En el rock no existe una unidad métrica que sea útil para sopesar la envergadura de un grupo musical. En realidad, en el mercado discográfico, hoy una banda constituye lo más sublime y mañana, los mismos que la alzaron a la cumbre de la fama y de los elogios, la terminan decapitando como tal. Los "ejecutores" suelen estar conformados por críticos musicales, consumidores y altos jerarcas de las empresas discográficas. Finalmente, un sólo factor es capaz de determinar fehacientemente quienes son los artistas que se proyectan en el tiempo, en la memoria y en las preferencias de los más disímiles públicos mundanos. Ese elemento es el tiempo, el verdadero reflejo de los talentos que perduran através de los años. En esta entrega, me ocupo de una formación a la que resultaría imposible omitir, sobre todo entre 1967 y 1977, diez años de inspirada mística con resultados musicales exhuberantes. Cuando la marca psicodélica californiana invadió el Reino Unido en 1966, encontró en los jóvenes universitarios, a su público más receptivo. Así ocurrió con Syd Barrett, Roger Waters, Nick Mason y Rick Wright, posteriormente contenidos bajo la etiqueta sonora que se impuso por los cinco continentes, Pink Floyd. LLegaban para ocupar un espacio, eran los más dignos mentores de lo que a priori se conoció como el rock sinfónico. Las prospecciones de estos cuatro artistas del pop, mantuvieron esta dirección hasta que la fuente de la inspiración se vació súbitamente. No claudicaron por cierto, ante la irrupción del blues-rock británico, cargado de solos de guitarras voraces y prosiguieron así al abrigo de una línea personal, hasta toparse con el estilo sinfónico que les resultó tan característico y celebrado por sus fans en todo el mundo. La gran incógnita para los analistas musicales, era como conseguían estos instrumentistas más bien torpes, encajar en un terreno donde predominaban con éxito agrupaciones como los Yes, Génesis o Emerson-Like and Palmer, músicos que sostenían un estilo de arreglos barrocos y melodías sublimes. La cuestión es que los Pink Floyd, se acomodaron en un escalón más modesto, para avanzar en tanto, en la parte técnica del sonido. Es decir, ruidos, efectos y por sobre todo, mucha imaginación tanto a la hora de elaborar el guión sonoro como en el tramo final de las mezclas. Se dijo que posiblemente, les fue de gran ayuda sus años como estudiantes de arquitectura. Exhibían una poderosa imaginación y lograban un sonido muy singular inspirado en el rock sinfónico, sustancia imprescindible para obtener un estilo absoluto e inimitable que los hizo "tan especiales". Syd Barrett comenzó a desvariar y su conducta se desnaturalizó, situación que lo llevó a dejar la agrupación. El núcleo se cohesionó con la llegada de David Gilmour que manifestó a la prensa, a poco de su llegada al conjunto, que la historia del verdadero líder y creador Syd Barrett, se trató más de una historia triste que romántica, como algunos quisieron hacerla parecer.
Los bailes de secundario. En nuestra semblanza villamariense, un recuerdo muy emotivo para los bailes que organizaban los colegios, en su etapa secundaria. Los quintos año de aquellos dorados setenta.
El gran objetivo era recaudar el dinero para viajar y concretar el tan anhelado viaje de estudio. En el caso del responsable de esta columna, los estudiantes que asistíamos al Rivadavia, generalmente armábamos los bailongos en club Ameghino, testigo además, de incipientes romances que terminaban en interminables noviazgos. Algunos desembarcaban directamente en matrimonio prematuro. El bufé era el gran generador de divisas a la hora de recaudar. Muchos de aquellos momentos han quedado registrados en la cámara de Fernando Coggiola, fotógrafo y amigo, también egresado del Riva .
Atilio Ghezzi
Especial para EL DIARIO
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