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Pedro y su madre, juntos después de 46 años. En la otra foto, parte de la familia, reunida ayer por la mañana en la casa de Blanca Romero |
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Pedro Alberto “el Gringo” Fuentes (52) estaba trabajando en Montes de Oca, provincia de Santa Fe, cuando hace 15 días llegó la Policía para hablar con él.
“Me dieron un papel con un número telefónico y me dijeron que tenía que llamar ahí. Por un momento creí que había recibido una herencia. En el trabajo se peleaban por llevarme hasta el locutorio”, recuerda, entre risas, el hombre que ayer, después de 46 años, se reencontró con su madre y sus hermanos en Villa María.
Sin embargo, lo esperaba una sorpresa aún mayor. Después de 46 años sin verlos ni tener noticias de ellos, iba a reencontrarse con su madre y dos de sus cuatro hermanos.
“Me parece un sueño, estar acá. Y si esto es un sueño, no quiero despertarme más”, dice Pedro, intentando sintetizar sus sentimientos, rodeado por sus familiares, en la casa de su madre, Blanca Romero (71), ubicada en Sabattini 584 de esta ciudad.
En la puerta de la casa se ven globos de colores y cartel que dice: “Bienvenido”, también en coloridas letras. El sol brilla en el cielo limpio, de la fría mañana de agosto, como para darle un marco más luminoso a esta historia que empezó hace casi medio siglo y que cierra hoy un capítulo más con el regreso del hijo pródigo.
Sobre la mesa de la modesta vivienda, alfajorcitos de maicena y el mate que va de mano en mano. Manos de gente trabajadora, sencilla, gente golpeada por la vida, que ayer, sin embargo, lucía sus mejores sonrisas de alegría y agradecimiento por poder volver a estar juntos.
“Todo empezó cuando me separé de mi marido. En la casa donde yo trabajaba me ofrecieron tener a los chicos, pero el padre se los llevó y los desparramó por ahí. Pedro tenía entonces seis años. Y desde entonces no lo había vuelto a ver. A sus hermanos, sí, pero nunca más a él. Tuve cinco hijos. Carlos Dante (55), Roxana del Valle (48), Héctor Hugo, que murió en un accidente a los 18 años (hoy tendría 54), Zulli Noemí, que murió de un cáncer a los 41 años (hoy tendría 53) y Pedro Alberto. Y yo siempre decía que tenía dos hijos muertos y uno desaparecido, porque había perdido las esperanzas de encontrarlo. Hoy estoy feliz”, dice Blanca, quien confiesa que fue “a muchos médicos, psicólogos, psiquiatras y todos me decían lo mismo: mi enfermedad, mi depresión, se debe a la pena y a la angustia. ¡Cuántas veces iba por la calle, mirando a la gente, para ver si lo encontraba! Y nada... Una vez -rememora- fui a una doma a Villa Nueva, porque me habían dicho que él era domador, fui pensando que en una de esas lo anunciaban por los parlantes, pero nada. Había perdido las esperanzas”.
Pedro cuenta que fue dejado por su padre en la casa de una tía, en Carrilobo, y allí pasó su infancia, “una infancia amarga y dura, apenas pude me fui de ahí” y recaló en Calchín a trabajar en un establecimiento rural. De allí, pasó a El Trébol, en la provincia de Santa Fe, a un establecimiento del mismo dueño. “Y ya me quedé siempre en Santa Fe, hasta el día de hoy, donde vivo con mi familia. Trabajo en una empresa constructora, tengo tres hijos, dos varones y una nena. Los varones juegan al fútbol y la nena, ella es la consentida”, explica el hombre.
Carlos Dante interviene en la charla: “Quien más insistió siempre en buscarlo fue Zulli. Ella no perdía las esperanzas ni siquiera cuando se enfermó, como si no se resignara a irse sin encontrar al ‘gringo’, la pobre”.
Es que el resto de la familia, con el tiempo, fue reencontrándose y restableciendo el vínculo, pero con Pedro la historia parecía ser esquiva.
Roxana del Valle vivió gran parte de su vida en San Jorge, provincia de Santa Fe.
Ahora, Pedro reflexiona: “He ido un montón de veces a los bailes en San Jorge. Vaya uno a saber si no nos hemos cruzado más de una vez con mi hermana en esos bailes, sin saber quiénes éramos en realidad”.
-¿Nunca se le ocurrió buscarlos?, pregunta el cronista.
Silencio.
- “No sé... Pensé que mamá había muerto...”
Mientras el mate va y viene, la alegría se mezcla con la euforia y con cierto grado de conmoción, pues aunque se contactaron telefónicamente hace 15 días el reencuentro físico, los besos, los abrazos, se concretaron hace apenas una hora.
La emoción es intensa y, por momentos, el silencio cruza por la habitación y se detiene en la mirada de la madre o el hijo, como si quisiera ofrecerles una pausa para que comprueben que en verdad se han reencontrado.
Hay tanta vida, tanto camino, que las palabras no alcanzan o sobran. Porque hay cosas que no se pueden decir ni explicar.
El hombre no la tuvo fácil.
“Estuve preso durante dos años (de eso hace más de 30, ya) y luego tuvo algunos problemas con la bebida. Tomaba mucho, fui alcohólico, pero desde hace muchos años ya no bebo más. Soy un hombre de trabajo y en el pueblo donde vivo todo el mundo me quiere y me respeta. Y se alegraron mucho de que haya reencontrado a mi familia. Hasta me hicieron regalos e incluso el cura del pueblo, que tiene un programa de radio al que me invitó, lloró de la emoción cuando conté la historia”, sintetiza Pedro.
“Zulli fue, como decía, la que más insistía con buscarlo, cuando ya todos lo dábamos por desaparecido”, vuelve a remarcar Blanca. “Ella fue incluso al programa ése ‘Gente que busca gente’, pero no había caso. No había ninguna señal de que estuviese vivo, por eso llegué a pensar que no lo iba a encontrar jamás.”
Después que falleció Zulli, la desesperanza volvió a vencer a Blanca. Pero Carlos Dante tomó la posta y siguió buscando.
Acudieron a las redes sociales.
“En Facebook encontramos a 17 personas llamadas Pedro Alberto Fuentes, pero ninguno era él. Sin embargo, esto nos fue acercando a la verdad”, dice el hermano.
Una tía, que hasta el momento se había mantenido al margen de la charla, acota: “Yo antes no creía en todo esto de las computadoras, me daban no sé qué. Pero ahora veo... si no fuera por eso, no lo hubiéramos encontrado, creo”.
Toda la familia celebra el comentario y la euforia vuelve a reinar en la modesta casa de la calle Sabattini.
Es el momento de la discreta retirada del cronista. La familia necesita estar a solas.
Pedro cuenta, como para cerrar la charla: “Cuando llamé acá, hace un par de días, me atendió una mujer. ‘¿No sabés quién habla?’ le dije. No me contestaba, entonces agregué ‘soy tu hijo, mamá’ y la mujer me respondió: ‘No soy tu mamá, soy tu abuela’. ¡Me atendió mi abuela, la madre de mi mamá! ¡No podía creer que estuviera viva!”.
“Mi mamá tiene 87 años. Ahora no ha venido, por el frío, pero ya la vamos a ir a visitar”, explica Blanca.
La familia tiene previsto realizar una fiesta de reencuentro. Se celebrará en breve en Pozo del Molle.
Que lo disfruten. Lo merecen.
Sergio Stocchero
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