Por Hernán Brienza (*)
El 24 de marzo de 1976, Félix Laíño, por entonces director del diario La Razón, publicó una de las tapas más nefastas en la historia del periodismo nacional. Tituló: "Se acabaron las palabras". Significaba que se había terminado el tiempo de los errores del Gobierno de María Estela Martínez de Perón y del endeble sistema democrático argentino y que llegaba el tiempo de la dictadura. Era algo así como "La hora de la espada" lugoneana, el llamado a la violencia más brutal de la cual hemos sido víctima los argentinos.
Hoy, a más de 35 años de esa tapa, los argentinos le dijeron -llenando de votos las urnas en las elecciones primarias- a los tituleros de los principales medios hegemónicos -Clarín y La Nación- que las palabras que se acabaron fueron las de aquellos que intentan revalidar su poder con las operaciones políticas y no legitimarse por los votos. Más allá del resultado de las primarias de ayer, el hecho en sí de que más del 75% del electorado haya decidido participar de un acto de profundización del sistema democrático como fue la experiencia de ayer, demuestra que la realidad se ha impuesto sobre la virtualidad construida por las palabras.
1) El primer mensaje que la sociedad envió ayer a la clase política es que quiere más y no menos democracia. Que tiene ganas de participar y que deja pasar las oportunidades para manifestar su voluntad.
2) El segundo mensaje que arrojaron los resultados de ayer es sobre el verdadero peso de los medios de comunicación hegemónicos. Por primera vez en democracia, un gobierno alcanzó un 50% de los votos en una elección en contra de la campaña política más salvaje llevada adelante por la prensa. Es decir, hay que analizar profundamente cuál es la influencia real de los medios frente a la voluntad de los ciudadanos.
3) La tercera señal es que en la Argentina se acabaron los votos cautivos. Ya no hay un voto férreamente identificado con un partido o una ideología, sino que prepondera el voto estratégico, útil, circunstancial, que, además, evalúa concienzudamente la gestión de los políticos. Es por eso que un ciudadano puede votar a Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en las generales. O a José Manuel de la Sota o a Antonio Bonfatti, en las locales, y al Frente para la Victoria, en las nacionales. Lo que importa es la gestión, la evaluación que hace el ciudadano del buen o mal gobierno al que tiene que evaluar. Se trata del voto "cajita feliz", que percibe el estado de bienestar general y apoya la continuidad de lo estatuido. Prueba de esto es que el Gobierno -para dolor de cabeza de Hugo Biolcatti- ganó incluso en la cuenca sojera.
4) La cuarta señal es la relación que la presidenta de la Nación ha entablado con la sociedad argentina. Hoy por hoy no hay ningún político que tenga la representatividad de Cristina Fernández. Es un liderazgo con un fuerte componente carismático, pero sobre todo con una contundente legitimidad racional. La apelación primaria que hace la mandataria en sus discursos está siempre basada en la política en su máxima expresión: desde lo estrictamente ideológico hasta la pragmática del día a día de la gestión. Esto significa que ella es el factor necesario de la política frente a la contingencia de los demás políticos del Frente para la Victoria y, obviamente, el justicialismo.
5) Hay en el voto mayoritario de ayer también un importante tinte ideológico, que se encuentra enclavado en la juventud y en los sectores que llegan al kirchnerismo desde el progresismo o la centro izquierda. Son aquellos que apuestan a la profundización del modelo y que esperan que el tercer mandato del kirchnerismo sea una apuesta indubitable a la redistribución de la riqueza en la Argentina.
6) En la Argentina de hoy no hay lugar para "lo viejo". Ni Eduardo Duhalde -con su patético discurso de (ante)anoche apelando a las "banderas subversivas" ni con su política de "darle un susto" al Gobierno- ni Ricardo Alfonsín -con su campaña descalificadora y la apelación constante a su padre- lograron hacer frente al modelo nacional y popular, con su capacidad de proyectar un futuro tangible para millones de argentinos.
7) Hace unas semanas, cuando Macri ganó en la CABA, escribí que la ganadora era Cristina. Hoy queda comprobado que el único candidato de centro derecha que podría haber llegado a hacerle relativa competencia al oficialismo no puede presentarse a las elecciones presidenciales del 23 de octubre.
Hoy lunes (por ayer) comienza la carrera final hacia las presidenciales del 23 de octubre. La diferencia entre Cristina Fernández y la oposición es de más de 35 puntos. Parecen pisos y techos difíciles de traspasar. Las primarias no cumplieron el objetivo seleccionador que tenían en un principio, pero resultaron un mapeo general de cómo está situada políticamente la sociedad. Y los votos -quizás la forma más perfecta de democracia- arrollaron a las palabras.
(*) Periodista, escritor y politólogo
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