siglo XXI, Ezeiza continúa siendo plataforma de éxodos. Claro que, ahora, sólo una pequeña parte de los móviles tienen que ver con el desarraigo permanente. La mayoría lo utiliza para irse de vacaciones o viajar por motivos de estudio, trabajo, etcétera. Es fácil distinguir a los argentinos que se van para no volver: tienen cara de “¿Cómo carajo voy a hacer para encontrar matambre en Shanghai?”.
Que cosa más linda resulta llegar a esa enorme estructura y observar la diversidad de motivos que mueven a los viajeros a utilizar sus instalaciones. Y la diversidad de personas que las colman. Un hormiguero de gente yendo y viniendo. Todas las nacionalidades juntas, todos los colores, razas, religiones. Parece una convención de la ONU, aunque sin tantos garcas con diplomatura en buenos modales.
Yo podría pasarme horas viendo ese espectáculo sociológico, y jugando a adivinar la nacionalidad de cada uno de los nómadas que veo. Hombre de barba abultada, turbante blanco, tigre de Bengala tirado al lado: India. Mujer delgada, ojos achinados, arroz en la trucha: Japón. Gringo alto, sombrero de cowboy, remera que dice “USA”: Bolivia. Así, uno se entretiene un rato y deja de pensar que en unos minutos estará volando a 12 mil kilómetros del suelo por 14 horas seguidas, en un asiento más chico que la m...

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