Escribe
Laura Tuyaret
Especial para EL DIARIO
El gomón avanza corriente arriba por el río Iguazú. Penetra en la frondosa selva misionera, cuyo verdor contrasta con la tierra rojiza y el cielo azul. Pequeñas cascadas acompañan en el trayecto. De pronto, se abre el paisaje y ahí están ellas: las grandiosas Cataratas del Iguazú.
Cientos de cortinas de agua caen con toda su potencia sobre el río, esparciendo humedad. Algunos vencejos vuelan y se pierden entre las cascadas. El conductor de la nave se acerca lentamente a uno de los saltos más grandes, el San Martín.
El río se vuelve más salvaje y la bruma alcanza a los pasajeros. Rugen las aguas cada vez más fuerte. Pareciera que no es posible acercarse más, pero el gomón lo sigue haciendo. Miedo, expectativa, adrenalina pura. En ese momento, instantáneamente, todo se vuelve blanco. Un velo frente a los ojos y torrentes violentos que empapan. Mil cosas se suceden por la cabeza: Dios, la fuerza de la Naturaleza, como se llame. Sensación de inmensidad, eso seguro. Y una experiencia inolvidable: estar debajo de las Cataratas del Iguazú.
La Garganta
del Diablo
Además de la aventura en gomón, otro de los paseos que se inmortalizarán en la memoria del visitante es, sin dudas, el de la Garganta del Diablo. Con una caída de 80 metros de altura, es el salto más imponente y monumental de todos. Espuma, caras empapadas, decenas de arco iris y el abismo más bello del mundo. El sólo hecho de observar esta maravilla de la naturaleza se transforma en una experiencia que puede generar una multiplicidad de sensaciones. Desde la armonía y unión con la naturaleza, hasta la introspección y la paz interior. También se la puede visitar por la noche en el paseo de luna llena.
Las Cataratas del Iguazú poseen entre 160 y 260 saltos, dependiendo de la época del año y del caudal del río. Se encuentran en el límite entre Brasil y Argentina. Desde el primero se disfrutan de las mejores vistas panorámicas. Pero en nuestro país se puede palpitar el corazón de las cataratas en los distintos recorridos que ofrece el Parque Nacional de Iguazú de Misiones y sus pasarelas, algunas de las cuales estuvieron cerradas días atrás a raíz de la importante crecida en las aguas, señaladas por algunos como de las mayores en la historia.
A través de los dos circuitos principales de este parque se accede a los miradores hacia los distintos saltos. En el superior, 650 metros de pasarelas atraviesan el delta del río Iguazú hasta llegar a la Garganta del Diablo. En el inferior, en cambio, se vive una experiencia más íntima con la naturaleza de la selva misionera. Más de 2 mil especies de flora autóctona, 450 tipos de aves y numerosas especies en peligro de extinción -como el ocelote, el yaguareté y el yacaré overo- conviven en este ecosistema celosamente cuidado.
Otros de los grandes atractivos es el Tren ecológico de la Selva que funciona a gas natural y atraviesa todo el Parque Nacional. Es abierto, diseño que permite que los turistas tomen contacto con la naturaleza a medida que van pasando por las distintas estaciones.
El significado del nombre
“Iguazú” quiere decir “Agua grande” en guaraní. Tan grandes son las cataratas que desde 2009 se encuentran entre los 28 lugares candidatos que compiten para ser declarados como las siete maravillas naturales del planeta. Más allá de cualquier resultado, no caben dudas de que son únicas, majestuosas, incomparables. Son el Cielo en la Tierra. Y son nuestras.
Ruta alternativa: Murciélagos en Sidney
Escribe: El Peregrino Impertinente
Sidney es una ciudad muy atractiva. La mayor urbe de Australia se destaca con grandes edificios, muelles llenos de vida, parques y reconocidos emblemas, como la Casa de la Opera. Pasearse por sus calles y avenidas despierta los placeres del viajero, sobre todo cuando éste se encuentra con Cocodrilo Dundee y se van juntos a tomar un vermú en el bar de la esquina.
Pero mayor sorpresa resulta caminar por el precioso Jardín Botánico y descubrir los peculiares huéspedes del principal parque local: los murciélagos. Durante el otoño, los árboles pelados permiten observar a cientos y cientos de estos Mamíferos Placentarios descansando en las ramas. Ver esa multiplicidad de cuerpos frágiles y sombríos, boca abajo, esas alas que de cuando en cuando se despliegan, mezcladas con alaridos horribles y ojos ciegos que parecen buscar el rostro de uno, asusta. Produce estremecimiento. Hasta estreñimiento, ¡cómo será!
No son muchos los que conocen el fenómeno, y ningún folleto turístico lo menciona. Pero ahí están los murciélagos, en patota haciendo de ese bellísimo parque su búnker. Lo peculiar del asunto es que casi nadie parece preocuparse por su presencia. Ni siquiera el Guasón o el Pingüino, quienes no se percatan de que los bichitos representan un semillero de batmanes muy prometedor.
No sé, al menos a mí me pareció algo llamativo. Sobre todo tratándose de Sidney, una ciudad tan moderna, tan adelantada, tan “futurista” en diversos aspectos. Queda claro que la presencia masiva de murciélagos no simboliza atraso ni subdesarrollo ni suciedad. Pero sí resulta un curioso contraste con los rascacielos espejados, el orden envidiable y el Siglo XXI dando vueltas por doquier.
“En qué poco me cambió la vida todo esto”, pensará el lector exigente. Pero bueno, es lo que hay.
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