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23 de Agosto de 2011
Diferentes bolsillos
El fin de una época
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Escribe: Rubén Rüedi

Las elecciones primarias expresaron la madurez política de la sociedad argentina y preanunciaron un hecho histórico en la República: por primera vez en la historia democrática del país, un Gobierno será reelecto por tres veces consecutivas y aumentando gradualmente el caudal de votos. Esto es un reconocimiento del pueblo a la gestión del Gobierno Nacional y manifiesta la imposibilidad de algunos sectores de la oposición de articular proyectos alternativos a las políticas nacionales y populares que desde la coherencia y basamentos ideológicos viene llevando adelante Cristina Fernández de Kirchner.
De acuerdo a las altisonantes declaraciones hechas de un tiempo a esta parte por algunos referentes -hoy tan sólo mediáticos- de la oposición más refractaria, en otro contexto histórico hubieran operado para romper el orden constitucional, tal como lo hicieron en 1955 cuando se preveía un nuevo triunfo del General Juan Domingo Perón.
Es por esto que algún dirigente opositor dijo que necesitaba un psicólogo para entender los resultados electorales. Ocurre que quienes no tienen la capacidad de analizar la realidad más allá de su propia sombra, sin entender los procesos evolutivos de los pueblos, limitando su capacidad de análisis a la ingesta y repetición del discurso dominante, sin dudas no podrán entender por sí mismos lo ocurrido el domingo 14 de agosto.
Quienes señalan la tinellización de la sociedad, son los dirigentes ruralistas valor soja que creyeron que llegaba el Armagedón kirchnerista -o más bien la debacle de la construcción popular de un proyecto dicotómico con el neoliberalismo destructivo que desoló al país hasta 2003- cuando azuzados por los medios de comunicación se apoderaron de las rutas del país llegando a sitiar pueblos y ciudades embravuconados ante la inminente “destitución” del Gobierno democrático.
Tal asonada tinellizada terminó siendo un bumerán para los que no supieron distinguir entre una estadista y una yegua, entre el atropello a la democracia y el derecho a manifestarse, lo que se evidenció en el escarmiento electoral que recibieron.
Ante la proximidad de la muerte súbita, los opositores más obcecados dilucidan el vendaval de votos a Cristina con pueriles argumentos; como decir que la gente votó con el bolsillo, lo que significa reconocer el éxito de las políticas económicas del Gobierno. Argumento tan pueril como burlesco.
Con el bolsillo se votó en 1995, mientras la estructura productiva del país se desmoronaba a ojos vista (muchos miraban al costado), el Producto Bruto Interno decrecía casi un 5%, el país entraba en una gran recesión por la devaluación de la moneda mexicana sobre los mercados de capital y los valores culturales de la Nación se diluían entre pizza, champán, desparpajo e indolencia.
A este Gobierno no le tocó atravesar un “efecto tequila”, sino la tremenda crisis económica que asola al mundo capitalista y la mayor crisis que sufre Estados Unidos en los últimos 80 años. Argentina traspasa esta borrasca indemne y con crecimiento en su economía. Obra de este Gobierno.
Vaya diferencia con los años de Carlos Menem y el “peronismo neoliberal”.

Las malas artes

El pueblo votó por la realidad económica, claro, pero también votó a favor de un modelo que demuestra seriedad y coherencia y en contra de las actitudes de algunos candidatos -hoy fulminados- quienes apelaron a un vademécum de mentiras, infamias y distorsiones de la realidad por tan sólo un puñado de vergonzantes votos: spots publicitarios sembrando pánico, cifras de indigencia y deserción escolar totalmente tergiversadas, comparaciones con modelos educativos del exterior luego develados como nefastos, entre otras picardías indecentes.
Era el íntimo deseo de algunos candidatos que la economía nacional se desmoronara, que un juez de la Corte Suprema fuera proxeneta, que el Gobierno demostrara obscenidad política llevando a “Carlitos” como candidato en su lista, que el mínimo hecho de descontento social desembocara en manifestaciones de protesta incontenible como las que se llevaron puesto a De la Rúa.
Hubo quienes no pudieron con su intimidad y exteriorizaron satisfacción ante la muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Tremendo y revulsivo. Todo era válido ante el inminente desmoronamiento del proyecto nacional.
Pero no. Un vendaval de votos sepultó las malas artes de la vieja política y la tierra se abrió bajo los pies de quienes alentaban el fracaso.
En estos días de “reanimación asistida” -lenta agonía, para algunos-, cierto contuso promueve cambiar el sentido natural de la temible elección de octubre direccionando la misma hacia una elección legislativa con la excusa de equilibrar el poder, acotando de esta manera las decisiones que puedan tomar en el futuro la presidenta y el Congreso.
Difícilmente la sociedad vuelva a equivocarse. Ya sabe de decepciones y fraudes. ¿Votar legisladores de la oposición como en 2009 para que utilicen su banca en función de trabar el crecimiento del país?
Lo hicieron con la desaprobación del Presupuesto 2011, con el aval al atrincheramiento en el Banco Central del impresentable Martín Redrado, dándole las espaldas a la propia Legislatura ante el incumplimiento de la Ley de Medios, operando a favor de corporaciones como el Grupo Clarín, ponderando la actitud artera de un vicepresidente opositor al Gobierno que pertenece -caso único en las historia de las democracias modernas-; entre otras paparruchadas protagonizadas por diputados y senadores de dudosas aptitudes republicanas dedicados todo el tiempo a desgastar al Gobierno en vez de legislar, aun desde la disidencia, de acuerdo a la responsabilidad que invoca sus mandatos y no con bajezas políticas urgidas por alcanzar algún rédito electoral.
En octubre el pueblo consolidará el poder de Cristina, a pesar del agónico llamado a debilitarlo que, con el último hilo de voz, esboza algún casi ex candidato.
La elección primaria fue una sublevación pacífica. La sociedad demostró su madurez política y, ante tal evidencia, la dirigencia opositora tendría que marchar a un retiro reflexivo.
Tal vez desde el profundo análisis entienda que, muy a pesar suyo, el país ha cambiado y que la credibilidad sólo se alcanza cuando impera el espíritu de grandeza.

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