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Víctor Rena en Vietnam, uno de los tantos destinos adonde lo llevó la pelota |
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Para Víctor Rena (32) la pelota comenzó a rodar en su casa del barrio Parque de Villa María hace poco más de 30 años y no paró. Y el delantero, siguiendo aquel instinto tempranero de área y de gol, seducido por ese andar azaroso, tentador y caprichoso, propio del balón y del juego más popular del planeta, no dejó de perseguirla, de buscarla, de quererla. Es que sintió desde chiquito que en el interior de aquel pequeño mundo de cuero y de goma no había sólo aire: había sueños, había oportunidades, había aprendizaje, había crecimiento profesional y espiritual. Así pasó, del patio de la casa paterna del bulevar Cárcano, a la Placita del Mundial ‘78 frente al Rosedal Parajón Ortiz; después, con pelota dominada, avanzó en el campo hacia las promocionales de Sarmiento y de ahí cambió de frente en dirección a Argentinos, en el barrio Santa Ana. Debutó en primera y pasó a Alumni. "Sin cobrar un mango, jugaba gratis", recuerda Rena.
Allí, la vida le tiró el primer centro largo a la olla, al medio del área, al otro lado del Mapamundi: Portugal.
"Pasé de ser un amateur casi, a jugar en un equipo de la segunda categoría del fútbol europeo. Casi sin conocer Córdoba y Buenos Aires, tomé un avión y me fui a Portugal. Fue mi primera experiencia profesional", cuenta el delantero y recuerda que "vivía en Oporto, sólo, en una casa sin vereda. Abría la puerta y ahí estaba la calle. Fue una experiencia muy intensa porque viajando no sólo te introducís en la cultura del país adonde vas, sino que, además, empezás a alternar con otros jugadores de distintas nacionalidades (polacos, africanos, latinos...) cada cual con sus usos y costumbres, con sus religiones y comidas, con sus creencias... y esas relaciones sociales te empiezan a marcar y a abrir la cabeza. Es algo realmente increíble, todo lo que se aprende. Por empezar, tuve que aprender a hablar en portugués, para poder comunicarme. Y no es poco, aprender una lengua nueva".
Víctor tenía entonces 20 años. El mundo comenzaba a abrirse para él como un libro de hojas en blanco en el que él iba a ir dejando la marca de sus botines gol a gol, paso a paso, caída tras caída, y como en el área chica, levantándose de un salto. Si es gol, a festejar. Y cuando la pelota no toca la red o no cobraron el penal, ni te sacaron la roja, te sacudís el polvo y volvés a empezar.
"En Portugal aprendí que hay dos tipos de convivencia: la profesional, que te da el trato cotidiano con tus compañeros de equipo, con quienes compartís aspectos específicos del juego, y otra más profunda, que es la convivencia cuando compartís la vivienda, el trato diario y hablás de otras cosas, más personales. Fue una experiencia dura, porque estaba lejos de mi familia y mis amigos. Lo que más me marcó de Portugal, lo que aprendí más a fondo, fue que me tenía que defender sólo, en la vida como en el área". asegura Rena y agrega: "Allá cometí muchos errores, producto de la inexperiencia, que luego, con los años, me fui perdonando".
En el último arco portugués que enfrentó el goleador, la última pelota que shoteó, dio en el travesaño y rebotó en vuelo largo hasta Córdoba capital. Y de Córdoba a Chile y de Chile a Perú, "dos experiencias poco satisfactorias para mí porque casi no pude jugar", recuerda con amargura el goleador, quien se confiesa amante de la música y el cine entre otras cosas.
"Adonde voy me gusta interiorizarme y escuchar la música autóctona y los instrumentos propios de cada lugar; todos tienen algo y de todos se aprende algo, se te abre la cabeza de a poco y vas descubriendo que el mundo es enorme y diverso. Con cada viaje siento que se me fue abriendo una puerta dentro mío y fui descubriendo cosas de mí que ni siquiera sospechaba que estaban allí."
Y de Perú, sin escalas, a Rafaela: allí estudió para chef. "Me encanta la cocina y me gusta probar los platos típicos de cada lugar, experimentar los sabores. Eso también te hace abrir la mente, no cerrarte con prejuicios, darte cuenta de que el mundo es infinito en posibilidades", expresa Víctor en un perfecto cordobés básico, cansino y tranquilo; él, que habla inglés y portugués perfectamente, pero como se diría en la calle, no se come ninguna, no se la cree.
"No me preocupa lo que se piense de mí y no ando fijándome en los demás. Eso es otra cosa que aprendí después de tanto viaje. En ningún lugar del mundo he visto que la gente se fije tanto en el otro como en Villa María. Eso es un aspecto negativo de esta ciudad, que es una ciudad hermosa y a la que quiero tanto, porque aquí me crié y están todos mis afectos, mi familia y mis amigos. Porque, aunque he vivido cosas impresionantes en todos los destinos que estuve, y he aprendido mucho de la vida, en ninguno he sido 100% feliz, porque no estaba mi entorno."
Y tras cartón, levanta la vista, mira el arco y remata: "Sin embargo, me siento rico por dentro y muy agradecido; la vida me ha dado mucho".
¡¡Gooolllll!!
La pelota siguió rodado y picando a su aire, fiel a esa condición suya, femenina, seductora, atractiva.
De Rafaela volvía a la Villa, al Fortín.
"Acá, en Villa María, siempre me han tratado tan bien, la gente, aun jugando en contra. Uno escucha la tribuna tan cerca..."
Y de Villa Aurora a Bahía, Brasil. "Un lugar lleno de magia, y yo soy muy sensible a esas cosas, sé que tienen mucho valor."
De Brasil picó en diagonal a interceptar un pase relativamente corto hasta Formosa, y de Formosa devolvió una pared que lo dejó en San Luis. De ahí, le tiraron otra vez un centro largo, muy largo, en profundidad, hacia Vietnam, donde entrenaba "cerca de los cocodrilos, en el pantano que había al lado de la cancha, se asomaban los cocodrilos, que eran el público en los entrenamientos; y era mutuo, porque ellos salían a vernos a nosotros y nosotros dejábamos de entrenar para verlos a ellos", recuerda Víctor.
"Vietnam fue como un cierre de capítulo. Y fue desde el punto de vista humano una experiencia increíble. En Vietnam comencé a ver el fútbol y la vida desde una perspectiva distinta. Me di cuenta de que uno debe hacer hasta donde puede y debe aceptar que no puede hacer todo, que no todo depende de lo que hagamos nosotros. Yo, antes de Vietnam, el día anterior a un partido, no dormía, me lo tomaba muy a la tremenda. Allá, ni los jugadores, ni el cuerpo técnico, ni los dirigentes se dan tanta rosca por una derrota. Terminó el partido, perdiste, a otra cosa. A trabajar para hacerlo mejor el partido siguiente. Vietnam me dio tranquilidad, aplomo, entre otras cosas."
El delantero sufrió un duro revés en su salud. La vida le puso un defensor imaginario y maula que le metió un fulazo que lo dejó fuera de las canchas por un tiempo. Pero el goleador no perdió el tiempo en lamentaciones. Sacó fuerzas de flaqueza y se dedicó a aprender a tocar el violín. "De todos los instrumentos, siento que es el qu e me cala más hondo. Escucho ese sonido y me llega directamente al corazón", confiesa el rubio delantero y trotamundos cabeza de león, que apunta en su vitácora de navegación: "Con los viajes fui descubriendo que experimentaba más tiempo conmigo mismo, que iba profundizando más".
¿Y del fútbol?
"Lo más difícil del fútbol, para mí, fue aceptar y darme cuenta que es un gran negocio. Pero el juego en sí es maravilloso y mientras quedemos jugadores que juguemos por el juego, por lo lúdico, por el placer de jugar antes que por lo profesional, el fútbol está a salvo. Si un día dejo de sentir eso, no juego más."
La última estación, antes de volver a la ciudad, fue Malta. El mediterráneo, donde se filmaron escenas de películas como Popeye o Gladiador, un país exótico, cuya lengua nativa es una mezcla de italiano y árabe.
"Malta fue el cierre del sueño del fútbol europeo, fue cumplir con ese sueño, amasado desde tan chico. Y sirvió para terminar de darme cuenta de que salvo que jugués en un club muy grande de Europa, integrar un club mediano, no es tan la gran cosa como suele creerse. Ahora estoy bien, relajado, cumplido; estoy hecho y agradecido. Y quiero jugar en mi ciudad, para mí Alumni en especial y Villa María también."
Víctor Rena se queda mirando el atardecer; una de sus horas de día predilectas. Suena un violín como música de fondo, unos chicos corren tras una pelota en alguna placita de barrio, alguien en una cocina prepara una salsa oriental y el sol, como un balón de fuego, se mete en el arco del río Ctalamochita. Y comienzan a pasar los títulos finales de la película de una vida intensa, la vida de un futbolista villamariense y trotamundos. Y en los carteles no dice fin, dice "continuará...".
Sergio Stocchero
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